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“El cuerpo se arruga, pero no el cerebro”: a 30 años del Nobel a Rita Levi Montalcini

“El cuerpo se arruga, pero no el cerebro”: a 30 años del Nobel a Rita Levi Montalcini

30 años del premio Nobel a la científica italiana Rita Levi Montalcini

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En este mes de diciembre se cumplieron 30 años de la entrega del Nobel de Fisiología/Medicina a Rita Levi Montalcini. Galardonada por su descubrimiento de la molécula proteica llamada Factor de Crecimiento Nervioso (NGF) -que ella halló durante su investigación en el año 1951 y que juega un papel esencial en la multiplicación de las células y sobre el cerebro-,  fue además la ganadora más longeva (vivió hasta los 103 años). Científica comprometida políticamente, militante de izquierda, defensora de los Derechos Humanos, feminista convencida (no se casó ni tuvo hijos, en rechazo a ser únicamente madre y ama de casa), antirracista (“el racismo existe, pero no la raza”, solía decir), trabajadora incansable, que hasta pasados sus 100 años seguía activa, durmiendo 3 horas al día, dando conferencias, escribiendo libros y, sobre todo, dirigiendo su Instituto Europeo de Investigaciones sobre el Cerebro (EBRI), que ella fundó, en Roma, y donde lideraba un grupo de todas mujeres jóvenes: «Son todas féminas, sí, y eso demuestra que el talento no tiene sexo. Mujeres y hombres tenemos idéntica capacidad mental», afirmaba. Por otra parte, y por si fuera poco, trabajaba activamente en la Fundación Levi Montalcini, que presidió hasta su muerte y que creó junto a su hermana Paola en 1992,  dedicada a brindar educación a mujeres africanas coartadas del derecho a estudiar.

De familia judía sefardí, ella junto su padre -Adamo Levi, ingeniero eléctrico- y su madre -Adele Montalcini, pintora de talento- tuvieron que huir de la persecución fascista. Sufrió un exilio interno, expulsada de Turín a la ciudad Florencia, tras la aplicación en 1938 del Manifesto per la Difesa della Razza a partir del cual fueron perseguidos los judíos en la Italia de Mussolini. Durante la II Guerra Mundial montó un laboratorio en la clandestinidad, en su propia casa, y después trabajó como médica para la Cruz Roja. En 1946 emigró a EE UU, a la Universidad Washington en Saint Louis, invitada por una de sus mayores influencias, el Dr. Viktor Hamburguer. Si bien originalmente el plan era permanecer solamente un semestre, terminó quedándose durante más de 30 años, hasta 1969, año en que volvió a su país natal y asumió la dirección del Laboratorio de Biología Molecular de Roma. Años más tarde, en 1986, y por sus descubrimientos sobre los factores de crecimiento celular, recibió el nobel de Medicina junto a Stanley Cohen, un discípulo suyo.

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«LA ACTIVIDAD CIENTÍFICA Y LA SOCIAL SON LA MISMA COSA»

En una de sus últimas entrevistas, en 2009 con el diario El País, la científica dejó algunas definiciones que vale la pena compartir. Aquí, algunos extractos:

¿Qué momentos de su vida han sido más emocionantes?

El descubrimiento que hice, que hoy es más importante que entonces. Cuando cada experimento confirmaba mi hipótesis, que iba completamente contra los dogmas de ese tiempo, viví momentos emocionantes. Quizás el más emocionante. Por el resto, el reconocimiento de Estocolmo me dio mucho placer, claro, pero fue menos emocionante.

Su tesis demostró que, de los dos hemisferios del cerebro, uno está menos desarrollado que el otro.

Sí, el cerebro límbico, el hemisferio derecho, no ha tenido un desarrollo somático ni funcional. Y, desgraciadamente, todavía hoy predomina sobre el otro. Todo lo que pasa en las grandes tragedias se debe al hecho de que este cerebro arcaico domina al de la verdadera razón. Por eso debemos estar alerta. Hoy puede ser el fin de la humanidad. En todas las grandes tragedias se camufla la inteligencia y el razonamiento con ese instinto de bajo nivel. Los regímenes totalitarios de Mussolini, Hitler y Stalin convencieron a las poblaciones con ese raciocinio, que es puro instinto y surge en el origen de la vida de los vertebrados, pero que no tiene que ver con el razonamiento. El peligro es que aquello que salvó al australopithecus cuando bajó del árbol siga predominando.

En cien años usted ha conocido esos totalitarismos. ¿Cómo se puede evitar que vuelvan?

Hay que comenzar en la infancia, con la educación. El comportamiento humano no es genético sino epigenético, el niño de dos o tres años asume el ambiente en el que vive, y también el odio por el diferente y todas esas cosas atroces que han pasado y que pasan todavía.

[blockquote author=»» pull=»normal»]»La única forma es seguir pensando, desinteresarse de uno mismo y ser indiferente a la muerte, porque la muerte no nos golpea a nosotros sino a nuestro cuerpo, y los mensajes que uno deja persisten.»[/blockquote]

¿Le importó alguna vez la gloria?

Para mí, la medicina era la forma de ayudar a los que no tenían la suerte de vivir en una familia de alto nivel cultural como la mía. Esa línea recta no ha cambiado. La actividad científica y la social son la misma cosa. La ayuda a las mujeres africanas y la medicina son lo mismo.

¿El cerebro sigue siendo un misterio?

Ahora es mucho menos misterioso. El desarrollo de la ciencia es formidable, sabemos cómo funciona desde el lado científico y tecnológico. Su estudio ya no es un privilegio de los expertos en anatomía, fisiología o comportamiento. Los anatomistas no han hecho gran cosa, quitando algunos. Ahora ya no hay barreras. Físicos, matemáticos, informáticos, bioquímicos y biomoleculares, todos aportan cosas nuevas. Y eso abre posibilidades a nuevos descubrimientos cada día. Yo misma, a los 100 años, sigo haciendo descubrimientos que creo importantes sobre el funcionamiento del factor que descubrí hace más de 50 años. No hay culpa ni mérito en cumplir 100 años. Puedo decir que la vista y el oído han caído, pero el cerebro no. Tengo una capacidad mental quizá superior a la de los 20 años. No ha decaído la capacidad de pensar ni de vivir…

 Díganos el secreto.

La única forma es seguir pensando, desinteresarse de uno mismo y ser indiferente a la muerte, porque la muerte no nos golpea a nosotros sino a nuestro cuerpo, y los mensajes que uno deja persisten. Cuando muera, solo morirá mi pequeñísimo cuerpo.

¿Está preparada?

No hace falta. Morir es lógico.

 ¿Cuánto desearía vivir?

El tiempo que funcione el cerebro. Cuando por factores químicos pierda la capacidad de pensar, dejaré dicho en mi testamento biológico que quiero ser ayudada a dejar mi vida con dignidad. Puede pasar mañana o pasado mañana. Eso no es importante. Lo importante es vivir con serenidad, y pensar siempre con el hemisferio izquierdo, no con el derecho. Porque ése lleva a la Shoah, a la tragedia y a la miseria. Y puede suponer la extinción de la especie humana.

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Luchadora incansable y jovial, falleció también en el mes de diciembre, en el año 2012, a poco tiempo de cumplir 104 años. Su sobrina, Piera Levi-Montalcini, explicó que «falleció tras el almuerzo» y señaló que no se encontraba mal sino que «se apagó como se puede apagar una larga y trabajosa existencia que fue feliz, sobre todo en los momentos de trabajo».

Desde La Vanguardia la recordamos con la admiración y el cariño que merece.