Generic selectors
Exact matches only
Search in title
Search in content
Post Type Selectors
Pedro Sánchez ante el desafío de la “cuestión española”

Pedro Sánchez ante el desafío de la “cuestión española”

Pedro Sánchez fue investido nuevamente como cabeza de un gobierno de coalición progresista en España. El trasfondo es la nunca resuelta cuestión nacional y, en particular, la situación catalana ahora signada por la controvertida propuesta de amnistía.  

Pedro Sánchez (PSOE) en la sesión de investidura.

Lo que ha decidido la investidura de Pedro Sánchez ha sido la “cuestión nacional española”. Cuando en 2010 el Tribunal Supremo tumbó el nuevo Estatuto Catalán de 2006 que habían aprobado las Cortes Generales españolas y las Cortes y el pueblo catalán en las urnas, abrió una época política en España que todavía no se ha cerrado.

El PP ganó las elecciones en julio pasado, pero a la hora de formar gobierno sólo pudo sumar el apoyo parlamentario de Unión del Pueblo Navarro —en la práctica el PP en esa región— y de Vox. Este último apoyo, estando en juego la “cuestión nacional”, explica la derrota del PP en la formación de gobierno. Vox es un partido de extrema derecha caracterizado por un nacionalismo español centralista, de cuño franquista. Como tal, amenaza con la ilegalización de los partidos nacionalistas vasco o catalán y lleva en su programa la disolución del modelo autonómico, la fórmula que la Transición encontró para resolver precisamente la “cuestión nacional” española. Esto es lo que lógicamente le cierra la puerta al PP para buscar apoyos entre los partidos nacionalistas vascos (PNV y EH Bildu) y catalán (ERC y Junts per Catalunya). En definitiva, condena al PP a recabar apoyos sólo en uno de los dos ejes que determinan la política española, el izquierda-derecha, pero no en el otro, más oculto y por eso más delicado, que enfrenta al nacionalismo español con los llamados nacionalismos “periféricos” (vasco, catalán, gallego).

A tal punto la “cuestión nacional” está oculta que el PP y el PSOE no se declaran nacionalistas españoles sino “constitucionalistas”, pues buscan —sobre todo el PP—endilgar el nacionalismo, que evoca algo pre-moderno, provinciano y en el fondo franquista, a los nacionalistas vascos, catalanes o gallegos. Por eso los nombran como “nacionalistas periféricos”, colocándolos en el rincón temporal y cultural del atraso de una España europeizada. Asimismo, todos los partidos, incluidos los nacionalistas “periféricos”, se refieren al asunto como “el problema territorial” de España, como si fuera una cuestión administrativa y no identitaria, esto es, política.

El gran tema pendiente de la democracia en España es construir una identidad compartida. La “cuestión social” genera menos controversia, pues como en el resto de las democracias occidentales contemporáneas se tramita entre un centro-izquierda socialdemócrata (PSOE) y un centro-derecha liberal-conservador (PP).

El gran tema pendiente de la democracia en España es construir una identidad compartida. La “cuestión social” genera menos controversia, pues como en el resto de las democracias occidentales contemporáneas se tramita entre un centro-izquierda socialdemócrata (PSOE) y un centro-derecha liberal-conservador (PP). La derecha española, quizá gracias a su bagaje católico, no tiene una posición abierta y explícitamente thatcherista, sino “compasiva”, que busca conciliar lo que denomina “meritocracia” con el valor de lo comunitario privado (familia, religión, tradiciones). Esto la lleva a no cuestionar el Estado de Bienestar, salvo si su extensión ahoga —siempre a sus ojos— la iniciativa individual. El principio filosófico del Estado de Bienestar —al fin una creación de los conservadores Bismarck y Beveridge—, según el cual la comunidad es responsable de asegurar un mínimo nivel de vida material de sus miembros, es compartido por PP y PSOE, lo que lo convierte en una política de Estado. La discusión es cuánto es ese mínimo y quién lo gestiona, no ese piso en sí.

Pero la cuestión nacional es otra cosa. A pesar de compartir un genérico nacionalismo español, PSOE y PP tienen diferentes sensibilidades. Fue el socialista Rodríguez Zapatero quien hacia 2004 lanzó la noción de una “España plural” para integrar a los nacionalismos “periféricos” en una idea de nación compartida. Por eso respaldó la renovación del Estatuto Catalán prometiendo que avalaría lo que el Parlamento y el pueblo de Cataluña decidieran. Era un modo de despegarse del recelo centralista hacia los nacionalismos “periféricos”. Zapatero cumplió y el PSOE refrendó en 2006 en las Cortes Generales el Estatuto, que en su Preámbulo definía a Cataluña como nación. El PP lo rechazó por incompatible con su interpretación de la Constitución, según la cual  la única nación común es la española, e inició dos caminos simultáneos para recurrirlo. Por abajo, recogió firmas en Cataluña y, por arriba, lo llevó a la Justicia, donde triunfó en 2010. Esto no hizo más que multiplicar el catalanismo, caldo de cultivo del giro independentista de la derecha catalana (antes CIU, hoy Junts) en 2012, que terminaría en una consulta ilegal sobre la independencia —duramente reprimida por el gobierno de Rajoy— y la proclamación unilateral e inmediata suspensión de la República catalana en octubre de 2017. Todo esto dio lugar a que el gobierno nacional del PP suspendiera temporalmente —con el apoyo del PSOE— la autonomía catalana entre octubre de 2017 y junio de 2018. Luego se produciría la huida del presidente del gobierno catalán, Puigdemont (Junts) a Bélgica en octubre de 2017, donde está todavía hoy, y la condena judicial de los líderes del Procés —como se conoce el proceso de lucha por la independencia abierto hacia 2012— en 2019. El surgimiento de Vox en 2013 como escisión de derecha del PP no hizo sino completar el cuadro de un creciente encono entre nacionalismo español y nacionalismos “periféricos”. Vox se convertiría en tercera fuerza nacional en 2019. El eje nacionalismo español-nacionalismos “periféricos” se volvió central. El elefante seguía en la habitación y crecía día a día.

Manifestación contra la amnistía promovida por el PSOE.

Las elecciones generales del pasado 23 de julio dieron a Junts per Catalunya siete diputados. A diferencia de lo que dijeron los medios y los partidos para azuzar el anti-catalanismo, esos escaños no resultaban imprescindibles para la investidura de Sánchez, pues bastaba con que se abstuvieran. Pero no si votaban en contra. Por eso Sánchez buscó el acuerdo con Junts, para lo cual negoció la concesión de un amnistía a los condenados por el Procés, la cual había considerado inconstitucional poco antes. Además, en arriesgada acción, accedió a enviar negociadores a Bruselas para hablar con “el fugado” —como gusta decir la derecha— Puigdemont, y a poner un veedor internacional para supervisar la marcha del pacto entre ambas fuerzas.

Esto resultó intolerable para la derecha española —la del PP y también la franquista—, que se ha movilizado a las puertas de la sede nacional del partido socialista en Madrid desde que se formalizó el acuerdo PSOE-Junts que aseguraba la Investidura de Sánchez. Varios medios, el líder de Vox y la presidenta de la Comunidad de Madrid —Isabel Díaz Ayuso, del PP— afirman que Sánchez ha dado un golpe de Estado. El propio líder del PP, Núñez Feijóo, contribuyó a este clima de deslegitimación repitiendo que él debía gobernar porque había ganado las elecciones en julio, siendo que España tiene un sistema parlamentario y que él gusta llamarse “constitucionalista”. De hecho, forzó en septiembre un proceso de Investidura que de antemano sabía que perdería. Así fue.

Sánchez ha presentado la amnistía en el marco de la necesidad de restaurar la convivencia, un valor propio de la Transición. Para integrarla además en su política socialdemócrata, ha presentado la igualdad social como garantía de esa convivencia, como vía para frenar a la extrema derecha de Vox, a la que muestra como beneficiaria del resentimiento social generado por los ajustes. Así, Sánchez busca mitigar la imagen de que Cataluña, la región más rica de España junto a Madrid, está siendo premiada.

El problema es político, no jurídico. Y no es catalán, sino español. La cuestión de fondo es si se encara la gran tarea pendiente de la Transición: la construcción de un modo de identificarse, como mínimo, con la comunidad y, como máximo, con España, que no sea castellanocéntrico. España carece de símbolos comunes. No posee ni un panteón, ni un libro, ni una música, ni una comida que sean “nacionales”. Quizá no tenga por qué tenerlos. Pero debería aspirar, ya por motivos nacionalistas, sino democráticos, a que nadie se arrogue la representación de la totalidad.

Contra eso, la derecha intenta quitarle al PSOE las banderas de la igualdad social y política, mostrándolo como un partido que ha traicionado sus principios históricos y los de la Constitución con tal de llegar al poder. El PP reclama “una nación de ciudadanos libres e iguales”, aduciendo que gracias al PSOE los catalanes serán ahora ciudadanos de primera y, los demás españoles, de segunda. No sólo por la Amnistía, sino porque para contentar a los catalanes el PSOE les dará beneficios fiscales. Pero el PP no propone otra solución al problema que la vía estrictamente jurídica —abocada a la represión, como ya se vio en el pasado reciente— otro modo de negar el carácter político del problema.

Además, el PP olvida que en España ya existen diferencias fiscales por regiones, por ejemplo con el Régimen Foral de Navarra y el País Vasco, de cuño medieval. También que toda la Transición se apoyó en la Amnistía de 1977, que perdonó los crímenes del franquismo y también los de organizaciones armadas antifranquistas, lo cual ha sellado una democracia sin Memoria. Por no hablar de la Amnistía fiscal que impulsó en su último gobierno, que si bien era de otro tipo, afectaba también la “igualdad entre los españoles”. En cuanto a la “fuga” de Puigdemont, en todo caso no se diferencia mucho de la del Rey Juan Carlos I en 2020, motivada por corrupción económica contra el Estado pero protegida por éste.

El problema es político, no jurídico. Y no es catalán, sino español. La cuestión de fondo es si se encara la gran tarea pendiente de la Transición: la construcción de un modo de identificarse, como mínimo, con la comunidad y, como máximo, con España, que no sea castellanocéntrico. España carece de símbolos comunes. No posee ni un panteón, ni un libro, ni una música, ni una comida que sean “nacionales”. Quizá no tenga por qué tenerlos. Pero debería aspirar, ya por motivos nacionalistas, sino democráticos, a que nadie se arrogue la representación de la totalidad contra los símbolos de algunas de sus partes, como cuando los símbolos castellanos se presentan como españoles, empezando por el idioma. El reverso de esta meta democrática de un sentido de pertenencia compartido es que las partes no vivan su identidad como incompatible con la del conjunto.

La idea de la España plural nombra esa aspiración democrática de que haya muchas maneras de sentirse español o miembro de la comunidad. El legado franquista, al apropiarse de los símbolos del conjunto, ha lastrado profundamente esa tarea. La derecha española no está en esa posición, pero todavía muestra rechazo hacia una idea pluralista de nación, como cuando se niega a reconocer a las lenguas co-oficiales (vasco, catalán, gallego) en el Parlamento, y prefiere no escuchar la traducción al castellano del discurso de los parlamentarios que las usan. Así evidencia que considera que la Nación no es decidible en democracia, sino una esencia previa intocable.

Lo más difícil en política es adivinar dónde anida la derrota en el momento mismo del triunfo. El Talón de Aquiles de Sánchez no está necesariamente donde la derecha señala. La inconstitucionalidad de la Amnistía ha sido rechazada por varios juristas. La “traición a la palabra dada” no es tal pues el PSOE no ha formado gobierno solo, sino como fruto de un acuerdo con otros partidos; además, resulta absurdo, antipolítico, pretender que un partido rechace el gobierno por no poder sostener todo su programa. Es paradójico que se lo reclamen los que insisten, como el PP, en que la democracia es acuerdo y consenso. La política democrática se orienta por valores, no queda congelada en los programas electorales, que son al fin apuestas genéricas descontextualizadas. Y se guía por la lógica de evitar males mayores, como sería para el PSOE que PP y Vox decidan sobre la cuestión catalana. Al fin, fue la política del PP la que ayudó a inflamar Cataluña. Vox, por su parte, afirmó que si llegaba al gobierno “se incendiaría Cataluña”.

El riesgo para el PSOE y para España es que la apuesta salga mal en términos de igualdad y convivencia. El PSOE tiene que poder compaginar la igualdad social y política de todos los españoles con el reconocimiento de la particularidad catalana.

El riesgo para el PSOE y para España es que la apuesta salga mal en términos de igualdad y convivencia. El PSOE tiene que poder compaginar la igualdad social y política de todos los españoles con el reconocimiento de la particularidad catalana. La Amnistía tensa ambas cuestiones, pero puede justificarse a futuro por la garantía de no repetición de lo sucedido durante el Procés, que es lo que implícitamente cose el acuerdo —como en su día lo hizo la Amnistía del 77, que resultó exitosa en esos términos—. Con ello haría entrar al catalanismo en los cauces institucionales constitucionales. El límite que no parece recomendable que el PSOE cruce es que para conseguir el reconocimiento de la particularidad catalana le conceda a Cataluña un régimen fiscal insolidario con el resto del país. No porque ahora no exista (ya citamos el Régimen Foral), sino porque sería percibido como el primero y así como inaceptable, sobre todo en autonomías de tradición socialista, como Extremadura, Castilla La Mancha o Andalucía.

Sánchez parece apostar a una cuadratura del círculo: una fuerte política socialdemócrata de ampliación del Estado de Bienestar que, por una parte, apacigüe la potencial queja de las autonomías no catalanas y, por otra parte, permita a Cataluña conseguir unos beneficios que de algún modo satisfagan la demanda de creciente autonomía, muchas veces solapada con el soberanismo y el independentismo, aunque no sean sinónimos. Si no logra compaginar igualdad y diferencia, lo que se perderá no es la sacrosanta “gobernabilidad”, esa diosa aritmética a la que le rezan los “cientistas” políticos, sino el proyecto de un país igualitario, pluralista y tolerante, democrático en definitiva, pues la derecha cobrará alas y podrá hacer buena la única vía de que hoy dispone para llegar al gobierno: una mayoría absoluta de diputados entre PP y Vox.

España: crónica de unas elecciones a pie de playa

España: crónica de unas elecciones a pie de playa

Desde Cantabria, el historiador Jesús Movellán Haro explica el complejo escenario político español para los lectores de «La Vanguardia». Entre el freno a la ultraderecha y la fragmentación política, el desenlace es todavía incierto. 

Pedro Sánchez, presidente socialista de España, y el líder de la oposición Alberto Núñez Feijóo (PP).

 

El verano en España está siendo excesivamente caluroso. La razón no sólo está en las olas de calor agravadas por el incontestable (salvo por algunos) cambio climático, sino también por el contexto político e institucional en el que se encuentra envuelto el país. Tras la celebración de las elecciones a Cortes Generales del pasado domingo, 23 de julio, el escenario político en España suscita algunas inquietudes y reflexiones. Inquietudes en el sentido negativo, para algunos, constructivo o retador, para otros. Reflexiones tanto para aquellos ciudadanos que hemos seguido la campaña electoral con particular interés como para los líderes políticos, responsables ahora de buscar posibles alianzas, pactos y, en definitiva, el número suficiente de escaños en el Congreso de los Diputados como para sacar adelante una posible investidura.

Tal vez la primera gran conclusión que puedo adelantarles sea que Vox, representante político de la extrema derecha, de carácter ultranacionalista, xenófobo, homófobo, machista y (¿neo?) franquista, ha sido frenado. De hecho, ha perdido peso e importancia en las dos cámaras que conforman las Cortes Generales españolas (a saber, el Congreso de los Diputados y el Senado). En un mundo en el que una gran ola ultraderechista, negacionista (de muchas cosas, elijan ustedes el qué), demagoga e iliberal (como poco) se ha venido extendiendo durante al menos la última década, el resultado de Vox en los comicios del pasado domingo ha sido una buena noticia para buena parte del electorado.

Es, no obstante, una situación agridulce para muchos ciudadanos españoles, habida cuenta de que, tras las elecciones autonómicas y municipales del 28 de mayo, este partido de extrema derecha ha entrado en ayuntamientos y gobiernos regionales gracias a sus pactos con el Partido Popular (la principal fuerza conservadora en España desde su fundación, en 1989). Allá donde ha logrado acceder al poder, Vox ha pedido concejalías (en los ayuntamientos) o consejerías (en los gobiernos autonómicos) relacionadas con la cultura; lógicamente, una vez en estos cargos no ha dudado en aplicar la censura sobre obras de teatro de autores tan sospechosos de marxismo-leninismo o de pornógrafos como Lope de Vega, o feministas como Virginia Woolf, entre otras gestas de vergonzoso recuerdo que prefiero ahorrarme.

Ninguno de los bloques ha logrado la ansiada mayoría absoluta para una investidura plácida. Esto es muy importante porque, en España, no necesariamente debe gobernar el partido más votado. Al tratarse de una democracia parlamentaria y pluralista, la base de cualquier gobierno pasa necesariamente por contar con el número de diputados suficientes en el Congreso como para obtener una mayoría de investidura.

Sea como fuere, les había anticipado una historia de inquietudes y reflexiones. Acá van las mías. Más allá de haber frenado a la extrema derecha mientras en otros países continúa su ascenso galopante y hasta forma parte de Consejos de Ministros, el contexto político nacional depende ahora, sobre todo, de si será posible abrir una nueva legislatura con un gobierno que logre la investidura de su candidato a la presidencia del Gobierno. En España, el Congreso de los Diputados lo forman trescientos cincuenta escaños, por lo que la mayoría absoluta se alcanza al obtener, al menos, ciento setenta y seis de ellos. La celebración de los comicios del pasado domingo ha dejado un hemiciclo parlamentario fragmentado, pero claramente diferenciable en dos bloques: uno conservador y, por otro lado, uno progresista.

Ninguno de los bloques ha logrado la ansiada mayoría absoluta para una investidura plácida. Esto es muy importante porque, en España, no necesariamente debe gobernar el partido más votado. Al tratarse de una democracia parlamentaria y pluralista, la base de cualquier gobierno pasa necesariamente por contar con el número de diputados suficientes en el Congreso como para obtener una mayoría de investidura. Ésta deberá, posteriormente, reafirmarse y renegociar sus espacios de poder para desarrollar la labor legislativa y de control al poder ejecutivo que corresponde a las Cortes. Desde las elecciones de 2015 y 2016, el bipartidismo representado por el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), en el marco de la izquierda moderada, y el Partido Popular (PP), en el amplio ámbito de las derechas, se quebró. Nuevas formaciones surgieron tanto a la izquierda del PSOE (Podemos; posteriormente Unidas Podemos) como en el siempre difícil de definir centro político (Ciudadanos). Tras las elecciones de 2019 (celebradas en dos ocasiones, pues hubieron de repetirse), entró también el anteriormente referido partido de la extrema derecha Vox.

Pedro Sánchez celebra el resultado de las elecciones. A pesar de salir segundo, el PSOE tiene posibilidades ciertas de formar gobierno.

 

Una legislatura después, y en mitad de un contexto internacional que se ha visto condicionado por una pandemia, una crisis económica y, desde febrero del año pasado, una guerra en Europa del Este y la subsiguiente crisis energética, alimentaria y económica, se celebraron las elecciones del 23 de julio. Fueron convocadas de manera anticipada por el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez (líder del PSOE y de un gobierno de coalición entre su partido y Unidas Podemos) tras el enorme giro a la derecha visto en gobiernos autonómicos y locales a tenor de los resultados electorales del 28 de mayo. El adelanto de los comicios fue una maniobra arriesgada y, tras una campaña electoral en la que no me detendré pero que podría ser calificada como una de las más sucias y vergonzantes de las últimas décadas en España, los resultados se tradujeron en los dos bloques que he anticipado. Ambos bloques orbitan sobre las dos principales formaciones políticas que han obtenido los mayores resultados: el partido más votado, el PP, con ciento treinta y seis escaños en el Congreso; y el PSOE, con ciento veintidós. Previsiblemente, los líderes de ambas formaciones ofrecerán al rey Felipe VI, a la sazón jefe del Estado, su candidatura como presidenciables.

Como pueden comprobar, ninguno de los dos llega ni de lejos a la mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados (los ciento setenta y seis escaños). Aquí, hablando de modo coloquial, es donde empiezan las curvas. En una posible investidura encabezada por el candidato del PP, Alberto Núñez Feijóo, los populares cuentan, potencialmente, con los escaños de la extrema derecha de Vox (treinta y tres) y con un candidato de UPN (Unión del Pueblo Navarro, un partido conservador localista afín al PP). Juntos, sólo suman ciento setenta escaños. En una también posible investidura encabezada por el candidato socialista y presidente en funciones Pedro Sánchez, el PSOE contaría previsiblemente con el apoyo de Sumar (treinta y un escaños); Esquerra Republicana de Catalunya (siete escaños, aunque aún está por ver su voto afirmativo por mucho que haya apoyado al gobierno de la anterior legislatura); el Partido Nacionalista Vasco (cinco escaños; partido conservador, pero que ya apoyó al anterior gobierno y que se ha negado en rotundo a negociar con el PP por su alianza con Vox); EH-Bildu (seis escaños; izquierda independentista vasca, considerada por los partidos de derechas como los herederos directos de la banda terrorista ETA -en una campaña electoral, dicho sea de paso, que ha traspasado cualquier barrera moral por parte del PP y Vox-); el Bloque Nacionalista Galego (un escaño) y Coalición Canaria (un escaño). En total, el bloque liderado por el PSOE contaría con ciento setenta y dos escaños.

El partido que se comprometía a “derogar el sanchismo” (vamos, todo lo que haya tenido que ver con el gobierno de Pedro Sánchez) parece necesitar, bien la alianza con el propio “monstruo”, bien el transfuguismo de votos de “algunos socialistas buenos”, como recientemente han sugerido voces procedentes de Vox.

No he hablado de un último partido político. Me refiero a los siete escaños que le corresponden a Junts, una fuerza independentista catalana, presidida por Carles Puigdemont desde Waterloo (a la sazón expresident de la Generalitat de Catalunya, eurodiputado y huido de la justicia española como consecuencia del llamado procés independentista en Cataluña y de los sucesos de octubre de 2017, sobre los que no me detendré aquí porque nos daría para otro artículo). El apoyo de Junts a una probable investidura de Pedro Sánchez haría posible un gobierno en minoría, similar al de la legislatura 2019-2023. Sin embargo, los independentistas catalanes “venderán” caro su voto (ya sea afirmativo o, directamente, la abstención), pidiendo, como de hecho han recordado estos días, la amnistía para los políticos presos o con orden de detención y, por otro lado, el acuerdo entre los gobiernos español y catalán sobre la celebración de un nuevo referéndum de autodeterminación en Cataluña. Material altamente sensible, polémico y, para los partidos y medios de comunicación conservadores, inflamable, sobre todo por la concepción centralista e igualmente nacionalista de las derechas españolas sobre la indisoluble unidad de la patria. ¿Logrará Pedro Sánchez el apoyo de los partidos a los que me he referido previamente y, de paso, al menos la abstención de Junts para que su investidura salga adelante? El tiempo dirá.

Sin embargo, la pelota está en el tejado de la fuerza política más votada en las elecciones: el PP de Alberto Núñez Feijóo. Todo parece confirmar lo que, salvo al líder de los populares, no se nos escapa a nadie: exceptuando a Vox y, acaso, a UPN, el PP no tiene aliados políticos y, por consiguiente, su investidura está llamada a ser un fracaso. La soledad de las derechas es el fruto de al menos dos décadas de ejercicio arrogante del poder y de una constante y concienzuda voladura de todos y cada uno de los puentes con formaciones que, en otros momentos, llegaron a pactar con el PP (como el propio PNV o la extinta formación nacionalista catalana Convergència i Unió). ¿La única alternativa del PP? Exigir, casi a modo de letanía, que se deje gobernar a la lista más votada en los comicios (ciento treinta y seis escaños del Congreso de los Diputados, recordemos) o, como ya se comienza a escuchar y a leer, que el PP y el PSOE se alíen en una casi mitológica “Gran Coalición” que estabilice el gobierno y, de paso, neutralice a todas las minorías parlamentarias. El partido que se comprometía a “derogar el sanchismo” (vamos, todo lo que haya tenido que ver con el gobierno de Pedro Sánchez) parece necesitar, bien la alianza con el propio “monstruo”, bien el transfuguismo de votos de “algunos socialistas buenos”, como recientemente han sugerido voces procedentes de Vox.

Verano caluroso el que tenemos por delante en España. La alternativa a la formación de un gobierno (sea de un bloque o de otro), pasa necesariamente por una repetición electoral al final del otoño o el inicio del invierno. Sea como fuere, la ciudadanía española ha demostrado su compromiso con la democracia y con su sistema parlamentario y así lo seguirá haciendo, tanto si nos encontramos en mitad de una ola de calor como si la nieve nos dificulta la entrada a los colegios electorales. La mejor noticia, haber parado (por ahora, al menos) la ola reaccionaria que ya ha anegado gobiernos autonómicos y ayuntamientos. Quien no se consuela…

Las siete vidas del Perro Sanxe

Las siete vidas del Perro Sanxe

Contra todos los pronósticos, las elecciones españolas del 23 de julio arrojaron un resultado mucho más positivo para las izquierdas que el que auguraban las encuestas y la mayoría de los analistas políticos. Caído el posible ingreso de la extrema derecha (VOX) al Gobierno, se abre un período de negociación complejo, pero que podría dar paso a un nuevo período de gobierno progresista en España. 

A lo largo de su intensa y meteórica carrera política Pedro Sánchez, presidente del Gobierno de España, ha demostrado una enorme capacidad de convertir la debilidad en virtud. Y de dar vuelta todos los partidos jugados incluso en el último minuto. 

El último capítulo de esta saga lo ha protagonizado en el tramo final de una campaña para el infarto. Es que en su estrategia de denostarlo, las derechas se colgaron del compromiso del candidato con el animalismo y lo bautizaron con el mote de “Perro Sanxe”. 

Y lo que comenzó como un insulto, fue recuperado por Sánchez convirtiéndolo en uno de sus mejores eslóganes de campaña y fábrica de memes que inundaron las redes sociales. 

«El perro sabe por perro, pero más sabe por Sanxe», posteó en sus redes Pedro, para celebrar el día del perro. Y para decirle a sus contrincantes que la pelea aún no estaba perdida. 

Es que en las elecciones del este domingo 23 de julio, donde se preveía un huracán azul-verde (en alusión a los colores partidarios del conservador Partido Popular de Feijoó y de VOX, la formación de extrema derecha liderada por Santiago Abascal) sólo se ha producido una ventisca. 

«El perro sabe por perro, pero más sabe por Sanxe», posteó en sus redes Pedro, para celebrar el día del perro. Y para decirle a sus contrincantes que la pelea aún no estaba perdida. 

Si bien es cierto que el PP (Partido Popular) sumó más de 3,5 millones de votos respecto a la última elección nacional, también es cierto que quedó muy lejos -incluso sumando con VOX- de la soñada mayoría absoluta que depositara a Feijoó en la presidencia del gobierno. 

Y como contraparte, en el bloque de izquierdas, la anunciada caída del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) no fue tal. Incluso el resultado electoral le dio al socialismo dos bancas más en el Congreso de los Diputados que en las elecciones de 2019. Y en la suma por bloques, esas dos bancas le dan la ventaja decisiva que puede ser la llave para que Pedro Sánchez siga al frente del gobierno de España por cuatro años más.

LAS NEGOCIACIONES QUE VIENEN

Ahora se abre un período de negociación duro, durísimo, en el cual Sánchez y el socialismo deberán demostrar flexibilidad y capacidad para negociar con partidos nacionalistas, y las otras fuerzas de la izquierda.

Negociaciones que incluirán a SUMAR, la formación de la actual Vicepresidenta Yolanda Díaz que, si bien registró un resultado menor que el obtenido por PODEMOS en las últimas elecciones nacionales, desempeñó un papel muy digno y decisivo para la reedición del gobierno de coalición. 

Finalizando la noche electoral el 23J nos dejó dos enseñanzas. Por un lado que el bloque involucionista de la derecha y la extrema derecha del PP y VOX no podrán formar Gobierno. Y por el otro que no sólo los gatos tienen siete vidas. Pedro, el perro Sanxe, también.

Llamado a los argentinos españoles ante las cruciales elecciones del 23 de julio

Llamado a los argentinos españoles ante las cruciales elecciones del 23 de julio

Frecuente columnista en La Vanguardia, el historiador español advierte sobre la trascendencia de las próximas elecciones en su país y la amenaza de una derecha que quiere eliminar derechos.

Como bien ya saben los argentinos y argentinas el próximo día 23 de julio se celebrarán unas trascendentales elecciones en España, y lo son porque se enfrentan dos grandes opciones como hacía tiempo que no ocurría en este viejo país europeo.

Por un lado, estaría la izquierda, con dos grandes formaciones estatales: el PSOE liderado por su secretario general y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez; y una coalición de grupos a su izquierda, llamada SUMAR, y encabezada por Yolanda Díaz, actual ministra de Trabajo y vicepresidenta segunda del Gobierno.

Se enfrentan al bloque de la derecha, representado por el Partido Popular, liderado por Alberto Núñez Feijóo, y la extrema derecha de VOX con Santiago Abascal. Dos formaciones que han llegado a muchos acuerdos de gobierno en ayuntamientos (municipalidades) y gobiernos autónomos (regiones) a raíz de las últimas elecciones locales y regionales. 

Las derechas españolas están empeñadas en terminar con la etapa de gobierno de coalición, una novedad en la historia democrática española desde la muerte de Franco, denominando a este ejecutivo como un “Gobierno Frankestein” y a la etapa en sí con el calificativo de “Sanchismo”.

DERECHAS ATACAN EL DIÁLOGO CON INDEPENDENTISMO

No pueden argumentar críticas de índole económica porque el país se encuentra en una situación muy estable y hasta envidiada por algunos de los socios de la Unión Europea, además de haberse desarrollado una intensa política social para paliar los efectos de la pandemia, la guerra de Ucrania y los vaivenes de ya una inflación controlada. Por otro lado, el país ha recuperado su protagonismo internacional de los tiempos de Felipe González.

No, en estos terrenos no es fácil combatir a la izquierda gobernante, por lo que las derechas españolas atacan desde otro flanco, al considerar que Pedro Sánchez se ha manchado por conseguir acuerdos con el independentismo catalán y con el nacionalismo vasco radical (BILDU) asociado a la etapa del terrorismo, para sacar adelante leyes y reformas en el parlamento, aunque algunas sean tan destacadas como la subida del salario mínimo o de las pensiones, como nunca se había hecho en la historia contemporánea española. Ese argumento ha sido machaconamente repetido en los medios de comunicación de la derecha y ha calado en parte del electorado menos concienciado de la izquierda moderada. Y ha movilizado el voto de los electores conservadores en las pasadas elecciones de mayo.

La extrema derecha está obsesionada con terminar con el concepto de la violencia de género, desde una concepción trasnochada sobre la mujer. También con los derechos de las personas LGTBI en un país pionero en el reconocimiento y garantía de las personas desde un intenso principio de igualdad.

Frente a esto, las izquierdas y los ciudadanos españoles estamos viendo que la extrema derecha de signo populista, asimilable a la de otros países europeos y americanos, está marcando el paso al teórico moderado Núñez Feijóo porque es necesaria para gobernar, habida cuenta de unos resultados que se prevén muy ajustados.

La extrema derecha está obsesionada con terminar con el concepto de la violencia de género, desde una concepción trasnochada sobre la mujer. También con los derechos de las personas LGTBI en un país pionero en el reconocimiento y garantía de las personas desde un intenso principio de igualdad, alcanzado en los tiempos de Zapatero, con censurar todo tipo de educación sexual en el ámbito educativo y más general, además de resucitar mensajes y lenguajes del pasado dictatorial.

DESPRECIO A INMIGRACION

No hay que olvidar su desprecio hacia los inmigrantes, que han sido fundamentales para el desarrollo económico, social y cultural de España desde los años noventa, terminando con una acusada defensa del negacionismo climático, en un país que sufre el calor extremo, y un profundo sentimiento antieuropeísta, cuando tanto debe nuestro país a Europa.

En estos mismos días se desarrolla una intensa polémica sobre censuras a obras de teatro de Virginia Woolf y hasta de Lope de Vega en algunas ciudades. Esta situación y los resultados de mayo están generando una evidente movilización de la izquierda, de sus partidos, organizaciones y sindicatos, así como del mundo de la cultura porque se teme un retroceso en derechos. Sin olvidar que las derechas quieren frenar las políticas sociales: cuestión de la que poco se habla pero que también es fundamental para los más desfavorecidos porque en España, a pesar de su brillo, hay familias con problemas para terminar el mes, algo que algunos olvidan con frecuencia.

Los argentinos españoles están también llamados a participar desde el otro del lado del Atlántico, desde su invierno en este tórrido verano español. Los argentinos españoles tienen la ventaja de ver las cosas desde la distancia, y de ver a este su segundo país presidiendo ahora la Unión Europea.

A ellos y a ellas va dirigido este artículo que ha intentado ser mesurado, pero, evidentemente, no neutral, ni equidistante, porque en esta vida y más en política eso no existe, afortunadamente.

Años ’30: ¿Cómo hicieron para crecer los partidos socialistas de España y la Argentina?

Años ’30: ¿Cómo hicieron para crecer los partidos socialistas de España y la Argentina?

El historiador español revisa los debates del PSOE y el PS argentino para crecer en militancia e influencia. Apertura y restricciones. Puros e impuros. Debates actuales.
Archivo General de la República: manifestación del Partido Socialista en Buenos Aires, 1 de mayo de 1939.

En este trabajo pretendemos abordar la cuestión de la militancia en partidos socialistas a través de los casos español y argentino en el mismo momento, a principios de los años treinta, aunque las realidades políticas fueran distintas.

Nos interesa aportar unos materiales para ayudar en la reflexión sobre el compromiso político, y sobre cómo abordar, en primer lugar, el problema que podría generar la llegada casi masiva de nuevos militantes en momentos propicios para el partido, como ocurrió en la España que veía inaugurar la Segunda República y donde el PSOE tuvo tanto protagonismo, y en segundo lugar el cómo buscar fórmulas para poder crecer en afiliación, como veremos para el caso argentino a través de la formulación de la figura del simpatizante. Así pues, reflexionaremos sobre los peligros de los crecimientos vertiginosos, pero también de las estrategias para crecer.

Mes y medio después de haberse proclamado la Segunda República, el destacado intelectual y ministro socialista Fernando de los Ríos planteó en un acto celebrado con los estudiantes, el primero de junio de 1931, la cuestión del aumento evidente de la militancia en el PSOE.

AUMENTO DE MILITANCIA EN EL PSOE

El político rondeño temía que solamente hubiera una preocupación por el número, que la democracia se interpretase solamente en función del mismo, que el Partido en ese momento creciese de forma desorbitada. No cabe duda de que era consciente que el PSOE iba a crecer o lo estaba ya haciendo de forma evidente ante su protagonismo en el inicio de la Segunda República. Pero los aluviones no eran convenientes porque terminaban arrollando a los hombres con autoridad, entendida ésta, según nuestra interpretación, no sólo como autoridad política, sino, sobre todo, moral.

Esa democracia no era la que deseaba Fernando de los Ríos, sino, regresando a su argumento anterior, la que partía de dentro hacia fuera, y que permitía que dirigiesen el Partido las personas que merecían “garantía”. Y ese método era el que había aplicar a la naciente democracia en España. Para evitar los aluviones que podían desbordar a las organizaciones socialistas había que emprender una intensa labor pedagógica.

La Agrupación Socialista Madrileña que negaba el acceso a las candidaturas del Partido para diputados y concejales a los militantes que no tuvieran una antigüedad de dos años, como mínimo, en su militancia. Esta medida era claramente defensiva.

Por eso pidió a los jóvenes que se movilizasen para explicar lo que era el socialismo, así como la “emoción socialista”, seguramente aludiendo a lo que era un ejercicio de razón y sentimiento, con el objetivo de crear conciencia. Ese momento histórico necesitaba de ese trabajo, de ejercer la democracia, de hacer política, considerada como el arte de hacer posible lo necesario, y que lo posible llegase a ser necesario.

Pues bien, otro destacado intelectual socialista, Antonio Ramos Oliveira, teorizó sobre lo que aquí nos interesa en un artículo que publicó El Socialista en marzo de 1932.

Para Ramos Oliveira habría dos posturas o tesis dentro del PSOE: una tendencia y una reacción. La primera era la preocupación llena de sentido pedagógico hacia los que habían ingresado recientemente en el Partido Socialista. Esta postura defendía realizar una labor educativa para los que llegaban, y era la del propio Ramos Oliveira. La reacción se ejemplificaba con el acuerdo adoptado por la Agrupación Socialista Madrileña que negaba el acceso a las candidaturas del Partido para diputados y concejales a los militantes que no tuvieran una antigüedad de dos años, como mínimo, en su militancia. Esta medida era claramente defensiva en su opinión.

Había, por lo tanto, que aclarar si el Partido para inmunizarse contra el arribismo político precisaba el cierre de sus puertas.

PRETENDIDA PUREZA IDEOLÓGICA

Esta cuestión se había suscitado por los sucesos de Castilblanco, que habían podido pasar, según acusaciones de algunos sectores del PSOE, en virtud de la propaganda de los recién llegados al Partido, que como no tenían la suficiente formación socialista habían predicado ideas y teorías ajenas al ideario socialista, prometiendo lo imposible.

Pues bien, nuestro protagonista no era de esa opinión. No se podía demostrar que el Partido estuviera mal representado en ningún sitio. Opinaba que era una campaña disfrazada contra el Partido, y promovida indirectamente tanto por los que habían callado como, por personas como el propio Ramos Oliveira, porque habían planteado en la prensa la cuestión de los “nuevos”. Pero insistía que no había problema alguno, y en caso de que se considerara como tal no parecían convenientes los gritos de alarma ni las medidas limitadoras como había hecho la Agrupación Madrileña.

Los defensores de esas medidas aducían que el Partido tenía que defenderse de los que buscaban solamente medrar, pero eso era penalizar a todos los que ingresaban; la privación de derechos era un castigo en una democracia. Esa privación al nuevo militante era imponer una sanción sin que hubiera delinquido. Ramos Oliveira era categórico en rechazar la limitación. El Partido no podía defenderse de antemano de un posible error. El Partido podía, perfectamente, degradar a un diputado socialista que no mereciera serlo.

En realidad, el ingreso en el Partido era como un bautismo, pero nada más. Pero, además, se podía llevar media vida en el Partido y no ser socialista, precisamente porque a ese militante le faltaría la convicción “espiritual” o la convicción “por vía intelectual”.

Ramos Oliveira hacía un alegato a favor del socialismo en general, sin vincularlo automáticamente con el Partido, ya que se podía ser socialista antes de ingresar en el mismo. Al socialismo se llegaba a través de dos caminos: por la sensibilidad o por la cultura, que nosotros interpretamos por los sentimientos o por la razón, en un razonamiento parecido al de Fernando de los Ríos. En realidad, el ingreso en el Partido era como un bautismo, pero nada más. Pero, además, se podía llevar media vida en el Partido y no ser socialista, precisamente porque a ese militante le faltaría la convicción “espiritual” o la convicción “por vía intelectual”.

El problema de existir, siempre siguiendo a Ramos Oliveira, sería solamente de vigilancia por parte de los militantes y de meditación ante los nombres de los posibles candidatos por parte de las asambleas que eran las que elegían a los mismos. Por eso era fundamental que los Comités facilitasen todo tipo de información. En democracia los problemas se solucionaban sin alarmas ni medidas draconianas.

En Argentina, en 1930, se planteó la necesidad de plantear una figura nueva para crecer, la del simpatizante.

EL SOCIALISMO ARGENTINO MÁS ABIERTO

Como es sabido, el compromiso ha sido una de las claves del socialismo internacional, de ahí el trabajo constante de los partidos socialistas para realizar actos, mítines, charlas y asambleas con el fin de difundir el ideario y conseguir más militantes. El crecimiento de la organización ha sido siempre un valor en sí para el socialismo, con las precauciones que hemos visto más arriba.

Los socialistas argentinos consideraban que muchos trabajadores no se afiliaban como militantes al Partido por distintos motivos derivados del trabajo, ocupación, etc., pero que se sentían identificados con el pensamiento y el ideal socialistas, además de participar en los procesos electorales, momentos especiales de todo Partido. Por eso, el Comité Ejecutivo Nacional del Partido Socialista argentino había resuelto que se elaborase por los centros y agrupaciones del mismo un padrón de simpatizantes.

El Partido tenía en ese momento 2.800 militantes, pero se era consciente que no todos tenían el mismo compromiso. Se calculaba que como militantes activos habría solamente unos 1.200. El objetivo era aumentar la militancia, pero también se era consciente de la dificultad de alcanzar un número sustancialmente mayor de afiliados, debido, siempre según la interpretación orgánica, por las propias condiciones y la rígida disciplina de la organización.

Empadronar un gran número de simpatizantes, sin estar sujetos a la vida activa del Partido, podía ser fundamental para difundir el ideario, fiscalizar en los procesos electorales, además de poder fidelizar un mayor número de votos, sin exigir reglas, pero dándoles la sensación que el Partido les conocía.

Y aquí encajaba perfectamente la fórmula del simpatizante, una figura de menor compromiso y tampoco tan sujeta a las estructuras del Partido, pero que podía ser un elemento fundamental en la difusión de las ideas socialistas y en algunas tareas. Los socialistas argentinos estaban intentando crecer y esta fórmula rebajada de compromiso podía ayudar en este objetivo.

Así pues, empadronar un gran número de simpatizantes, sin estar sujetos a la vida activa del Partido, podía ser fundamental para difundir el ideario, fiscalizar en los procesos electorales, etc.., además de poder fidelizar un mayor número de votos, sin exigir reglas, pero dándoles la sensación que el Partido les conocía y deseaba animarlos a la movilización en determinados momentos.

Además, con esta fórmula los propios simpatizantes se podrían ver estimulados por el reconocimiento que el Partido realizaba de su existencia y trabajo. Podrían convertirse en agentes fundamentales para el desarrollo de la organización y para el avance electoral.Hemos consultado el número 6821 de diciembre de 1930 y los números del día 2 de junio de 1931 y 9 de marzo de 1932 de El Socialista.