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El trabajo decente de las mujeres en el norte, inclusión y transición justa

El trabajo decente de las mujeres en el norte, inclusión y transición justa

La participación relativa de las mujeres creció. Por un lado, representa un desafío en cuanto a políticas de cuidados. Por otro lado, el empleo minero incluye cada vez más mujeres y diversidades. El litio es una oportunidad para la inclusión laboral con igualdad de géneros en las provincias del noroeste.

En el segundo trimestre de 2022 según un informe del Ministerio de Trabajo Empleo y Seguridad Social la participación de las mujeres en el mercado de trabajo, es la más elevada de la serie estadística que comienza en el año 2004 (medida para los segundos trimestres de cada año). En efecto, la tasa de actividad de las mujeres (medida para la población de 14 años o más) alcanza al 51,7 por ciento, siendo el valor más elevado de los últimos 18 años. 

La mayor participación laboral de las mujeres se produce en un marco en el que se verifica además el mayor porcentaje de mujeres ocupadas. En el primer trimestre de 2022, el porcentaje de mujeres ocupadas alcanza el 47,7 por ciento, un incremento de 3,4 puntos porcentuales con respecto a la tasa de empleo del 2019, previo a la pandemia, que además había sido el mayor índice hasta ese entonces.

La brecha entre las mujeres y los varones que acceden a un empleo se reduce considerablemente en el último período relevado, y es la menor de toda la serie desde el año 2004. Durante el período 2017-2019, el porcentaje de mujeres que accedían a un empleo era entre un 33 y un 30 por ciento inferior al porcentaje que detentaban los varones. En el segundo trimestre de 2022, la misma relación se reduce a un 28 por ciento.

Menos desempleo femenino

Además, como resultado del mayor crecimiento del empleo en relación a la expansión de la población económicamente activa, se produce una reducción de la tasa de desempleo de las mujeres. En efecto, en el segundo trimestre de 2022, la tasa de desempleo de las mujeres alcanza al 7,8 por ciento. Este valor se encuentra 3,4 puntos porcentuales por debajo de la tasa verificada en el mismo trimestre de 2019 (11,2 por ciento) y es el índice más bajo desde el año 2004. 

Ahora bien, estar ocupada no significa tener un empleo, y tener trabajo no significa que sea pago, es conocido que los sectores productivos altamente feminizados en su mayoría representan actividades de baja remuneración y en muchos casos de precarización, aún con esfuerzos notables de políticas públicas como registradas que fomenta la formalización de trabajadoras de casas particulares, que por cierto ha garantizado que cientos de miles de trabajadoras accedan a la seguridad social y la protección legal en nuestro país, las mujeres en la Argentina acceden al mercado de trabajo con grandes asimetrías, precarización entre otras cuestiones estructurales. Esas desigualdades crecen a medida que nos alejamos del centralismo porteño.

La brecha entre las mujeres y los varones que acceden a un empleo se reduce considerablemente en el 2022.

El Partido Socialista a través de la diputada nacional Mónica Fein, presentó en 8 de marzo del 2022 una iniciativa parlamentaria para la creación de un Sistema Nacional e Integral de Cuidados. Pone el acento en la enorme necesidad de reconocer las tareas de cuidado como una cuestión pública que debe abordarse desde el Estado, para garantizar que no recaigan únicamente en los cuerpos feminizados. Busca que exista una distribución equitativa que permita a las mujeres y diversidades acceder al mercado de trabajo formal en igualdad de condiciones.

Es conocido que el uso del tiempo es diferente entre quienes tienen a cargo las tareas de cuidado. Este factor trae como consecuencia el acceso a trabajos de menores cargas horarias o precarizaciones en contextos donde las mujeres además de “salir a trabajar” debemos ocuparnos del trabajo doméstico, las tareas del hogar y cuidados de personas. El proyecto de ley presentado por el bloque socialista propone entre otros aspectos el monitoreo de políticas públicas que generen equidad en el acceso a empleos formales rompiendo cualquier tipo de barreras.

Hacia un modelo de desarrollo inclusivo con equidad y trabajo decente

Es oportuno preguntarnos entonces qué modelo de desarrollo y crecimiento permite a las mujeres ser incluidas equitativamente al trabajo decente, que a su vez garantice la formación profesional hacia una transición justa. El mundo del trabajo cambia a ritmos acelerados y las mujeres no debemos quedar atrás, también para disputar el mercado de trabajo de mayores ingresos.

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) describe la transición justa como el proceso de «hacer que la economía sea lo más justa e inclusiva posible para todos los interesados, creando oportunidades de trabajo decente y sin dejar a nadie atrás». Desde una perspectiva de movimiento laboral, el objetivo de una transición justa, inclusiva y sensible al género, es garantizar que las mujeres puedan obtener buenos empleos en sectores tradicionalmente dominados por los hombres, como la energía, minería y la construcción, entre otros.

Desde una perspectiva de movimiento laboral, el objetivo de una transición justa, inclusiva y sensible al género, es garantizar que las mujeres puedan obtener buenos empleos en sectores tradicionalmente dominados por los hombres, como la energía, minería y la construcción.

Hablamos entonces del futuro del trabajo, el cuidado de la casa común y los derechos de las mujeres en el mismo eje. Y cómo se proyecta para quienes habitamos el norte del país.  La Argentina, Bolivia y Chile concentran más de la mitad de los recursos de litio a nivel mundial. Nuestro país cuenta con el 22% de esas reservas: es el segundo país productor de litio en salmuera y el cuarto a partir de cualquier tipo de extracción.

Las provincias litíferas son Catamarca, Jujuy y Salta, donde la desocupación de mujeres (especialmente entre 18 a 35 años) triplica la media nacional. Una región rica pero sin oportunidades para las mujeres.

Litio como oportunidad de desarrollo sostenible

“¿Cuál es el fin del litio?”, se pregunta un ensayo de la Fundación Rosa Luxemburgo. ¿Transición energética corporativa o transición energética justa? Afirma que “la transición energética popular es un concepto operativo capaz de disponer en un suelo proyectivo común la necesidad de abandonar el perfil extractivista de nuestra región, junto con la paralela necesidad de crear bases industriales, tecnológicas y sociales de un nuevo tipo de desarrollo…”. Concluye en que estamos frente a una oportunidad, para potenciar lo público, cambiar las bases sobre las que se sustenta nuestro modelo político-cultural de desarrollo, pensar la escala de prioridades y los sentidos de lo que hacemos en común.

El litio pone en el centro la cuestión de la transición justa. Es la llave que nos lleva a un modelo de electromovilidad. Nos implica repensar el modelo de consumo y del mundo del trabajo. Abre la posibilidad a nuevos empleos, nuevas unidades productivas. Entonces, ¿hay lugar para las mujeres? ¿Cuál es el rol del Estado en crear las bases industriales y tecnológicas que impliquen la generación de empleos decentes con justicia social y ambiental? ¿Qué aportes podemos hacer desde los feminismos para conciliar las ideas de desarrollo versus depredación ambiental?

Según informe de OIT sobre las Mujeres en la minería hacia la igualdad de género: “existe una gran variabilidad en función de la región: las mujeres representan hasta el 10 por ciento de la fuerza de trabajo en Asia, entre el 10 y el 20 por ciento en América Latina y entre el 40 y el 100 por ciento en algunos países africanos”.

Para que los suelos de sal no se conviertan en techo de cristal, hay que repensar políticas públicas discutiendo el rol de las mujeres y diversidades en el desarrollo económico de las regiones.

En la Argentina, según el informe Igualdad de género en minería, de la Secretaría de Minería de la Nación, el 80,1 por ciento del empleo minero es explicado por 7 provincias. Santa Cruz se encuentra en primer lugar con 9.408 puestos, seguida de San Juan con 5.111 trabajadores mineros. Estas dos provincias acumulan el 39 por ciento del empleo minero total. En cuanto a las provincias de la región NOA (Salta, Jujuy y Catamarca), acumulan 8.878 trabajadores (23,8 por ciento del empleo minero total). Dentro de la región Pampeana aparecen Buenos Aires y Córdoba con 4.279 y 2.184 puestos respectivamente, concentrando el 17.3% del empleo minero total.

En agosto del 2022 se registraron 37.269 empleos en el sector minero argentino, incrementándose en 3.739 puestos en comparación con el mismo mes de 2021. Este crecimiento interanual del 11,2 por ciento fue explicado en mayor medida por la provincia de Salta, que registró en su nómina de trabajadores mineros un aumento interanual del 37,5 por ciento (1.027 nuevos empleos mineros). De estos nuevos empleos 361 correspondieron al rubro de servicios mineros y actividades relacionadas. Detrás le sigue la provincia de Jujuy, con un aumento del 30,4 por ciento (759 nuevos puestos). Las siguientes provincias con mayor crecimiento interanual son San Juan (15 por ciento), Catamarca (14,1 por ciento), Córdoba (6,6 por ciento), Buenos Aires (3,5 por ciento) y Santa Cruz (0,8 por ciento). 

El empleo minero femenino alcanzó los 3.880 puestos de trabajo, lo que representó un 10,4 por ciento del total. El rubro que más mujeres empleó fue el de la producción del litio que en agosto de 2022 ocupó a 475 mujeres (12,2 por ciento del empleo minero femenino) abarcando el 20,1 por ciento.

Para que los suelos de sal no se conviertan en techo de cristal, hay que repensar políticas públicas discutiendo el rol de las mujeres y diversidades en el desarrollo económico de las regiones. En las mesas políticas y sociales, en las empresas y en los sindicatos, necesitamos crear un modelo de desarrollo que genere una industria con tecnología para pasar del modelo extractivista a un modelo de desarrollo asociado a los recursos naturales.

En el día de las madres… no quiero regalos, no quiero criar sola ni sólo criar

En el día de las madres… no quiero regalos, no quiero criar sola ni sólo criar

«Como madre me siento como Damocles cada octubre», escribe la autora, explicando que las madres no queremos sentirnos solas, juzgadas ni culpables. Tenemos derecho a disfrutar de la maternidad, acompañadas en el cuidado.
Madres y el derecho a disfrutar compartiendo la carga de los cuidados. ¿Feliz día?

Este domingo es el día de las madres en Argentina. Desde inicios de octubre empezamos a ver vidrieras y publicidades llenos de eslóganes: “mamá la más bella”, “Gracias mamá”, “a la que siempre está”, “a la que nos enseña a nunca bajar los brazos”, “a la que hace las mejores comidas” y bla blá… Como madre me siento como Damocles cada octubre, porque sí, quiero mi regalo, pero no estoy tan segura de querer todo el peso que conlleva ser merecedora de dicho presente. Son sentimientos encontrados: Les agradezco el reconocimiento, pero… sin ánimos de ser ingrata, que entre todes reproduzcamos el discurso esencialista sobre mi rol de abnegada sin poner en debate por qué soy yo “la que hace las mejores comidas” si no nací sabiendo cocinar, ni por qué no se me permite mostrar que a veces sí quiero bajar los brazos y acostarme a dormir, más que un reconocimiento se convierte en una muy pesada carga. 

Más que el regalito de cada octubre, las madres queremos no sentirnos solas, juzgadas ni culpables (¿de qué? ¡De todo!). En simples palabras queremos tener el derecho a disfrutar de la maternidad, disfrutar de jugar con nuestros hijes, lo que implica no lidiar solas con la parte complicada del proceso ni perder todo ápice de identidad en esta empresa. Queremos compartir la tarea, la carga mental, la preocupación y el regocijo de criar. Porque en definitiva, en el bullicio familiar, las exigencias escolares, el mito de la mujer maravilla que todo lo puede -porque es autónoma económicamente, porque se mantiene “en forma” y está a la postre de su familia con la mejor sonrisa y por supuesto jamás se enferma-, las madres nos sentimos solas. Aisladas, incomprendidas, ahogadas en mares de culpas por mandatos cumplidos a medias, que para colmo de males, son cada vez más excluyentes y sincréticos. 

NO NOS ARREGLAMOS NI LAS UÑAS PARA EL MARIDO

Las madres de niños pequeños recibimos embates desde muchos lugares. De nuestras madres y abuelas, agotadas y abnegadas, recibimos la mirada que desaprueba la crianza sin “correctivo”, que no nos arreglemos ni las uñas para el marido, que tengamos la casa despelotada, que el bebé duerma en nuestra cama y que estemos poco en la casa. De las pediatras de Instagram –qué casta-, que el colecho, la crianza con apego, la lactancia a demanda, la comida orgánica y casera, y disponibilidad al cien por ciento de las demandas de los peques sin prestar atención al mandato externo (porque los otros mandatos son los malos y generan culpas, los suyos, para quienes tienen las condiciones materiales resueltas, liberan). De amigas sin hijes, que no nos damos tiempo para nosotras, que no hablamos de otro tema que no sea la caca o la oferta de pañales, nos volvimos aburridas y sosas. Nos remarcan que no entienden cómo ni por qué elegimos maternar. Tampoco nosotras entendemos cómo hacemos ni por qué lo hacemos en estas condiciones, no entendemos por qué aún rodeadas de ruido y compañía nos sentimos solas e incomprendidas. En todos estos ámbitos está permitida la catarsis moderada, un poquito para mostrar que somos humanas, pero no mucho para no poner en dudas nuestro amor incondicional a la cría. 

Hablar de cuidados es también hablar de una política cultural y si hablamos de cultura hablamos de que el cambio tiene que ser integral en la sociedad.

Cuando hablamos de cuidados y de la forma en que se organizan socialmente las responsabilidades vinculadas a la sostenibilidad de la vida, el epicentro está en las familias, y dentro de las familias el núcleo principal de asistencia, de respuesta y contención son las mujeres, principalmente las madres, aunque también las hermanas mayores, las tías, las abuelas, que estarían encarando y supliendo el rol esencialmente materno, ese que festejamos en fechas como esta. Tenemos vasta evidencia sobre esto, inclusive los resultados de la Encuesta Nacional de Uso de Tiempo (2021 INDEC) lo muestran con claridad: las mujeres en Argentina tenemos jornadas productivas mucho más extensa que los varones, incluyendo no sólo el trabajo remunerado sino también todo el trabajo doméstico y de cuidados que hacemos en nuestros hogares. A partir de esa evidencia, y de que cada vez nos faltan más manos y horas del día para cumplir con todas las exigencias, comenzamos a problematizarlo y a demandar al Estado que cumpla una función central como promotor de políticas públicas que atiendan a estas necesidades y de regulador de las relaciones en el mercado laboral y la oferta de servicios privados. Pero…con que una minoría intensa (¡gracias feministas!) le exija al Estado –y ojalá este responda-, no basta para sentirnos menos solas en este proceso. Como advierte Nieves Rico, hablar de cuidados es también hablar de una política cultural y si hablamos de cultura hablamos de que el cambio tiene que ser integral en la sociedad. 

Cambio cultural. Romper estereotipos. No alcanza sólo con normas.

NECESITAMOS UN ESTADO PROMOTOR DE POLÍTICAS

Pensar en los cuidados como parte central de nuestra construcción cultural, y por consiguiente entender a las políticas de cuidado como políticas culturales, implica tener la posibilidad de romper con el contrato sexual que establece con qué cartas juega cada uno/a y re-barajar. Pero para eso no sólo necesitamos de un Estado promotor de políticas… necesitamos fundamentalmente discutir las vivencias vinculadas a cuidar despojadas de prejuicios y tapujos, con toda su diversidad variopinta, por clase, etnia, región, tipo de familia, sin el miedo a la censura social que a todas y todos nos convierte en víctimas y verdugos. Nos debemos esa discusión, a nivel social en general pero sobre todo en el plano de las relaciones íntimas y fraternas.

No es fácil ser impermeable frente al juzgamiento de la abuela, de las amigas, de la maestra, del compañero, de los amigos del compañero, de la pediatra, de las/os colegas y jefes, ni principalmente, del nuestro. Tampoco es fácil dar cuenta de nuestras falencias y de nuestros privilegios. Por ello generalizamos, sublimamos, tapamos. En ese ejercicio de “impermeabilizarnos” nos anestesiamos y también nos aislamos, dejamos de sentir lo bueno y lo malo, todo pierde intensidad y nos automatizamos. Al automatizarnos reproducimos sin reflexión alguna los distintos mandatos impuestos, y generamos un mosaico de modelos en torno a los cuales construimos el andamiaje de nuestras vidas y el de nuestros hijos. Así, la soledad se vuelve parte de nuestra identidad como madres, y como dice Florencia Freijo en su libro Solas (aun acompañadas), nos une a todas por igual y está presente en todas las mini batallas que libramos día a día. El problema a mi modo de ver, no es la soledad en sí, sino la falta de conciencia sobre ella y por consiguiente su naturalización. 

Qué dilema se presenta cuando el amor incondicional a un hijo se antepone moral y socialmente a todo deseo de individualidad de las mujeres. Porque dicho dilema es una singularidad femenina, que debe ser oculta bajo secreto de sumario con las vergüenzas vinculadas al caso, aislándonos y juzgándonos aun más. 

MATERNIDADES AUTOMATIZADAS

Pero ¿Acaso podemos simplemente tomar conciencia de nuestra soledad y seguir como si nada pasara cuando tenemos en nuestras espaldas el peso de la vida de otros? Parece una trampa: el aislamiento anestesiado nos permite vivir con cierta incomodidad pero en un terreno en el cual estamos adaptadas que nos habilita a seguir funcionando como se espera que lo hagamos. Al respecto me resonó mucho el ensayo “Vivir sola” de Vivian Gornick, que si bien no refiere a la maternidad, en uno de los pasajes donde describe la soledad cristaliza el mayor temor sobre mi individualidad que despertó ser madre. A grandes rasgos Gornick plantea que la soledad no es letal y ser conscientes de ello puede ayudarnos a convertirla en una aliada, pero que carcome la energía y evapora la vida interior, nos secciona de nosotras mismas, nos quita vivacidad y por consiguiente en su adormecimiento nos condena a la mediocridad. Qué dilema se presenta cuando el amor incondicional a un hijo se antepone moral y socialmente a todo deseo de individualidad de las mujeres. Porque dicho dilema es una singularidad femenina, que debe ser oculta bajo secreto de sumario con las vergüenzas vinculadas al caso, aislándonos y juzgándonos aun más. 

Ser conscientes de que criamos en soledad nos conduce a enfrentarnos con nuestra responsabilidad individual y colectiva. Por lo tanto, nos obliga a tomar una posición activa y optar por sostener a conciencia maternidades automatizadas, o apostar por el cambio de dirección. Comencemos a poner en palabras nuestra soledad, permitámonos ver en las madres personas falibles, que cometen errores, que desean y que conviven con su propia fragilidad, y también en este proceso, demos espacio para que las masculinidades ejerzan la paternidad sin la constante supervisión materna. Si para esperar el regalo del mes de la madre, el precio es criar sola y que de mi (nosotras) se espere sólo criar, al igual que Damocles, también devuelvo los regalos.

El cuidado es trabajo. La maternidad disfrute. La cultura nos carga de culpas.