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¿Quién nos cuida?

¿Quién nos cuida?

Las tareas de cuidados son un sector muy activo de la economía con una altísima tasa de informalidad y donde principalmente se ocupa a mujeres. Las crisis lo profundizan: el voluntarismo reemplaza a los gobiernos. Es necesario repensar el rol del Estado, la distribución de las tareas de cuidado y acciones para impedir la vulneración de derechos.

Hablar de cuidados es referirse a un tema del que mucho se debate en los últimos tiempos, pero aún quedan muchos interrogantes que responder, sobre todo queda mucho que definir para partir desde un concepto común. A partir del hecho de que toda persona en algún momento de su vida ha recibido algún tipo de cuidado indispensable para su desarrollo y muchas posteriormente ejercimos cuidados pero, a nivel general, en la ciudadanía se percibe un escaso conocimiento del tema. Es posible enmarcar dentro del concepto a una vasta serie de actividades destinadas a velar por el bienestar cotidiano de las personas, tanto desde lo material y económico, como desde lo moral y emocional.

Se trata de un concepto muy amplio. Con seguridad, muchos en este momento estarán pensando en algún familiar que los crió -¿habrá sido una mujer?-, pero pocos tal vez piensen en la responsabilidad que tiene el Estado a la hora de regularlo, desarrollarlo y garantizarlo.. 

Se abren así una serie de interrogantes con un alto grado de complejidad. ¿Por qué es importante que el Estado piense en políticas de cuidado?¿Es necesaria una regulación?¿Hasta dónde llega esa “regulación”?¿No entra la misma en conflicto con la privacidad de las personas y las familias?¿Hasta dónde el Estado puede responder por el cuidado ejercido por Instituciones privadas o personas que no forman parte de la Administración Pública?

Intentaremos avanzar en darles respuesta, aunque dejando para otro momento el cuidado dentro del hogar, que representa a gran parte de las tareas de cuidados, donde el trabajo no es remunerado y además se ve atravesado por la disparidad de recursos en cada hogar para ejercerlo. 

CUIDADOS COMO ACTIVIDAD ECONÓMICA

Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), las políticas de cuidado abarcan «aquellas acciones públicas referidas a la organización social y económica del trabajo destinado a garantizar el bienestar físico y emocional cotidiano de las personas con algún nivel de dependencia».

Estas políticas consideran tanto a los destinatarios del cuidado, como a las personas proveedoras e incluyen medidas destinadas tanto a garantizar el acceso a servicios, tiempo y recursos para cuidar y ser cuidado, como a velar por su calidad mediante regulaciones y supervisiones.

“La cantidad de horas utilizadas (por las mujeres) para el cumplimiento del cuidado reproductivo y el trabajo doméstico imposibilitan el desempeño en otros ámbitos de quienes asumen esa responsabilidad.”

El sector del cuidado como actividad económica combina los empleos de enseñanza, salud, doméstico y asistencia social, siendo la principal fuente de empleo para las poblaciones femeninas. Esto  demuestra algo que no resulta una novedad: el fuerte componente de género aún en los espacios laborales remunerados.

En todos los casos, se observan porcentajes más altos de mujeres en los rubros asociados a labores domésticas llamados “sectores de la economía del cuidado”. Según la CEPAL, en el caso de América Latina: salud un 73,2%, enseñanza 70,4% y el más alto es hogares como empleadores, que aglutina las distintas modalidades de trabajos domésticos remunerados, con un 91,5% de mujeres en el sector.

La desigualdad con la que se distribuyen estas actividades y responsabilidades asociadas al cuidado hacia adentro de los hogares ha demostrado ser un factor de detrimento del plano profesional y académico de las mujeres. La cantidad de horas utilizadas para el cumplimiento del cuidado reproductivo y el trabajo doméstico imposibilitan el desempeño en otros ámbitos de quienes asumen esa responsabilidad.

La deserción escolar de niñas y jóvenes también está ligada a la adopción de roles tradicionales sobre cuidados y labores domésticas y ha significado una reducción en los años promedios de educación, lo que dificulta el acceso al mercado laboral de estas niñas.

Según la Encuesta Permanente de Hogares (EPH), la demanda de cuidados en los hogares con hijos representa un impedimento para la incorporación de mujeres al plano laboral por la desproporción del volumen de tareas domésticas a partir de la existencia de hijos. Esta desigualdad se vuelve aún más profunda si consideramos que los sectores donde las mujeres se encuentran sobrerrepresentadas, como los que conforman al sector de cuidados, son las ramas económicas peores pagas y con mayores tasas de informalidad y precariedad.

Lo cierto es que aún no se cuenta con estadísticas fiables acerca de  los espacios de cuidados que se generan espontáneamente en lo comunitario (más aún en un contexto socioeconómico complejo como el actual),  o sobre aquellos que desde el sector privado ejercen estas tareas.

“Cada área o nivel del estado contribuye en su medida al desarrollo de políticas de cuidado, pero si estas medidas carecen de integralidad y no se aborda al Sector del Cuidado como un macrosistema, lejos estamos de poder dar respuesta.”

Si repasamos rápidamente, podemos ver cómo cada área o nivel del Estado contribuye en su medida al desarrollo de políticas de cuidado, pero si estas medidas carecen de integralidad y no se aborda al sector del cuidado como un macrosistema, lejos estamos de poder dar respuesta. 

Pensemos en los comedores, los espacios  de cuidado generados entre los barrios, donde las vecinas (en su mayoría) cuidan a los hijos de las madres amigas que por trabajo no pueden atender a los menores que tienen a cargo. Hablamos de  actividades voluntarias sin remuneración, pero que intentan cubrir una necesidad evidente e ineludible. Como mencionamos, las épocas de crisis económica hacen que estos espacios proliferen cada vez más en el territorio, sin registro, sin habilitación, algunos con ayudas económicas y otras solamente con la buena voluntad de una comunidad, cruzando la gran incertidumbre de afrontar el mantenimiento de estos espacios de manera desigual, con la angustia de no tener garantía de si podrán o no sostenerlos mañana.

ADULTOS MAYORES

Otro caso a destacar es el de los espacios para adultos mayores. Aquí hay varias problemáticas para mencionar: la relación entre hogares públicos y privados, la proporción de cuidadores respecto de internos, la debida formación de los mismos y los protocolos sanitarios son sólo algunas de todas las existentes. Un sinnúmero de interrogantes que con los datos disponibles se responden a medias, que si indagamos, cada área o nivel del Estado responde por lo que le compete. De esta forma, los interrogantes continúan surgiendo y el trabajo por hacer resulta arduo. Pero ante todo camino largo se tiene que empezar por lograr una foto real del panorama.

Hace algunos años que en la región se viene instalando el tema en la agenda pública, principalmente a partir de la consideración económica del trabajo doméstico. En la Argentina podemos ver varios ejemplos de propuestas que van orientadas en este sentido, y que contribuyen al debate público respecto al rol del Estado, como lo es el proyecto de ley para la creación de un Sistema Nacional Integral Federal de Cuidados presentado por los diputados Mónica Fein y Enrique Estévez en marzo de 2022; y el proyecto de ley “Cuidar en Igualdad: Sistema Integral de Políticas de Cuidados en la Argentina (SINCA)”, del Poder Ejecutivo Nacional presentado el mismo año. 

“Pensar la igualdad de oportunidades desde una perspectiva integral del cuidado, no solo es importante, sino que se vuelve crucial ante una realidad económica dura, donde quienes se encuentran desprovistos de los medios necesarios para acceder a ese cuidado son principalmente los sectores más vulnerables de la sociedad.”

Estas propuestas le abren el camino a las políticas de cuidado para ocupar un espacio importante en el debate público y las instala en agenda. Las preguntas que nos hicimos al comienzo de esta nota vislumbran sus respuestas a medida en que el debate avanza, por lo que entendemos que pensar la igualdad de oportunidades desde una perspectiva integral del cuidado, no sólo es importante, sino que se vuelve crucial ante una realidad económica dura, donde quienes se encuentran desprovistos de los medios necesarios para acceder a ese cuidado son principalmente los sectores más vulnerables de la sociedad. Son quienes se encuentran más expuestos a los abusos, a la violación de derechos y a una gran cantidad de barreras que imposibilitan su desarrollo personal. 

El Estado debe “repensarse” para garantizar herramientas, espacios seguros y accesibles de cuidados, debe además brindar la información necesaria para prevenir los abusos y sobre todo avanzar articuladamente desde todos sus niveles y principalmente legislar para transformar dichas iniciativas en políticas públicas que trasciendan al gobierno de turno.

La Argentina y cada una de sus provincias necesitan generar los consensos necesarios para que el foco principal esté puesto en construir una sociedad más justa e igualitaria.

Reeditan la obra inaugural de la literatura queer  

Reeditan la obra inaugural de la literatura queer  

«El bosque de la noche», de Djuna Barnes, es la primera novela que incluyó un personaje no binario. Fue un boom en su tiempo. La escritora, un ícono. El libro fue reeditado con prólogo de la escritora feminista Siri Hustvedt, que logra poner el fondo del libro en foco.

“La muñeca y el inmaduro tienen algo de bueno: la muñeca porque se parece a la vida, pero no la contiene, y el tercer sexo porque contiene vida, pero se parece a la muñeca. ¡Ese rostro bendito! Debería verse sólo de perfil, de lo contrario nos damos cuenta de que es la conjunción de dos mitades hendidas e idénticas de aprehensión asexuada”.

Una pregunta para romper el hielo. ¿Puede una novela encontrar a sus lectores cien años después? Es posible que esto suceda con «El bosque de la noche», de Djuna Barnes, editada en 1937 y escrita diez años antes en el vértigo modernista de los años locos parisinos. Sin embargo, nada es claro en esta novela que tiene los colores, los ruidos, los aromas y los peligros de la noche.

Seix Barral decidió rescatar «El bosque de la noche» con una edición prologada por Siri Hustvedt, que se suma al histórico prólogo que escribió T. S. Eliot para la primera edición de la novela de Barnes. 

La decisión de aumentar el volumen de páginas con una mirada de una autora contemporánea y feminista es más que oportuna. La propia Barnes, que se recluyó gran parte de su vida en un departamento neoyorquino, dejó trascender que Eliot en verdad no había sabido aprehender la esencia de «El bosque de la noche». Hustvedt sale al rescate de esa verdad que Eliot no pudo leer entre líneas.

La escritora estadounidense nos confiesa que a lo largo de su vida releyó «El bosque de la noche» muchas veces porque se trata de una obra tan pletórica de sentidos que se van volviendo aprensibles en las distintas etapas de la biografía de cada lector. Sin dudas una escritora de hoy sabe mejor qué hacer con la propuesta de Barnes que un hombre de aquel entonces, e incluso que una mujer de hace un siglo. 

INTERPELAR AL SUJETO MODERNO

El sujeto que Barnes interpelaba en sus páginas barrocas y poéticas era sin dudas un sujeto de la modernidad. Hombres y mujeres diseñados para procrear y perpetuar la especie. Barnes fue una pionera, luego de ella aparecieron los booms del feminismo, de los estudios de género y queers. 

Pero los conocimientos de los que hoy disponemos no hacen de «El bosque de la noche» un libro accesible. En absoluto. Leerlo es adentrarse en la oscuridad de los deseos más desesperados y eso nos acerca a las profundidades de la poesía. Hay que releer (en voz alta) para encontrar el sentido porque Barnes, de tanto romper con las ideas asumidas como normales, conduce al lector hacia el reino de las aporías.

El argumento. Una mujer andrógina (Robin) es deseada primero por un hombre (Félix), con quien tiene un hijo al que ella rechaza y luego es amada por dos mujeres (Nora y Jenny). Sí, la historia de un triángulo lésbico fue escandalosa en su tiempo.

Pero hay mucho más porque gran parte de la información le llega al lector de boca de un doctor (Matthew O´Connor) que ha vivido toda su vida con una identidad no binaria sin amar ni ser amado. Ni homosexual, ni heterosexual, ni hombre, ni mujer, es más bien como una muñeca que no tiene un ombligo que la vincule con la sexualidad. A él acuden las “víctimas” de la mujer andrógina y el doctor lleva al extremo la imaginación extenuando los significados. 

La potencia vanguardista de El bosque de la noche se evidencia en el hecho de que por primera vez un escritor (¡una escritora, mejor dicho!) inventó un personaje no binario.

“El hombre -dijo Nora, con un temblor en los párpados-, supeditándose al miedo hizo a Dios; del mismo modo que la criatura prehistórica, supeditándose a la esperanza, hizo al hombre… al enfriamiento de la tierra, a la recesión del mar. Y yo, que deseo poder, elegí a una chica que parece un chico”, expresa la protagonista de la novela, alter ego de la autora, quien escribió el texto después de la ruptura con la escultora Thelma Wood, quien fue el amor de su vida. 

“Exacto -dijo el doctor-, nunca antes habías amado a nadie, y nunca más volverás a amar a nadie como amas a Robin. Muy bien… ¿qué es este amor que sentimos por el invertido, chica o chico? Era de ellos de quienes se hablaba en todas las novelas que hemos leído. La muchacha perdida, ¿no es acaso el príncipe encontrado? Ese príncipe encima de un caballo blanco que siempre hemos estado buscando. Y el hermoso muchacho es una doncella ¿no es tal vez el príncipe-princesa vestido de encaje? ¡Ninguno de los dos y la mitad del otro, la imagen pintada en un abanico!”.

ICONO DE ESCRITORAS LESBIANAS

Barnes se convirtió en un ícono para las escritoras lesbianas; aún pululan las anécdotas de las innumerables veces que Susan Sontag, Anaïs Nin o Carson McCullers intentaron hablar con ella, montando guarda en su casa, sin éxito alguno porque Barnes por entonces era toda una persona ermitaña y misántropa (vivió sus últimos 41 años recluida). 

La potencia vanguardista de «El bosque de la noche» se evidencia en el hecho de que por primera vez un escritor (¡una escritora, mejor dicho!) inventó un personaje no binario. Barnes termina por elegir -como la voz de mando de su historia- al doctor O´Connor, este ser fuera de toda regla, que no puede ser el actor principal porque su vida ha sido anulada, pero es el testigo de un tiempo que es la suma de los tiempos, de un amor que es todos los amores, de un deseo que es único y divisible.

“¡La última muñeca, la que te ofrecen de mayor, es la chica que hubiera debido ser un chico, y el chico que hubiera debido ser una chica! El amor por esta última muñeca ya estaba anunciado en el amor por la primera”, le hace decir Barnes al doctor O´Connor para correr el velo de misterio que cubre la afirmación que abre este artículo. “¿Por qué crees que me he pasado casi cincuenta años llorando en los bares, si no porque soy una de ellas?”, agrega O´Connor, el primer personaje no binario que irrumpió en la literatura hace cien años.

Hoy, gracias a esta reedición de «El bosque de la noche», podemos sacarlo de la preciosa casa de muñecas en la que permaneció guardado todo este tiempo.

María Luisa Femenías: “En toda época hubo disidencias tanto de mujeres como de varones”

María Luisa Femenías: “En toda época hubo disidencias tanto de mujeres como de varones”

Después de su libro «Ellas lo pensaron antes», la filósofa María Luisa Femenías publicó «Los disidentes». Un trabajo meticuloso que recupera a pensadores varones que en sus respectivas épocas fueron voces diferentes y sensibles a la agenda feminista. 

María Luisa Femenías, filósofa y autora de «Los disidentes» y «Ellas lo pensaron antes».

Los disidentes. Filósofos feministas excluidos de la historia (Galerna, 2022), es un trabajo meticuloso de recuperación de una serie de pensadores de diferentes épocas que ilustran precisamente que en cada una de ellas existieron voces diferentes, que desde posiciones a veces marginales y otras veces no tanto, cuestionaron el orden patriarcal. El texto va desde Averroes, filósofo y médico andalusí musulmán, matemático y astrónomo, nacido hace casi mil años, hasta gente que está viva, como Amartya Sen, economista y filósofo indio que en 1998 recibió el Premio Nobel en Economía, uno de los primeros concedidos a alguien que no forma parte del esquema ortodoxo en la materia, sino que por el contrario, lo impugna.

La autora de este trabajo, María Luisa Femenías, es una filósofa argentina y una referencia ineludible en filosofía y feminismo en habla hispana. Doctora en filosofía, es pionera en los estudios de género en Argentina y sobre violencia contra las mujeres en América Latina. Cofundadora de instituciones de investigaciones en Género en la UNLP y en la UBA, en 2016 recibió el premio nacional Fundación Konex.​ Entre sus publicaciones se destaca Perfiles del feminismo iberoamericano, en tres volúmenes.

En Los disidentes pasa revista en cuatro partes ordenadas cronológica y temáticamente por un seleccionado de pensadores, algunos muy reconocidos en la historia de la filosofía mientras otros prácticamente ignotos. Pero incluso los más renombrados que María Luisa selecciona no son habitualmente destacados por haber impulsado en su labor de filósofos un cambio de mirada respecto de la situación de la mujer. Eso hace atrapante el trabajo: permite redescubrir a pensadores como Agrippa, Condorcet o John Dewey, desde lugares distintos a los que habitualmente los presenta la academia.

También es importante el hecho de que la autora no se limita a citar un par de frases o a mostrar con quién discutieron: en el capítulo que le dedica a cada uno, se mete en su época, indaga las influencias que los marcaron, rastrea y detalla los coetáneos con que dialogan o discuten, los presenta en diálogo (a veces tenso) con sus propios maestros, reconstruye sus argumentos tratando de hacerlos accesibles a cualquier público curioso, destaca de qué manera actuaron en su tiempo en los debates públicos e incluso cómo influyeron (o intentaron influir) en la legislación de sus sociedades, y trazando las líneas que ellos abrieron, como quienes abren surcos, caminos nuevos, sabedores de que otras personas los recorrerían.

En este diálogo, María Luisa responde algunas preguntas acerca de las motivaciones y coordenadas que propone su trabajo.

«Ellas lo pensaron antes y Los disidentes son obras que se complementan solidariamente: muestran a lo/as “perdedores” de su época, cuyas contribuciones diluidas y tamizadas por necesidades de cada presente, fueron socavando hegemonías hasta contribuir a consolidar narraciones y situaciones “nuevas”».

En un libro anterior (Ellas lo pensaron antes) trabajaste sobre “filósofas excluidas de la memoria”. A Los disidentes lo subtitulaste “filósofos excluidos de la memoria”. Podría decirse que tus trabajos muestran que la temática fue la excluida. ¿Te sorprende que así haya sido incluso en las corrientes autopercibidas como más revolucionarias?

Mi hipótesis de fondo es que el paradigma patriarcal es tan fuerte, tan potente ―lo esbocé hace muchos años en un articulito un poco ingenuo, visto a la distancia, que está en Hiparquia, en internet― que podría decirse que neutraliza de diversos modos todo lo que tiende a desestabilizarlo. Obviamente, estos modos ni están planeados por mentes especulativas siniestras ni responden a planes preconcebidos. La sinergia social va resolviendo las situaciones a medida que se van produciendo. Casi me atrevería a decir que echa mano de la “caja de herramientas” de la que hablaba Wittgenstein. En esa suerte de reservorio, encuentra los elementos que le permiten reconfigurarse para subsistir; es decir, para no perder su poder. Como el entramado es sólido y entreteje una cantidad de variables que las distintas épocas han ido explicitando y analizando ―pero que, seguramente, guarda otras tantas de las que aún no somos plena y epocalmente conscientes―, la “caja de herramientas” es compleja, sutil, extremadamente rica y hasta cierto punto sólo previsible en sus lineamientos más gruesos.

Dicho esto, bastante conjetural, la primera hipótesis que sostengo es que la noción de igualdad, tal como la defendió Poullain de la Barre, desestabiliza el paradigma respecto de los sexos, de las “razas”, de los estamentos sociales y de las religiones. Hasta ahí las incidencias más significativas que él desarrolló. Claramente, sin la noción de “interseccionalidad” ahora tan en boga, ya denunció que las urdimbres de la trama socio-política no permanecen desconectadas. Una multiplicidad de relaciones de diverso tipo y nivel las conecta.

Una segunda hipótesis que sostengo es que el análisis mujeres-víctimas / varones-victimarios es una reducción extrema de la cuestión. Sirve grosso modo para ciertos análisis de conjunto, pero desde un punto de vista filosófico, que es el mío, oscurece una multiplicidad de matices; por ejemplo la incidencia de los discursos contrahegemónicos, que yo ubicaría ―si esto fuera posible― en la caja de herramientas. Claro está que estas imágenes espaciales tienen sus límites, pero a mí me ayudan a conceptualizar algunas cuestiones.

Volviendo: de ahí que me interesara señalar que en toda época hubo disidencias tanto de mujeres como de varones, que llevan las marcas de la cultura ―en toda la amplitud y vaguedad del término― de su tiempo. La concepción ilustrada de progreso, actualmente en crisis, oscureció esas disidencias en tanto proyectó una suerte de tiempo lineal futuro siempre mejor, que no permite ver los altibajos y los claroscuros de cada época. Por eso, Celia Amóros apeló al feminismo como conciencia crítica de la Ilustración. Me atrevería a decir que además, el modo de construir la memoria histórica en base a las necesidades del presente (o al menos de los discursos o las fuerza hegemónicas del presente), está actualmente seriamente en crisis.

Por eso creo, que tanto Ellas lo pensaron antes como Los Disidentes son obras que se complementan solidariamente: muestran a lo/as “perdedores” de su época, cuyas contribuciones diluidas y tamizadas por necesidades de cada presente, fueron socavando hegemonías hasta contribuir a consolidar narraciones y situaciones “nuevas”. Claramente los discursos contrahegemónicos fueron permeando la sociedad/cultura de su tiempo hasta hacer posibles muchos cambios. Pero, no se puede descuidar el estar atentos tanto a los logros como a las resistencias (por lo general en sordina), a esos mismos cambios.

 

Otro hilo que atraviesa tu trabajo es mostrar que, aunque no siempre, la preocupación filosófica por la condición de la mujer solía ir de la mano con el reclamo por las clases más desposeídas –por ejemplo en Olympia de Gouges, Condorcet, Mario Bravo o Sen. ¿Te preocupa que esa ligazón hoy se encuentre debilitada?

No siempre, pero mayoritariamente parece que es así. Yo creo que en realidad funciona siguiendo una lógica binaria, a la manera de la clase de “los que tienen derechos” y la de “los que no los tienen”; es decir, “los excluidos”, los que se definen por la negativa. Esa categoría está integrada por una pluralidad variopinta de individuos. Ya se sabe que la definición por la negativa, es imprecisa cuando no imposible. Habitualmente, se la denomina de diversos modos: Julia Kristeva, Judith Butler entre otros/as, la denominan “lo abyecto”. Qué se hace más visible de ese complejo abyecto depende de circunstancias históricas, socio-políticas, económicas, y un largo etcétera. Ahora, el paso de la modernidad ilustrada a la postmodernidad prioriza el sexo-género por sobre otros ejes, a los que oscurece y debilita: la etno-raza, el hambre, la religión, la lengua… Cada país, región o cultura produce sus propios claroscuros y redefiniciones.

Una curiosidad personal: ¿Por qué no incluiste a Bertrand Russell, uno de los filósofos del siglo XX de mayor visibilidad, impar en su compromiso con el feminismo, al punto de haber sido candidato electoral feminista?    

Toda exclusión es dolorosa, es verdad. La editorial me había encargado un trabajo de unas 300 carillas con pocas notas, que irían al final de cada capítulo. Los disidentes tiene casi 450 páginas y más de 900 notas a pie de página, según un pedido expreso mío porque las notas al final, me dificultan la lectura, y creo que a mucha gente le pasa lo mismo. La editorial dio su máximo. Y, en cierto sentido, vos mismo das la clave de la respuesta: “mayor visibilidad”; Russell tiene mucha visibilidad, por eso preferí seleccionar filósofos menos conocidos o cuya obra feminista lo era menos. Russell se pudo dar el lujo (por diversas circunstancias, entre ellas su clase) de escandalizar e ironizar la sociedad de su tiempo, poniendo en primer plano causas incómodas al status quo: la paz, los crímenes de guerra, los derechos de las mujeres, el hambre, las libertades sexuales. No es un filósofo olvidado, ni invisible. Tiene un peso propio, por su genialidad, su ética y su irónica práctica de vida.

«Respecto de Mario Bravo, en realidad podría haber elegido a otros varones argentinos más o menos de la época que también apoyaban la igualdad de las mujeres, el mismo Juan B. Justo o Alfredo Palacios. Pero su figura desató mi curiosidad, primero porque es mucho menos conocida». 

Me pareció especialmente relevante que en un campo tan eurocentrado como el de la filosofía, trabajaras sobre autores de nuestra región, me refiero a Carlos Vaz Ferreira y a Mario Bravo. Y en este último caso, más llamativamente, puesto que ni siquiera es tenido en cuenta como pensador. ¿Qué te movió a hacerlo?

Son autores poco conocidos. Vaz Ferreyra en Uruguay lo es más, y un buen amigo filósofo también, Miguel Andreoli, lo ha trabajado extensamente. Yo sólo revisé su “feminismo”, entre otras cosas, porque escribió un libro sobre el tema (Sobre el feminismo), razón por la que me pareció interesante incluirlo. Mi propósito era incluir latinoamericanos tal como había hecho con las filósofas. Vaz Ferreyra es una figura interesante por la época en que escribió y por algunas limitaciones que presenta.

Respecto de Mario Bravo, en realidad podría haber elegido a otros varones argentinos más o menos de la época que también apoyaban la igualdad de las mujeres, el mismo Juan B. Justo o Alfredo Palacios. Pero su figura desató mi curiosidad, primero porque es mucho menos conocida. En la zona del Abasto (en CABA), hay una calle con su nombre y muchas veces se lo confunde con Alfredo Bravo, otra figura notable.

Creo que me atrajo su periplo: tener un origen modesto, estudiar con esfuerzo en la Universidad Nacional de Tucumán, graduarse de abogado, haber presenciado y denunciado las huelgas de zafreros y sus represiones, venirse a Buenos Aires, haber representado como abogado la primera cooperativa inscripta en el país ―el Hogar Obrero― y siendo parlamentario, haber presentado año tras año un anteproyecto de Ley por los derechos de las mujeres hasta que la ley se sancionó en 1926.

Además, como se recortó el Anteproyecto, en aspectos sensibles, publicó un libro ―Los derechos civiles de la mujer― muy fundamentado iusfilosóficamente. Incluso en sus artículos sobre cooperativismo, toma en consideración a varones y a mujeres por igual, como miembros activos, con derechos y responsabilidades en paridad.

Por todo eso, me pareció que merecía un lugar en la memoria del feminismo, entre los varones que compartieron con las mujeres en un proyecto que, como decía Beauvoir, nos hacía más libres a todos, varones y mujeres.

QUIÉN ES

María Luisa Femenías  es una filósofa feminista argentina, académica, investigadora y escritora. Pionera en los estudios de género en Argentina, en sus proyectos de investigación ha trabajado la noción de sujeto e identidad centrándose en cuestiones de multiculturalidad, exclusión y conocimiento situado además de sobre la violencia contra las mujeres en América Latina. Su trabajo fue clave para la consolidación del “Centro Interdisciplinario de Estudios de Género” de la Universidad Nacional de la Plata. En 2016 recibió el premio nacional Fundación Konex.

Estudió Filosofía en la Universidad de Buenos Aires y se doctoró en Filosofía Teórica en la Universidad Complutense de Madrid con una tesis dirigida por Celia Amorós sobre el pensamiento aristotélico publicada en 1996 con el título de Interioridad y Exclusión: Un modelo para desarmar (Buenos Aires, 1996). En 1990-1991 fue miembro del seminario Feminismo e Ilustración creado por Celia Amorós.

Ha desarrollado su trayectoria académica en la Universidad Nacional de La Plata. Fue catedrática de Antropología Filosófica en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (1997-2016) y de Derechos Humanos de las Mujeres (2011-actual) en la Facultad de Derecho de la misma universidad. En la actualidad es Profesora Consulta de la Universidad Nacional de La Plata. También imparte cursos y conferencias en América Latina y Europa: ha sido profesora visitante de la Freie Universität Berlin, la Université de Toulouse, Berkeley y Perugia. Además obtuvo becas Fulbright, Erasmus, Complutense y DAAD.

En sus proyectos de investigación ha trabajado la noción de sujeto e identidad centrándose en cuestiones de multiculturalidad, exclusión y conocimiento situado. También ha trabajado sobre el pensamiento de la filósofa post-estructuralista Judith Butler y sobre la violencia contra las mujeres en América Latina.

Historieta y censura

Historieta y censura

La historieta en Argentina fue un objeto relativamente soslayado por los órganos censores del estado en sus épocas más violentas. Hoy, en tiempos democráticos, la censura todavía persiste bajo otras formas.

A veces en  nuestra discusión pública se usa tanto la acusación de censura como estrategia defensiva que lo primero que se me viene a la cabeza es pensar que si todo es censura, nada lo es. Pero claro: un simple desacuerdo no constituye un acto de censura, porque la palabra de dos ciudadanos plenos de derecho, a priori, vale lo mismo tanto para opinar una cosa como su contrario. Cuando se termina la posibilidad de desacuerdo, también se termina el momento de la política y llega el de la policía.

Pasado ese primer shock de sorpresa nihilista llegan las preguntas: ¿qué es la censura, entonces? ¿quién la ejerce? ¿cómo es ejercida? ¿sobre qué o quiénes?

Si a la impugnación de la opinión de otro producida en un simple desacuerdo entre iguales no la ubicamos en el orden de la censura, vamos a tener que poner el ojo en otras dinámicas que ocurren en la tensión entre lo individual y lo comunitario.

Si a la impugnación de la opinión de otro producida en un simple desacuerdo entre iguales no la ubicamos en el orden de la censura, vamos a tener que poner el ojo en otras dinámicas que ocurren en la tensión entre lo individual y lo comunitario. Lo primero que identificaríamos como un mecanismo de censura es la constitución de organismos estatales que dedicados a admitir o prohibir de manera sistemática e institucionalizada la circulación de un determinado tipo de expresiones o de productos culturales: en estos casos, además, la censura institucionalizada representa un dispositivo articulado en un plan de gobernanza más amplio de la población. Además, deberíamos hacer también un llamado de atención, al menos, sobre cómo influye o repercute un contexto fuertemente represivo en los mecanismos individuales de autocensura (hay determinaciones en la configuración de ciertas estructuras psíquicas que favorecen ciertos tipos de censura, pero, en niveles más próximos a la conciencia, el cálculo y la decisión sobre lo que alguien está dispuesto a verbalizar o publicar tiene la finalidad de que no se rompa el lazo entre el individuo y su comunidad). Y tampoco debiéramos correr la mirada de las obstrucciones a la libre expresión en contextos empresarios, pero el problema crecería demasiado para abordarlo en pocos párrafos.

Veamos, entonces, y a modo de ejemplo, tres trayectos históricos en donde hay censura alrededor de, pero nunca sobre, la historieta, un lenguaje modulado a partir de la secuenciación de imágenes, pero, fundamentalmente, un medio de masas con tiradas completamente explosivas a mediados del siglo pasado y cuyas ventas se fueron extinguiendo a medida que la competencia en la industria del ocio fue saturando ferozmente la capacidad de atención de los trabajadores en sus momentos de descanso. Serán tres títulos bien canónicos: Mafalda, Las puertitas del señor López y El Eternauta. En estos casos casos está involucrado claramente el estado, que, por otra parte renuncia más o menos abiertamente a ser garante de las libertades individuales consagradas en la constitución. En nuestro país conocimos y padecimos casos inapelables de esta práctica, organizados desde un Estado que para gobernar hipertrofió su poder de policía en sus múltiples órdenes, pero es interesante el análisis consecutivo de estos tres casos porque veremos que, por algún motivo, las historietas y las formas de censura entramadas en su propio contexto (represivo) de producción se ven desbordadas y eso tiene consecuencias.

1964-1973, ARGENTINA: MAFALDA Y LA CENSURA COMO INMINENCIA

La historia del producto Mafalda es bien particular: su diseño inicial fue bosquejado a principios de los ‘60 por Quino para formar parte de una campaña publicitaria de Siam Di Tella, una marca de electrodomésticos, y no pudieron colocar la tira en Clarín porque se dieron cuenta de la estrategia de PNT. Tiempo después se consolidó como protagonista de una tira publicada en el semanario Primera Plana (de tendencia liberal y vinculado a una facción puntual del golpismo argentino: los azules) durante su primer año de vida. Luego de ese lapso, prosiguió su publicación en el diario El Mundo (que había sido comprado unos años antes por empresarios asociados al Partido Comunista). Finalmente, la última mitad de su trayectoria editorial transcurrió en la revista Siete Días Ilustrados de la Editorial Abril. El propio Quino decidió que la última tira de Mafalda fuera publicada el 25 de junio de 1973, cuando el gobierno de Cámpora estaba organizando las primeras elecciones sin proscripción después del largo y turbulento período de la política argentina posterior a 1955.

A lo largo de su trayectoria, la tira, fuertemente inspirada en Peanuts de Charles Schultz, le dio protagonismo a un tipo sociológico que se había masificado durante las décadas anteriores: la familia de clase media. Entre el debut de la tira, donde participaban solamente Mafalda y su padre, hasta el cierre del diario El Mundo, Quino fue incorporando prácticamente todos los personajes que conformarían el elenco estable, dando así lugar a que, a través de los amigos de Mafalda, aparecieran ficcionalizadas otras configuraciones ideológicas y otras cosmovisiones interactuando entre sí y con la coyuntura.

Contrario a lo que se suele pensar, Mafalda nunca recibió censura directa, aun a pesar de haber denunciado en sus páginas tanto esa como otras prácticas represivas del onganiato. Por ejemplo, una tira muy famosa juega con un grafiti interrumpido que pide el fin de la censura y quien remata el chiste es Mafalda haciendo un comentario con las palabras clave sin terminar. Otra tira que denunciaba la represión fue aquella del palito de abollar ideologías, en la que, a diferencia de la ilustración que se hizo famosa al poco tiempo, la observación hecha por Mafalda y dirigida a Miguelito está obturada por las ramas de un árbol, y el chiste se genera cuando el propio policía portador del “palito” repite con gesto de sorpresa lo que dijo la protagonista. Un detalle un tanto siniestro de esta última tira es que en julio de 1976 un hecho represivo en una iglesia conocido como “la masacre de San Patricio” concluyó con el hallazgo de los cadáveres de tres sacerdotes y dos seminaristas junto a un poster de la viñeta de Mafalda. De manera que, evidentemente, el lugar singular de Mafalda en la constelación de objetos culturales de cierta clase media enfrentada a la represión y la violencia estatal estaba muy identificado por los militares y sus adláteres, pero desconocemos por qué nunca operaron directamente sobre la tira, el autor o el semanario donde era publicada.

Contrario a lo que se suele pensar, Mafalda nunca recibió censura directa, aun a pesar de haber denunciado en sus páginas tanto esa como otras prácticas represivas del onganiato. Por ejemplo, una tira muy famosa juega con un grafiti interrumpido que pide el fin de la censura y quien remata el chiste es Mafalda haciendo un comentario con las palabras clave sin terminar.

En cambio, sabemos que los editores rechazaron alguna tira propuesta por Quino o que el autor ha contado que muchas veces se autocensuraba. La censura en Mafalda es prácticamente una condición material de producción: un fantasma que acecha constantemente. Y lo que produjo fueron dos efectos muy puntuales e interrelacionados. Por una parte, la construcción de un repertorio de metáforas historietísticas, una serie de símbolos, tonos, complicidades, gestos gráficos, que permitían hablar de algo de lo que no se hablaba y denunciarlo como acto compartido de resistencia entre el autor y sus lectores. Por otra parte, permitió que ese repertorio de gestos y señalamientos rompiera barreras generacionales y territoriales. Hay registros de lectura en otros países como Chile, México o España durante o poco después de la época de producción de la tira en nuestro país. También sabemos por comentarios de Daniel Divinsky, dueño de Ediciones de la Flor, que la editorial no quebró durante la dictadura de 1976, a pesar de que él haya sido privado de su libertad, gracias a la generosidad de, entre otros, Quino, cuyos libros, y en especial los de Mafalda, se siguieron reimprimiendo sin inconvenientes y sus ventas se sostuvieron. ¿Por qué? ¿De qué manera se actualizaba la lectura de una tira fuertemente atravesada por la coyuntura del pasado próximo? ¿Qué complicidades y réditos sociales producía la posesión de un libro de Mafalda en una biblioteca familiar? ¿Por qué no se impidió su circulación durante la dictadura genocida si ese material ya estaba debidamente analizado e identificado? Algunas de estas preguntas están mejor planteadas en el artículo «La Mafalda militante».

Daniel Link, en un artículo que analiza El principito como fenómeno literario dijo atinadamente que es la novela de los que no leen literatura: si uno se cruzara con cualquiera de esas personas que dicen “no me gusta leer”, muy probablemente habrá leído y disfrutado El principito. En Argentina, con Mafalda pasa un poco lo mismo: es la historieta de los que no leen historieta. Y el fenómeno es tan fuerte que, aún a pesar de que fuera una tira abierta la interpelación de la coyuntura local e internacional, trascendió fronteras. ¿Qué y cómo se traduce Mafalda en chino, en armenio, en inglés, en alemán, o incluso en guaraní? ¿Cómo se la lee en esos idiomas? ¿Cuánto permanece de la atmósfera cultural de la que emergió y cuánto se deja atravesar por los fantasmas de las formas de censura y de violencia padecidas por los otros pueblos en los territorios donde es editada aún hoy? ¿Será posible responder estas preguntas para tener un indicio de qué comunidad construyó (y seguirá construyendo persistentemente, por la marca indeleble que dejó en Mafalda) la censura del onganiato?

1979-1982, ARGENTINA: LAS PUERTITAS DEL SEÑOR LÓPEZ, LA CENSURA Y SUS DESLICES

En un viejo artículo sobre el humor gráfico argentino, Juan Sasturain destaca (sin un gramo de inocencia) la línea que une la aparición de la revista Tía Vicenta y de Mafalda, fundamentalmente en su período de la Revista Siete Días Ilustrados, a la emergencia de un proyecto ciertamente innovador a la vez que icónico del panorama cultural de su tiempo como la revista Hum®. Esa publicación comandada y financiada por Andrés Cascioli vio la luz en junio de 1978. Cascioli, que volvía a intentar una revista humorística después de Satiricón y Chaupinela, entendió que tenía la posibilidad de irrumpir en la monotonía del paisaje cultural de los años de dictadura en parte por la cercanía de la fiesta mundialista y en parte por la percepción de que lo peor de la represión ya había pasado. En general, los actores involucrados, por un lado, le quitan densidad a la posición crítica respecto del gobierno militar, porque era solamente, como lo indicaba su nombre, una inocente revista de humor, pero, por otro, recalcan que la posición central como dispositivo de denuncia fue construyéndose con el paso del tiempo, el favor del público y, no menos importante, el prestigio ganado fuera del país.

Lo que según Sasturain vincula a Mafalda con Hum® es que ambas fueron respuestas humorísticas a contextos represivos, que fueron consumidas por públicos de capas medias y que requerían de un cierto grado de politización y de sintonía con la época para decodificar segundas lecturas que son, precisamente, las que destacan hoy al releerlas como productos culturales contestatarios.

Me interesa especialmente una historieta que había nacido en la revista El Péndulo, otra publicación de Ediciones La Urraca, pero, al cerrar dicha revista, prosiguió en Hum®, todo esto entre 1978 y 1982. La historieta es Las puertitas del Señor López, que reunía a Carlos Trillo en los guiones y Horacio Altuna en los dibujos, dos figuras muy importantes de la historieta argentina, que además y en simultáneo ya publicaban El Loco Chávez en la contratapa de Clarín con gran éxito.

En contraste con la comedia de enredos costumbrista en formato de tira que ejecutaban Trillo y Altuna en el gran diario argentino, las cinco páginas que tenían a disposición en El Péndulo y luego en Hum® apostaban por algo levemente más sombrío y con un desarrollo autoconclusivo. La historieta consiste de una serie de historias breves cuyo principio constructivo es el de la fuga de lo real: el Señor López es un personaje gris, anodino, poco relevante, que vive su vida oprimido en los dos espacios que habita. En su casa, lo asfixia la figura de su esposa (el remanido estereotipo de la jabru, una vez más); en su trabajo, su jefe lo somete y sus compañeros le hacen bullying. No hay zona de la realidad que no le resulte inhabitable a López, quien tampoco es una persona con una cosmovisión emancipadora: al contrario, él bien quisiera formar parte del poder, estar del otro lado. De manera que ante cualquier indicio de comportamiento abusivo hacia él, cruza una puerta y se deja arrastrar por sus ensoñaciones. Estas toman las formas más diversas y permiten a Altuna poner a prueba su versatilidad al representar mundos influenciados por imaginerías y registros muy disímiles, como puede ser la de Moebius en un capítulo, para saltar, en el capítulo siguiente, a un noir con aires de película de Bogart. Pero esas fugas nunca le garantizan un escape efectivo: el desarrollo de la aventura al otro lado siempre termina frustrando el deseo del protagonista. Moraleja: no hay escape, la imaginación de López tampoco resulta habitable. A partir de este esquema, los autores hicieron vivir a López distintas aventuras cada quince días, hasta que en 1982 Altuna partió a España, ya consolidada su transición democrática, para radicarse y trabajar allí.

La revista Hum®, por lo que sabemos, convivió con la censura, tensó la cuerda, fue haciéndose camino a partir de ir tanteando los límites y exponiéndose al riesgo cierto de que la represión clandestina del estado cayera sobre alguno de sus integrantes. Cuentan que el del 24 de diciembre de 1979 fue el primer número que representó un boom de ventas porque tuvo una caricatura de Videla en la tapa, pero que al apuntar las críticas a la economía (Videla estaba por ser devorado por las pirañas de la importación) parece que los censores del ejército no pusieron reparos en su publicación.

Con el diario del lunes y el lugar bastante prominente que se le ha atribuído en general a la revista, parece fácil atisbar que Hum® fue un punto de fuga de la censura centralizada del estado en el que cierta porción de la población políticamente informada y cultural y estéticamente instruida (es decir: un grupo definible en buena medida por la posesión de un cierto capital simbólico y material) encontró un espacio para reconocerse en la disidencia a la gestión del conflicto sociopolítico por la vía de la violencia.

En ese trayecto plagado de riesgos, hubo un capítulo del Señor López que me llama poderosísimamente la atención. La acción inicial se sitúa en su trabajo: el jefe le anuncia que debe ausentarse unos días y, al no estar otros tres compañeros, el mismo López quedará a cargo. Empoderado, busca en seguida hacer uso de su nuevo status mandoneando a otros de su mismo rango, pero nadie le hace caso. Entonces se va al baño ofuscado, y al cruzar la puerta de un cubículo ingresa a una habitación con gran pompa, plagada de personas de apariencia notable. Después de que le ponen una banda, camina hasta la cabecera de una mesa muy grande y comienza a pronunciar un discurso de asunción presidencial, pero, cuando está por terminarlo, entra a la habitación un personaje vestido de militar y lo interrumpe para informarle que su gobierno será destituido y reemplazado en la presidencia por un mariscal de tres apellidos. López sale de la habitación sin decir palabra, vuelve al baño y posteriormente a su oficina, más ofuscado que antes.

Lo que me fascina es que quizás podría imaginar razones para que la Junta censurara el número y no pasó. Lo cierto es que ninguno de los protagonistas se explica muy bien por qué el órgano censor permitió que Hum® recrudeciera sus críticas y empezara a señalar aspectos que concitaban descontento entre sus lectores. Quizás la política de medios de los militares estuviera enfocada fundamentalmente en silenciar de la opinión pública masiva los señalamientos sobre la clandestinidad de la represión, y entonces la recreación imaginaria de un derrocamiento (por lo demás bastante pacífico en este caso) no representaba nada fuera de lo común dentro de la larga serie de interrupciones de la continuidad democrática que sufrió nuestro país durante el siglo pasado.

Con el diario del lunes y el lugar bastante prominente que se le ha atribuído en general a la revista, parece fácil atisbar que Hum® fue un punto de fuga de la censura centralizada del estado en el que cierta porción de la población políticamente informada y cultural y estéticamente instruida (es decir: un grupo definible en buena medida por la posesión de un cierto capital simbólico y material) encontró un espacio para reconocerse en la disidencia a la gestión del conflicto sociopolítico por la vía de la violencia. Si bien la revista, como un todo o en cada una de sus partes, no dejó una marca tan fuerte como la de Mafalda, es bien reconocida como un faro de la resistencia cultural contra la censura, y, simétricamente, Las puertitas del señor López conserva todavía hoy buena parte de ese aura, que se repone mediante copiosos prólogos en las distintas reediciones internacionales que se siguen haciendo de ella. ¿Será posible recorrer los libros que no fueron censurados durante un período represivo y revivir algún aspecto de ese clima, de la inminencia de la censura, del peligro que corrían los cuerpos, las vidas de quienes enunciaban un disenso con el poder?

1957-2012, ARGENTINA: EL ETERNAUTA Y LA POST-CENSURA 

Del Eternauta quiero recordar una anécdota bastante reciente. Todo el mundo conoce esta obra, que vendría a ser, por qué no, la otra “historieta de los que no leen historietas”. Fue un suceso mayor en el ámbito argentino durante su publicación a tal punto que puso a Oesterheld inmediatamente en el centro de nuestro canon de autores. Pero la deriva militante posterior del autor le confirió un tenor a su figura que muchas veces se filtra en las lecturas de la historieta, escrita muchísimo antes de su ingreso a la organización Montoneros, su opción por la lucha armada y su desaparición. Es más: las marcas de este viraje ideológico son mucho más visibles en la continuación del Eternauta, escrita y publicada en 1976.

No obstante, hay que volver a decir claramente que el primer Eternauta no recibió censura. Hubo, en cambio, una reescritura encargada en 1969 por la revista Gente con dibujos de Alberto Breccia que por orden de la editorial fue terminada antes de tiempo porque en el entramado de la geopolítica ficcional se estaban cruzando interpretaciones de las izquierdas de la época sobre el imperialismo que “desviaron” el argumento original, pero la revista cargó las tintas sobre los resultados dispares de la experimentación visual de Breccia. Esa versión del primer Eternauta es probablemente menos conocida que el prólogo escrito por Oesterheld en 1975 para la primera edición en libro de la historieta original dibujada por Solano, en cuyas breves líneas instituye una lectura posible sobre la figura del héroe colectivo de la historieta. Esa segunda repolitización y reactualización del fenómeno Eternauta fue mucho más efectiva y duradera que la anterior.

Más notable aún es el caso del segundo Eternauta, conocido durante mucho tiempo como “el Eternauta montonero”, que, publicado durante la última dictadura argentina, no sólo no recibió censura sino que concluyó su publicación con Oesterheld y sus hijas ya desaparecidos.

De la vida posterior de la historieta cabe recordar, por un lado, su inclusión en una colección de grandes obras literarias argentinas publicada por Clarín en 2006, que volvió a actualizar la canonización tanto de la obra como de su guionista, además de que puso de relieve la interpelación que producían la historieta y la vida de Oesterheld en un contexto de fuerte reivindicación de los movimientos de DDHH, de avance en los reclamos de memoria, verdad y justicia y de reparación a las víctimas del terrorismo de estado. Por otro lado, ocurrió una asimilación de HGO y su obra magna dentro de la mitología kirchnerista, cristalizada en la imagen del Nestornauta, surgido con posterioridad a la muerte de Nestor Kirchner. El último paso en la canonización definitiva del Eternauta y su difusión masiva por fuera de los circuitos historietísticos o de la cultura fue su ingreso a los programas escolares de lectura, que incluyó la compra de ejemplares para repartir en todas las escuelas del país, entre otras políticas motorizadas desde el gobierno en sus diferentes niveles. En esta enumeración tal vez se pueda intuir una serie de colectivos solapados que todavía hoy comparten y disputan algunos sentidos de la historieta: ese es el “nosotros, lectores del eternauta” que se nos bosqueja.

Más notable aún es el caso del segundo Eternauta, conocido durante mucho tiempo como “el Eternauta montonero”, que, publicado durante la última dictadura argentina, no sólo no recibió censura sino que concluyó su publicación con Oesterheld y sus hijas ya desaparecidos.

En aquel contexto, Mauricio Macri, entonces jefe de gobierno de la ciudad autónoma de Buenos Aires, abrió durante 2012 una línea telefónica gratuita para que los padres pudieran denunciar si a sus hijos los adoctrinaban en las escuelas con actividades propuestas por la organización “La Cámpora” en genera, y las relacionadas al Eternauta en particular. De hecho, consultado en una entrevista fue muy puntual y dijo “el Eternauta definitivamente no entra” a los colegios. Por supuesto que fue acusado de censurar la historieta y a partir de ese episodio algunas librerías experimentaron una leve alza en las ventas de la historieta. Macri, al día siguiente, retiró sus palabras con una disculpa parcial, argumentando que su problema no era con el Eternauta sino con el Nestornauta y toda clase de adoctrinamiento en las escuelas. Sin embargo la línea telefónica quedó abierta.

En aquella época fue sindicada como un llamado a la delación, cuando no, una vez más, de lisa y llana censura. Me interesa pensar qué forma de censura hay aquí. No es, desde luego, una censura encubierta, porque está a la vista de todos, pero tampoco es una censura formal porque no hay un órgano estatal instituido para tal fin. En cambio, lo que pareciera hacer el Estado en esta especie de estrategia de post-censura es retirarse y descentralizar la potestad censora en la ciudadanía, facilitando un medio para que se denuncie a un objeto señalado claramente, aunque no se defina su peligrosidad con tanta precisión sino más bien dentro de un manto de ambigüedades (es decir, en palabras de Macri: peligrosa es la Cámpora pero no necesariamente el Eternauta).

¿Es el tipo de censura que se puede permitir un estado en un contexto no represivo? ¿Es el tipo de censura que podía permitirse un partido gobernante con aires de obamismo y respeto de la libertad pero por debajo un fuerte componente conservador y antiperonista? Y a estas preguntas se suman otras: ¿Habrá llamado algún padre a la línea gratuita? ¿A cuento específicamente de qué? ¿Seguirá abierta para denunciar adoctrinamiento por El Eternauta? ¿Se habrá ampliado el horizonte del adoctrinamiento? ¿Habrá sido estratégicamente óptimo que la respuesta a este dispositivo fuera la denuncia cerrada (y quizás extemporánea) de censura? ¿Hasta qué punto la vigilancia sobre ciertos contenidos escolares no conforman un clima enrarecido en cuanto a la libertad de expresión dentro del aula, y por qué no también fuera de ella? ¿Será posible escapar de estas prácticas organizadas desde el estado?

Que los niños voten

Que los niños voten

Ser niño, niña o adolescente no es un limitante para comprender la realidad, las infancias decodifican con sus herramientas la economía, la ciudad y las instituciones entre otros temas. Es momento de abrir el debate acerca de la necesidad de incorporar a las infancias en la vida política.

Nacimos en los 80. Fuimos niños capaces de comprender la inflación: ¿entonces, por qué nuestra opinión de niños no era considerada y sigue sin ser considerada?

Tenía 8 años y con diez australes compraba diez gomitas en el almacén de doña Sebastiana, en la esquina de casa. A los dos meses, con cien australes compraba diez gomitas. Días más tarde, las podía comprar con mil. Era 1989: el «índice gomita» era trascendental para mí y mis amigos en un contexto hiperinflacionario. Vivíamos y sufríamos lo que pasaba. Teníamos mucho para decir.

Chicos y chicas de séptimo grado de la Escuela Guillermo Rawson, en Mendoza, presentaron una exposición sobre la historia de los mundiales. Contaban el contexto político, países participantes, momentos en los que no se celebró la competencia debido a la guerra, hablaron de la dictadura argentina, de las dos Alemanias, de Malvinas, de la condición de explotación de los trabajadores en Qatar. No sólo comprendían, también analizaban el contexto político-social de los mundiales y su influencia global.

Infancias que participaban cuando se les permitía.

El artículo 12 de la Convención Internacional de los Derechos del Niño declara que todos los estados miembro deben garantizarles condiciones para formarse un juicio propio, el derecho de expresar su opinión libremente en todos los asuntos que les afecten, teniéndose debidamente en cuenta las opiniones de niños y niñas, en función de la edad y madurez. 

Según el Observatorio Social de la UCA en su informe “Retorno a la senda de privaciones que signan a la infancia Argentina”, el 52,7% de niños y niñas en la Argentina son pobres. El 10% vive en la indigencia. Entonces, el mundo adulto, que contempla Estado y ciudadanía deberíamos preguntarnos: por qué estamos haciendo tan mal nuestro trabajo y qué piensan niños y niñas de esta situación. 

LA TRANSFORMACIÓN URBANA

Si bien en el año 2012 se sancionó en la Argentina la ley 26.774 que habilita a jóvenes de 16 a 18 años a expresarse en las urnas a través del voto voluntario, tanto las políticas públicas como las acciones partidarias, no han experimentado cambios sustanciales en cuanto a acciones dirigidas a juventudes e infancias. Con excepciones en gobiernos locales aunque, en muchos casos, la mirada adultocéntrica mitiga el alcance.

Entonces, ¿cómo sería una ciudad donde las infancias tengan voz y voto, convirtiéndose en actores clave a la hora de decidir nuestro gobierno? No olvidemos que sus derechos deben ser resguardados, una responsabilidad ineludible. Sin embargo, su opinión no puede quedar en una declaración y su libertad de expresión debe ser considerada con la misma seriedad que la del resto de la ciudadanía.

«El primer impacto de la participación infantil y juvenil es en la ciudad, las infancias reclaman calles amplias para caminar, con espacios verdes para juego.»

 

El primer impacto de la participación infantil y juvenil es en las ciudades. Las infancias reclaman calles amplias para caminar, con espacios verdes para jugar. Se refleja en experiencias como el proyecto Fronte di Liberazione dei Pizzinni Pizzoni, de 2012, de la  Universidad de Sassari. Allí con juegos, cuentos y una comunicación imaginativa, se involucraron a los niños en la re-planificación de su ciudad y de paso, aportaron a los urbanistas nuevas formas de ver el espacio.

República Dominicana en 2001 con el apoyo de UNICEF implementó en la ciudad de Bani el Concejo de la Juventud. Promovió la participación de jóvenes a partir de la elección directa de sus representantes. Para 2012 ya eran 16 municipios replicando esta iniciativa con resultados extraordinarios: el 85% de los niños y niñas de 9 a 18 años participan activamente de las elecciones, eligiendo alcaldes, secretarias y tesoreras de manera directa. En el mismo lugar donde apenas el 50% de los adultos participa de los comicios, según contó la BBC.

LOS NIÑOS NO SON EL FUTURO

Chiqui Gonzalez creadora del Tríptico de la Infancia y el Tríptico de la Imaginación en Rosario, sostiene que la infancia pone en crisis varios aspectos del a gestión pública: “tanto en sus metodologías como en su forma de acción, dado que el juego, la imaginación, las preguntas, la investigación y exploración de lo real, no han sido frecuentemente consideradas como importantes por la política como problemáticas para su propia construcción.”

«El adulto considera a la infancia como una etapa de preparación para la adultez, los niños como adultos potenciales. En términos pedagógicos la formación académica de los niños los ha preparado para cumplir con las expectativas de personas adultas»

 

Francesco Tonucci destaca lo peligroso del discurso político que incita a los niños a ser el futuro, que todo lo importante es aquello que está por venir. Sin embargo, lo importante, destaca el pedagogo italiano, es el ahora. 

En países como la Argentina, cuenta en La Vanguardia, Alejandro Castro Santander, la participación de los niños y las niñas en la vida política es prácticamente nula, y si bien destaca que existen iniciativas, especialmente locales, al respecto, ninguna tiene como resultado la elección de sus representantes. 

Agrega además que predomina la consideración de la infancia como una etapa de preparación para la adultez: niños como adultos potenciales. En términos pedagógicos la formación académica de los niños los prepara para cumplir con las expectativas de personas adultas. Es decir, la educación nunca ha estado al servicio de la niñez, sino del adulto.

Las niñas y niños no reciben actualmente las herramientas pedagógicas para la construcción de ciudadanía, sin embargo se expresan, critican y reclaman. Demandan al entorno por sus necesidades, pero no está el mundo adulto dispuesto a oírlos. Nos resulta jocoso, simpático e ingenuo cuando una niña o niño reclama, en serio, por justicia, educación, ambiente y seguridad. Muchas veces el planteo termina en algún comentario humillante.

«El deseo de progresar en soledades un cuello de botella por donde pasan únicamente los privilegiados y las mayorías son arrojadas a la marginalidad, pero lo que la juventud consume es la ilusión de ser elegido.»

La mirada adultocéntrica en la política hace cada vez más distantes a las juventudes de la participación. Las carencias de acciones concretas, la desilusión que supone el hecho de que su invocación no redunde en representación real y que las políticas públicas no se vean reflejadas en transformación de sus condiciones, da permeabilidad a planteos ultraconservadores que, invocando a la libertad individual, plantean estados mínimos, sin intervención en la vida de las personas y relativizando su rol en la garantía de derechos sociales.

HABLAR A LAS JUVENTUDES

El Estado pierde legitimidad, infancias y juventudes son cada vez más permeables al planteo meritocrático del cuentapropismo y por ende más susceptibles de ser ajustados en sus mismas pretensiones. El deseo de progresar en soledad es un cuello de botella por donde pasan únicamente los privilegiados y las mayorías son arrojadas a la marginalidad, pero lo que la juventud consume es la ilusión de ser elegido.

Resulta imprescindible entonces incorporar la mirada política de niños, niñas y jóvenes, no sólo cómo simpáticos consultores sino como ciudadanos de pleno derecho. Tal como lo acepta el estado argentino al adherir a la Declaración Universal de los Derechos del Niño sancionada en 1989 y ratificada en 1990 con rango constitucional, a partir de la sanción de la nueva carta magna de 1994.

Asumir la condición de ciudadanía de las infancias lo cambia todo porque hemos sido pésimos gestores de sus intereses y necesidades, hemos construido normas de carácter declarativo y no nos hemos comprometido con la construcción de conciencia ciudadana desde temprana edad. Hemos, además, fallado en generar ámbitos donde se los tome en serio.

La implementación de políticas públicas activas, con impacto en el corto plazo, con resultados tangibles y la mirada de las infancias como protagonistas excluyentes debe ser un compromiso de los estados, que atraviesan una imperiosa necesidad de legitimidad social. Es la oportunidad de ampliar la democracia, una respuesta eficaz a las tendencias autoritarias que banalizan su rol y buscan captar a las juventudes olvidadas.


 

La dictadura en cuestión, entrevista con Gabriela Águila

La dictadura en cuestión, entrevista con Gabriela Águila

La historiadora Gabriela Águila ofrece en su último libro una lectura renovada de la última dictadura militar. Entre la divulgación histórica y el rigor académico, la autora analiza uno de los períodos más significativos de nuestra historia reciente. 

La historiadora Gabriela Águila (fotografía de Marcelo Bustamante, La Capital de Rosario)

Historia de la última dictadura militar (Siglo XXI, 2023) es el último libro de la historiadora Gabriela Águila, un trabajo que se sitúa a mitad de camino entre la investigación académica y la divulgación histórica. Esta posición híbrida, lejos de restar méritos al libro, lo proveen de un rigor y una solidez que, lamentablemente, muchas veces falta en publicaciones destinadas al gran público.

¿Qué más se puede decir de la última dictadura militar en la Argentina que no se haya dicho? ¿Acaso tiene sentido seguir discutiendo los años setenta (como se quejan agriamente algunos comunicadores)? El libro de Águila demuestra a cada página que todavía hay mucho por decir e investigar sobre el tema, que se puede ofrecer nuevas lecturas e interpretaciones a pesar (o tal vez gracias a que) de ser un hito de la historia tan connotado por propios y extraños. No sólo eso, la autora, una historiadora reconocida y consagrada, presenta y da a conocer mucha de la producción de jóvenes (o no tanto) investigadores e investigadoras, becarios y becarias, que en los últimos veinte años han venido investigando distintas aristas y actores de este período de la historia argentina. Esta inclusión da al libro una frescura y solidez que tal vez de otro modo no hubiera tenido.

El libro recorre con claridad y una escritura ágil el devenir de la última dictadura militar en la Argentina, con un tono y un registro amigable para lectores no expertos. No obstante eso, el libro ofrece para los especialistas y curiosos una extensa sección de notas y referencias bibliográficas que respaldan las afirmaciones y explicaciones desarrolladas a lo largo de todo el volumen. Una obra destinada a convertirse en una referencia para aquellos que quieran acercarse a este tema y a sus interpretaciones más recientes.

Sobre este libro, los desafíos de abordar un tema tan cargado de sentido y algunas de sus principales líneas interpretativas, conversamos con Gabriela Águila para La Vanguardia.

«Los golpistas se propusieron objetivos muy ambiciosos con la pretensión de refundar y reorganizar la nación, cerrando una etapa de caos, desgobierno y corrupción que había favorecido a juicio de los militares el surgimiento y desarrollo de la denominada subversión». 

La dictadura de 1976, objeto de tu último libro, es y fue considerada por muchos un parteaguas en la historia argentina: ¿Qué cambió ese día (y los años subsiguientes)? ¿El saldo de la última dictadura fue, en cierto modo, refundacional (así no sea en los parámetros que ellos se proponían)?

La dictadura de 1976-1983 puede ser considerada un parteaguas en la historia argentina, en primer lugar porque fue la última vez que las Fuerzas Armadas intervinieron en la vida política nacional con un golpe de estado. Cuando esa dictadura finalizó, en diciembre de 1983, las Fuerzas Armadas habían perdido no sólo su legitimidad política sino también el rol que habían desempeñado en el sistema político-institucional, cerrando el ciclo de alternancia entre civiles y militares que caracterizó al siglo XX argentino. Pero también puede ser analizada como un punto de inflexión por sus objetivos, estrategias implementadas y resultados, en particular en lo que refiere a la violencia represiva y las violaciones masivas a los derechos humanos.

Los golpistas se propusieron objetivos muy ambiciosos con la pretensión de refundar y reorganizar la nación, cerrando una etapa de caos, desgobierno y corrupción que había favorecido a juicio de los militares el surgimiento y desarrollo de la denominada subversión. La condición necesaria para imponer el orden era, en primer lugar, la acción represiva con el objetivo de aniquilar la acción subversiva pero también disciplinar a la sociedad. El otro objetivo central del golpe fue la reestructuración de la economía, vinculada con la implementación del plan de Martínez de Hoz, que favoreció la distribución regresiva del ingreso y afectó al salario y el empleo, y podríamos sumar otros que referían al funcionamiento del sistema político y la relación con los partidos, la política sindical y laboral, las políticas educativas y culturales, además del autoritarismo, la censura y las restricciones a los derechos ciudadanos, denotando un proceso global de una amplitud y unas características que aparecen como inéditas en la historia nacional por su profundidad y amplitud. Además, se trató de un proceso histórico con alcances y efectos en el mediano o largo plazo, tanto en lo que refiere a los efectos individuales y sociales de la represión (que fueron más allá de los afectados directos) y su persistencia e impacto en la memoria social, como en la conexión entre las políticas económicas implementadas en aquellos años y su profundización en los siguientes, así como otros han encontrado los efectos del autoritarismo y la represión incluso en algunas actitudes presentes en la sociedad argentina en el largo plazo.

Pero, por otro lado, me interesaba también poner en debate la excepcionalidad de esa dictadura, tanto por la extendida intervención de las Fuerzas Armadas en la vida política y en la represión de la conflictividad social y política durante el siglo XX y, asimismo, porque fue coetánea o contemporánea de otras dictaduras que se instalaron en el Cono Sur de América Latina, con rasgos y modalidades de actuación similares, incluso en lo que refiere al ejercicio de la represión. Todo ello pone en cuestión el carácter único o excepcional de la última dictadura y la conecta con otros procesos autoritarios y represivos tanto sincrónicos como diacrónicos, acaecidos en América Latina o el Cono Sur y en la propia historia nacional.

Si bien la cuestión de la violencia aparece de forma recurrente en la narración del proceso histórico y, por supuesto, en el discurso de los militares, vos señalás que la violencia no fue la causa principal del golpe de Estado: ¿Cuáles fueron las causas que se combinaron en la concreción del derrocamiento? ¿Qué lugar ocupó la violencia y la tesis de la “guerra sucia” en la fundamentación del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional?

Al respecto y si bien planteo que la violencia política no puede ser considerada la causa principal del golpe y la dictadura, es indiscutible que tuvo un papel muy importante en el contexto político que precedió a la intervención militar, en el clima social del período, en los posicionamientos críticos de numerosos sectores y, obviamente, en la injerencia de las FFAA en la denominada lucha contra la subversión y en el creciente papel político que asumieron hacia 1975 como alternativa al debilitado y cuestionado gobierno peronista. La violencia estatal como estrategia fundamental para aniquilar a lo que denominaban la subversión (conviene aclarar que los militares no hablaban de “guerra sucia” sino de lucha contra la subversión y, más adelante, de “excesos”) fue el elemento que cohesionó a las Fuerzas Armadas y contribuyó a legitimar el golpe, fue un núcleo discursivo fundamental del régimen militar y además la cuestión sobre la que se edificaron gran parte de los apoyos al gobierno hasta los años finales de la dictadura.

En tu libro señalás el relativo apoyo del golpe de 1976 y, al mismo tiempo, la búsqueda explícita de legitimarse ante la sociedad de los líderes militares mediante la prensa o a través de actos públicos. ¿Cómo se manifestó ese apoyo inicial y qué implicó ese intento de legitimación? ¿Hubo voces opositoras?

Como decía, los militares golpistas esgrimieron un conjunto de objetivos y propósitos que buscaban legitimar su intervención y se enlazaban con la pretensión de “cerrar definitivamente un ciclo histórico”. Estos incluían aniquilar a la denominada subversión a través de la represión estatal pero también poner fin al caos, la corrupción y el desgobierno que había imperado hasta ese momento, resolver la crisis que jaqueaba la economía, disciplinar a los sindicatos y a restaurar el orden, la moral y los valores tradicionales, entre otros elementos que encontraron un fuerte consenso entre sectores políticos, sociales y corporativos. Al respecto está documentado el papel de las entidades empresarias en la gestación del golpe de estado, que contó además con la participación activa de sectores civiles provenientes de la derecha nacionalista católica y de grupos liberales -que inspiraron ideológicamente y participaron en la elaboración del programa económico, las políticas educativas o culturales, entre otras, y nutrieron con sus cuadros a los elencos gubernamentales-, de las cúpulas empresarias y de la jerarquía de la Iglesia católica, con el acompañamiento de los grandes medios de comunicación y el “compás de espera” que le otorgaron los partidos políticos más importantes.

Por otro lado, al momento del golpe de estado las críticas o las resistencias, si es que existieron, fueron imperceptibles y predominaron actitudes de aceptación o apoyo (activo o difuso) hacia el gobierno militar. En los primeros años, las expresiones de resistencia activa fueron muy limitadas debido en gran parte a la represión y el terror imperante, y estuvieron protagonizadas por grupos minoritarios que se organizaron en torno a la denuncia por los crímenes cometidos por las Fuerzas Armadas y de seguridad y dieron origen al momento de derechos humanos.

Sin dudas un rasgo idiosincrático de la dictadura fue su plan represivo y sistemático: ¿Cuál fue la diferencia cualitativa y cuantitativa de ese dispositivo con respecto a la represión estatal previa e, incluso, de otros regímenes autoritarios similares?

El uso de la violencia estatal y la represión sobre los conflictos sociales y políticos internos no comenzó con el golpe de estado, tal como puede verificarse en distintas coyunturas entre los años 50 y 60 e, incluso, a lo largo del siglo XX. En lo que hace al período previo al golpe de estado, las Fuerzas Armadas venían asumiendo el comando de las acciones represivas desde principios de 1975, cuando fueron autorizadas por el Poder Ejecutivo Nacional a intervenir en la eliminación del foco guerrillero que el ERP había instalado en el sur de la provincia de Tucumán. Fue en ese escenario cuando recurrieron por primera vez a estrategias de guerra contrainsurgente e implementaron en forma amplia y sistemática métodos “no convencionales”, tales como los secuestros, el uso sistemático de la tortura, la instalación de centros clandestinos de detención y la desaparición de personas, lo que se amplificó a partir de octubre de ese año cuando extendieron su acción represiva al conjunto del territorio con el objetivo de aniquilar a la denominada subversión.

Con todo, no fue sino hasta el golpe de estado cuando ese accionar represivo se centralizó y coordinó a escala nacional en manos de las Fuerzas Armadas, los procedimientos y secuestros se multiplicaron y se instalaron centros clandestinos de detención en todas las provincias del país. El resultado de ese accionar represivo de una magnitud y extensión inéditas fueron los miles y miles de hombres y mujeres asesinados y desaparecidos, torturados, presos y exiliados, que lo diferenció cuantitativa y cualitativamente de lo que había sucedido en la primera mitad de la década del setenta.

El discurso antisubversivo aunaba el frente dictatorial, pero detrás de ese consenso emergían proyectos políticos y económicos no siempre compatibles: ¿Cuál fue el saldo de la política económica de la dictadura y sus principales límites? ¿Qué lugar ocupó el internismo militar en el rumbo -o falta de él- del gobierno?

La política económica diseñada por Martínez de Hoz y su elenco se basaba en transformar radicalmente el modelo económico vigente por otro centrado en la apertura irrestricta de la economía, el libre mercado y la preeminencia del sector financiero, para lo que contó con amplios apoyos en ámbitos económicos nacionales e internacionales. Estas políticas tuvieron efectos a corto, mediano y largo plazo y, entre otros aspectos, afectaron duramente a los asalariados y a ciertos sectores económicos –en particular, algunas ramas de la industria y otras actividades productivas en el interior del país-. Esto provocó quejas y críticas por parte de diversos sectores y organizaciones sindicales, políticas y empresariales del agro y la industria, que se profundizaron a medida que se hacían sentir los efectos sobre la estructura socio-económica, críticas que provenían también de quienes valoraban en forma positiva otras políticas del gobierno militar, en particular su accionar en la denominada lucha contra la subversión.

En lo que refiere a las Fuerzas Armadas, el proyecto de Martínez de Hoz fue cuestionado por sectores corporativistas y nacionalistas que organizaron el Ministerio de Planeamiento, encabezado por el general Díaz Bessone, un proyecto que terminó fracasando; por la Armada y el almirante Massera, quien se manifestó públicamente y también entre bambalinas contra la política económica o por el propio general Viola, quien asumió la presidencia en 1981 y luego de la salida de Martínez de Hoz del Ministerio de Economía designó a un economista muy crítico de esas políticas. Como se advierte también en otros aspectos y líneas implementadas durante esos años, la política económica fue una arena de disputas y tensiones, que mostraba que el gobierno militar no era monolítico sino que estuvo atravesado por conflictos y fracturas, que tuvieron efectos importantes sobre su actuación y desenvolvimiento.

«En los últimos quince años se ha producido una enorme cantidad de trabajos de investigación que, en una proporción muy importante, están basados en un riguroso trabajo de archivo y que, además de plantear nuevas preguntas y problemas, han dotado de base empírica y evidencia documental a los estudios sobre el período».

Es indudable que la guerra de Malvinas tuvo un rol determinante en el modo en que se resolvió el desenlace de la dictadura, pero en tu libro se ve un proceso de erosión de ese consenso e incipiente democratización mucho antes: ¿Cuándo comienza ese proceso de fisuras en el orden dictatorial y los primeros indicios de demandas en pos de la democratización?

Ya apunté que el golpe de estado y el gobierno militar contó con un caudal significativo de apoyos sociales y políticos y que esta fue la tónica dominante en los primeros años. La situación comenzó a cambiar hacia 1978-1979, cuando comienzan a advertirse algunas señales de debilitamiento del poder militar y del consenso que había acompañado al golpe de estado, y sobre todo a partir de 1981 cuando se incrementaron los cuestionamientos al rumbo gubernamental, provenientes desde diversos sectores sociales, políticos y sindicales, situación en la que incidió decisivamente la crisis económica. El incremento de los conflictos sindicales y también de la actividad político-partidaria con el surgimiento de la Multipartidaria en julio de 1981 -lo que evidenciaba que los partidos mayoritarios habían clausurado sus expectativas de negociar con el poder militar y empezaban a pensar en una pronta salida constitucional- así como otros datos, por ejemplo la creciente visibilidad y acompañamiento social y político al movimiento de derechos humanos o la emergencia de fenómenos y expresiones culturales críticas, dan cuenta de la emergencia de un nuevo clima político y social.

Como bien se sabe, los cuestionamientos al gobierno militar se profundizaron tras la derrota en la guerra de Malvinas en 1982, para adquirir modalidades más explícitas, activas y organizadas, que acompañaron la transición hacia las elecciones y el fin de la dictadura.

Tu libro intenta dar cuenta de la enorme producción historiográfica de los últimos 20 años sobre el tema: ¿Qué sabemos hoy sobre ese plan que no sabíamos hace un par de décadas atrás? ¿Cómo dialoga la historiografía con la enorme cantidad de libros periodísticos, testimoniales o ensayísticos que ofrecen interpretaciones sobre este período tan particular?

Como planteas, la última dictadura ha sido un período intensamente analizado no sólo por las ciencias sociales sino también por la literatura testimonial, el periodismo de investigación o la reflexión ensayística. Quienes estudiamos el período desde el campo de la historia y otras ciencias sociales no podríamos ignorar esas perspectivas de análisis, miradas y representaciones, si bien hay que reconocer que existen diferentes modos de abordar y analizar ese proceso histórico. En lo que hace a la historiografía o a la investigación académica, en los últimos quince años se ha producido una enorme cantidad de trabajos de investigación que, en una proporción muy importante, están basados en un riguroso trabajo de archivo y que, además de plantear nuevas preguntas y problemas, han dotado de base empírica y evidencia documental a los estudios sobre el período.

En términos más específicos, se ha producido una importante diversificación de las escalas de análisis, por ejemplo con las investigaciones a escala regional o local, centradas en distintas regiones y provincias del país, y además se han multiplicado los análisis sobre distintos actores y movimientos sociales y políticos, sobre los comportamientos y actitudes sociales, sobre el ejercicio de la represión legal y clandestina y sus variaciones a escala local, sobre las distintas dimensiones del régimen militar y sobre la alta política y la “micropolítica”, sobre las estrategias económicas, las políticas sociales y culturales, las relaciones o articulaciones de la dictadura a escala transnacional, entre tantos otros temas. En síntesis, sabemos mucho más de lo que se sabía hace dos décadas atrás, se han puesto en debate interpretaciones consagradas y se han abierto nuevas perspectivas de análisis en términos teóricos, metodológicos y empíricos que muestran una importante renovación de los estudios sobre la última dictadura.

QUIÉN ES

Gabriela Águila es doctora en Historia por la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Profesora titular de Historia Latinoamericana Contemporánea en la UNR e investigadora principal del Conicet, con sede en el Ishir (Investigaciones Socio-Históricas Regionales). Se ha especializado en el estudio de la historia latinoamericana del siglo XX y la historia reciente argentina. Sus líneas de investigación se centran en la historia de la última dictadura militar, el ejercicio de la represión y el estudio de la transición democrática.

Es autora de Dictadura, represión y sociedad en Rosario (2008) y coeditora de los volúmenes colectivos Procesos represivos y actitudes sociales: entre la España franquista y las dictaduras del Cono Sur (2013); Represión estatal y violencia paraestatal en la historia reciente argentina (2016); Territorio ocupado. La historia del Comando del II Cuerpo de Ejército en Rosario (2017) y La represión como política de Estado (2020). Es coordinadora de la Red de Estudios sobre Represión y Violencia Política (RER).