Generic selectors
Exact matches only
Search in title
Search in content
Post Type Selectors
Ni capital ni humano:  alegato en favor de la política social

Ni capital ni humano:  alegato en favor de la política social

Las ideas del capital humano no solucionarán los graves problemas sociales de la Argentina. Su propósito de reponer capacidades en los individuos no contempla la complejidad de la crisis. Hay que fortalecer las instituciones universales y revisar los servicios e instrumentos de la política social. Y discutir el sentido común imperante que impugna la legitimidad de lo público.

Empiezo por el final. Lejos de la mirada oficial –que parece imponerse en el debate público- Argentina necesita más y mejor política social. En plural, es decir, programas asistenciales de calidad y sectores robustecidos y articulados– en educación, vivienda, hábitat, ambiente, salud, transporte-. Y en singular, esto es, una línea de intervención integral basada en buenos diagnósticos y evaluación de resultados, orientada por ideas sólidas y objetivos éticos y sostenida por acuerdos amplios y voluntad política entre los gobiernos de todos los niveles. Una política social que descargue de las espaldas de las personas la responsabilidad permanente de sostener la vida, en otras palabras, que alivie los peregrinajes por la atención de la salud, por la gestión de la comida cotidiana y por la generación de ingresos miserables a sísifos desesperados y agotados que deambulan en el medio de la devastación general.

Pero el país de hoy parece dirigirse en sentido contrario. Al tiempo que la cuestión social se presenta ingobernable con niveles de pobreza inéditos y creciendo (57% de los argentinos son pobres según estima el Observatorio de la Deuda Social de la UCA), las instituciones, programas, instrumentos y financiamiento de la política social son fuertemente cuestionados desde la nueva administración. A cambio, el flamante gobierno propone una filosofía del “capital humano”, que mira de frente y fijo a los individuos y apuesta a regenerar sus capacidades como método para salir de la pobreza. Esta filosofía, hay que reconocerlo, ha sido legitimada en las urnas por buena parte de la sociedad argentina, en gran medida -según coinciden politólogos, sociólogos y antropólogos- fruto del hartazgo respecto de las promesas incumplidas y de las presiones fiscales del Estado, que se ha traducido en una impugnación global al gasto social y a todo lo que huela a público.     

En estas líneas quiero conversar con estas dos ideas. La del capital humano como respuesta de política a la cuestión social y la de la repulsión al Estado y a lo público que parece imponerse en el sentido común. En especial, me interesa reflexionar sobre lo que implica este tiempo detenido y cuestionado de la política social, de cara a nuestra tradición igualitarista y a las gravísimas fracturas que reclaman soluciones urgentes.

 

¿HAY ALGO NUEVO EN LO QUE PROPONE EL CAPITAL HUMANO? 

El giro a la ultraderecha que vive el país con la asunción de Milei no hace sino volver a echar un nuevo manto de oscuridad a la política social, que parodia al que denunciaban Rubén Lo Vuolo y Alberto Barbeito en tiempos de las reformas neoliberales de los años noventa. Uno en el que la mano izquierda del Estado al decir de Bourdieu (la que cuida la vida y ciertos niveles de integración aceptables) parece maniatada y solo autorizada a moverse para digitar ayudas puntuales que permitan que los individuos recuperen ambición y salgan a correr en el juego de la vida. 

«Nosotros les vamos a enseñar a pescar, a construir la caña de pescar y si es posible a que tengan una empresa de pesca y sean libres», sostuvo Milei en la campaña presidencial, pero por ahora solo atinó a detener la máquina gastada del bienestar, suspendiendo todo proceso de política pública en la búsqueda del déficit cero.

La matriz conceptual del “capital humano”, en la que se basa la nueva gestión de lo social, sostiene que la herramienta fundamental para enfrentar el problema de la pobreza consiste en reponer activos educativos en los individuos con el objeto de que se reinserten en el mercado laboral, reduciendo al mínimo toda intervención estatal en otros campos del bienestar por considerarla disruptiva, cara e innecesaria. Y hasta injusta, en tanto cualquier forma de gasto social, cualquier movimiento de redistribución de los ingresos de la sociedad, se desvincula del mérito y el esfuerzo de los individuos para regirse por una lógica de reparto, discrecional y espuria, a quienes no lo merecen por no haberse empeñado suficientemente en no ser pobres.  

Esta parece ser la apuesta del nuevo ministerio de Capital Humano, cuyo objetivo explícito es llevar a la política social a la definición más minimalista posible: atender a las personas que “tienen hambre” y que estén en situaciones de extrema vulnerabilidad. Rebajar el estatus de los ministerios de Trabajo, Educación, Desarrollo Urbano y Vivienda, Cultura, Ambiente, entre otros, al rango de secretarías, dejar en suspenso la designación de direcciones clave, que quedan sin firma, tomarse un tiempo para examinar la implementación de programas que atienden necesidades extremas (v.g. medicamentos, becas) dejando a la intemperie a conjuntos sociales muy vulnerables, o interrumpir partidas alimentarias a los comedores comunitarios, no son meras externalidades negativas. Son síntomas de la estrategia.

«Es cuanto menos ingenuo pensar que se pueden reponer activos mágicamente en poblaciones que desde hace décadas vienen acumulando desventajas, sepultando sus expectativas y viendo lacerada su subjetividad».

Pues bien, quienes nos dedicamos a estudiar y a producir políticas sociales sabemos que este enfoque supone una fatal regresión en la visión de la pobreza, que ha sido rebatida conceptualmente y que además tiene costos sociales muy altos. Y que desarmar por completo la institucionalidad de la intervención social del Estado, por considerarla corrupta o ineficiente, no resolverá en absoluto el problema. En primer lugar, porque la idea opera a partir del establecimiento de una suerte de línea de base (un punto cero de intervención) –“los pobres”– desconociendo que se dirige a grupos sociales amplísimos y diversos que vienen sufriendo marginaciones y el deterioro de su calidad de vida desde hace mucho tiempo. Ninguna política pública puede desconocer la variable “tiempo” en sus apuestas. La política social del capital humano, tampoco. Y es cuanto menos ingenuo pensar que se pueden reponer activos mágicamente en poblaciones que desde hace décadas vienen acumulando desventajas, sepultando sus expectativas y viendo lacerada su subjetividad.

 En segundo lugar, el “capital humano” desconoce y cuestiona cualquier forma de organización colectiva de la reproducción de la vida, lo que va a contramano de lo que está ocurriendo en el mundo (también en los países desarrollados) que avanza hacia el fomento de formas de economía mixta, donde los emprendimientos sociales y las cooperativas conviven con el empleo formal privado y el del sector público y están generando ingresos que no solo ponen paños fríos a la pobreza e indigencia sino que generan valor y nuevas formas de sociabilidad e identidad.

«En el caso argentino, específicamente, los programas sociales compensatorios de los tempranos ‘90 y a hasta pasada la crisis del 2001 descansaron en esta idea de que era necesario reponer capitales faltantes en los individuos y que de la sumatoria de esas micro intervenciones astilladas (de capacitación, de empleo comunitario, alimentarias, habitacionales, sanitarias), derivadas del gerenciamiento de la pobreza, emanaría un desarrollo social nuevo».

 En tercer término, el “capital humano”, pregonado como una alternativa novedosa, viene de lejos (por lo menos de la década del ‘60 cuando Gary Becker publicó el libro homónimo) y comparte con otras perspectivas liberales de la pobreza, como la economía del bienestar, una vieja idea: que el problema deriva de las características y las actitudes de los pobres y la solución, también. Este argumento, con matices, tuvo una vasta trayectoria de aplicación en América Latina tras el llamado Consenso de Washington y ha mostrado importantes limitaciones. En el caso argentino, específicamente, los programas sociales compensatorios de los tempranos ‘90 y a hasta pasada la crisis del 2001 descansaron en esta idea de que era necesario reponer capitales faltantes en los individuos y que de la sumatoria de esas micro intervenciones astilladas (de capacitación, de empleo comunitario, alimentarias, habitacionales, sanitarias), derivadas del gerenciamiento de la pobreza, emanaría un desarrollo social nuevo.

Pero no ocurrió. Con los años ha quedado demostrado que la pobreza derivada de la crisis del empleo formal, el crecimiento exponencial de la marginalidad urbana y la territorialización de la cuestión social reclama ser comprendida e intervenida en su multidimensionalidad. De hecho, la gestión de los programas sociales luego de la crisis del 2001 –con el Jefes de Hogar Desocupados operando como bisagra- intentó reorientarse hacia una lógica integral, con la idea de que la sumatoria de proyectos focalizados no resolvía el problema. Los organismos multilaterales no sólo apoyaron este nuevo giro, sino que lo promovieron con programas socio productivos y de mejoramiento barrial. 

Así, desde la postconvertibilidad la política social inició un proceso de “des-asistencialización” –ciertamente más rápido en el discurso que en los hechos- en el que lógica de la intervención social del Estado reemplazó la compensación de activos por la generación de redes seguridad de ingresos que impidieran a la población caer en la pobreza. Así, por ejemplo, los programas de transferencias monetarias condicionadas de base familiar exigían ya no la contraprestación en forma de trabajo sino el cumplimiento de compromisos de atención de la salud y escolarización de los hijos. A la par, comenzaron a reconocerse, como parte de las alternativas de reproducción de la vida para los trabajadores expulsados del mercado laboral formal, a las iniciativas de economía asociativa comunitaria vinculadas a la economía social, las que contaban – entre otras cosas- con una memoria reciente de experiencias colectivas para resolver el hambre tales como las ollas populares de 1989 y los clubes del trueque de 2001. 

«Con los años ha quedado demostrado que la pobreza derivada de la crisis del empleo formal, el crecimiento exponencial de la marginalidad urbana y la territorialización de la cuestión social reclama ser comprendida e intervenida en su multidimensionalidad».

Más allá de los debates sobre si los programas de esta nueva era lograban o no sus objetivos de inclusión social y dinamizaban formas autosustentables y respetuosas de los procesos cooperativos, programas como Familias por la Inclusión Social, Argentina Trabaja o Ellas hacen y luego la AUH, contribuían a desindividualizar relativamente el problema de reproducción de la vida y a poner al Estado –es decir a la sociedad en su conjunto- como responsable del asunto de la reproducción social.  

Desde entonces a esta parte, el debate de la política social se trenzó en torno a: si ese nuevo paradigma con tendencia a la cobertura universal de los beneficiarios era en verdad universal o si, por el contrario, persistían profundas brechas de bienestar entre los trabajadores formales (y sus familias) y la población marginalizada a la que le llegaban protecciones de segunda categoría, atadas a condicionalidades y la disponibilidad presupuestaria. También se puso en el foco de la discusión la articulación de las exigencias de cumplimiento de condicionalidades sanitarias y educativas con la calidad y oportunidad en el acceso de los beneficiarios a esos servicios sociales en el territorio. 

En esas estábamos hasta que, en la pandemia, aprovechando el envión que activó el megaoperativo de inscripción y pago del Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), se alzaron argumentos en favor de crear un ingreso universal que surgiera de la fusión de los programas sociales en un sistema general de protección que tendiera a no discriminar por estatus de ciudadanía laboral.  Los partidarios de esta idea basaban sus posiciones en el imaginario de la renta básica presente en la discusión de los países desarrollados, que sostiene que conviene elevar el piso de las condiciones de vida a un nivel digno para construir sociedades libres de violencias y más justas. 

En el libro La sociedad argentina en la post pandemia, Agustín Salvia, Jésica Plá y Santiago Poy sostienen que el COVID 19 causó estragos socio económicos acentuando los desequilibrios sociolaborales preexistentes y la severidad de la marginalidad y la pobreza. En particular, que los sistemas de protección agravaron la brecha histórica en la calidad del bienestar entre trabajadores formales e informales, así como la de género entre trabajo remunerado y no remunerado, y la territorial, ya que la población se empobreció de forma selectiva según su vulnerabilidad y lugar de vida. También llamaban la atención sobre otras posibles consecuencias de esos estragos, al preguntarse por el efecto disruptivo que tales procesos de exclusión de largo aliento podrían tener sobre el orden político.

Hacia finales del 2023, la sociedad parece haber respondido a esa pregunta.  El triunfo de Milei da cuenta de cierta expresión de hartazgo del Estado y de todo lo que rememore la promesa redistributiva que constituye el alma del Estado de bienestar. Sectores que no quieren más “mentiras” y sectores que no quieren más impuestos y presiones. De este fenómeno dan cuenta diversos análisis que vieron la luz en las últimas semanas, que revelan cómo este hartazgo se venía gestando en el humor social en los últimos años fundamentalmente entre los jóvenes. En ese contexto, como sostiene Pablo Semán en el libro Está entre nosotros, Milei sería la estructura argumental de acogida de ese clamor. Ni más ni menos.

 

LA CRISIS DE LA PROMESA REDISTRIBUTIVA  

Siguiendo a Hannah Arendt, los politólogos solemos decir que la política es la promesa que nos hacemos como sociedad para aspirar a vivir juntos y en libertad. Esa promesa, agrego yo, está hecha de palabras y de tiempo. La política social tiene en efecto el poder de crear o destruir el tiempo de la vida de las personas y de las sociedades. Por ejemplo, produce tiempo cuando invierte en instituciones que cuidan a las infancias mientras los padres trabajan, cuando despliega una oferta recreativa en contextos de extremas carencias y permite el esparcimiento de familias que se dedican de sol a sol a conseguir dinero para sobrevivir, o cuando extiende el horario de atención en un centro de salud barrial y articula una derivación al hospital. Restringe o destruye tiempo, cuando posterga la obra pública una y otra vez, cuando no contrarresta el deterioro de los bienes públicos, cuando incumple y hace imprevisible el horario del transporte. 

«Reciclemos lo que entendemos hoy por lo público, ya que no puede seguir teñido de los viejos colores del Estado de bienestar (con su carga de control social, conservadurismo, uniformización y familiarización) sino que debe contener a las diversidades de la vida contemporánea: etarias, de géneros, de minorías, territoriales y culturales»

En cuanto a las palabras, el Estado social hizo de un tipo de promesa su núcleo de sentido: la redistribución del ingreso. Con matices importantes en los países occidentales –según fuera el volumen del gasto socialmente aceptado y sus matrices políticas- se desplegaron ciertos servicios y programas en calidad de “derechos” que permitieron a la ciudadanía resolver la reproducción de sus vidas con relativa independencia de su condición de clase. Pero, sobre todo, lograron modular las expectativas de ascenso social a eso que Robert Castel llamó “principio de satisfacción diferida”. Esto es: personas que postergaban consumos, ingresos o ascensos (y los enojos asociados) porque sabían que en el futuro ellos o sus hijos los alcanzarían.  

Setenta años después, vale hacerse la pregunta: ¿lo ha logrado? ¿Ha sido el Estado de bienestar relativamente exitoso en contrarrestar los efectos devastadores de la acumulación sobre la vida de las personas y las sociedades?  ¿Han podido los derechos sociales –gestados en ese clima de época- proteger a los trabajadores y a los pobres e inmunizarlos frente a las desigualdades de clase incluyéndolos en una categoría de ciudadanos universales?  La respuesta es: solo en parte, y en tiempos e intensidades diversas. En países donde esos derechos de desmercantilización de las necesidades estuvieron relativamente garantizados, como en las socialdemocracias del norte de Europa, las sociedades lograron ser más igualitarias, menos violentas, culturalmente más diversas y amables. Por su parte, en América Latina las instituciones de bienestar tuvieron una efectividad más limitada y la protección social fue siempre fragmentada, dado nuestro mercado de trabajo estructuralmente informal y heterogéneo. La informalidad y luego la marginalidad lisa y llana puso en jaque desde el inicio mismo de las cosas a la promesa de redistribución. No obstante, el horizonte de la ampliación de coberturas de beneficiarios y la gestación de nuevos derechos (ambientales, de género) renovó la fuerza de dicha promesa, aunque más no sea como ideal regulador. 

Los acontecimientos recientes parecen indicar que aún ese hilo de esperanza se ha desvanecido. La impaciencia social cuestiona el tiempo y desacredita la palabra de esa promesa y nada parece ya esperarse del Estado y sus intervenciones. Pero aun asumiendo el fin de la legitimidad de la promesa redistributiva ¿es la respuesta desentenderse por completo de la reproducción social, dejando a los mecanismos de explotación y acumulación librados a su suerte y a los individuos solos, pescando en un océano oscuro y revuelto? 

 

REPENSANDO LA POLÍTICA SOCIAL PARA UN NUEVO TIEMPO

Deslegitimada la redistribución y frente a una ciudadanía impaciente, la política social necesita a la vez revisar su promesa y mejorar sus intervenciones. Para lo primero, es necesario discutir el sentido común que se está instalando con fuerza en la Argentina de esta hora: aquél que sostiene que el gasto, servicios y programas deben ser desarmados por completo, diseccionados, examinados y desactivados por estar en contra de los individuos y de la libertad. Un sentido común que cuestiona in toto a los derechos sociales, por considerarlo el lastre de costosas e ineficientes estructuras colectivas de compromisos, y sobre todo, un terreno ideológicamente cuestionado. 

En La rebelión del coro, un libro formidable, José Nun nos ofrece una clave para dar la discusión. Según este autor – leyendo a Sorel- en tanto conocimiento de los legos, el sentido común no tiene que ver especialmente con la verdad. Es más bien el lugar donde se producen las visiones del mundo y las ideas. “En el que las fórmulas son verdaderas y falsas, reales y simbólicas, excelentes en un sentido y absurdas en otro: todo depende del uso que uno haga de ellas.” Una suerte de caldo de cultivo cultural. Y la política navega y se alimenta de esa ebullición y cristaliza sentidos que salen a pelear su legitimación social. 

«Repensemos y actualicemos las ideas e instrumentos con las que opera la política pública, atentos a la extrema complejidad de la actual cuestión social y a su nueva estructura de necesidades».

No obstante, sabemos que la hegemonía nunca es total, sino que tiene un carácter incompleto y los elementos culturales de los que se nutre el sentido común pueden ser articulados de modos renovados, destejerse y tejerse nuevamente. De esta manera, si algo anda mal con la igualdad y con la redistribución, las razones deben buscarse en ese acervo experiencial y de lenguaje, que no es ni verdadero ni falso. Y a continuación proponerse un sentido emergente, una nueva rearticulación.  

Atento a ello, propongo dar la discusión en por lo menos tres planos. En primer lugar, que reciclemos lo que entendemos hoy por lo público, ya que no puede seguir teñido de los viejos colores del Estado de bienestar (con su carga de control social, conservadurismo, uniformización y familiarización) sino que debe contener a las diversidades de la vida contemporánea: etarias, de géneros, de minorías, territoriales y culturales

En segundo lugar, que repensemos y actualicemos las ideas e instrumentos con las que opera la política pública, atentos a la extrema complejidad de la actual cuestión social y a su nueva estructura de necesidades. Por ejemplo, es estéril insistir sin más en la implementación de capacitaciones laborales tendientes a mejorar la empleabilidad para los jóvenes, como si éstos fueran los tradicionales desempleados de la sociedad salarial. Porque la población juvenil en países como el nuestro se ha forjado en contextos de pobreza y relegación y en contextos familiares atravesados por una historia de desafiliación. Así, no funcionará ningún programa social que no contemple que esos jóvenes y adolescentes ya son padres y que para asistir a esas capacitaciones necesitan estructuras de cuidado para sus hijos. Tampoco obtendrán resultados, si no resuelven adecuadamente sus necesidades en salud y de reconocimiento, en sentido amplio. Lo mismo pasará con las propuestas de reinserción educativa para infancias y preadolescencias, si no atienden que éstas suelen estar ocupadas cuidando a hermanitos menores en hogares con profundas carencias. En suma, entre otras tantas cosas, es urgente que la política transversalice la perspectiva de cuidados en todas sus intervenciones. 

En tercer término, la política social debería abandonar esa suerte de “unitarismo” que parece excluyente a la hora de pensar la protección social. Si bien está claro que en países como la Argentina los sistemas de protección dependen de la gestión y el financiamiento de organismos nacionales, es necesario alentar un bienestar producido y gestionado a múltiples escalas.  En efecto, los gobiernos subnacionales, y especialmente los locales, además de pelear por un financiamiento suficiente y justo, deben asumir un renovado protagonismo. Ello implica volver a discutir y a operar sobre la calidad de las relaciones intergubernamentales y de los procesos que apuntan a la intersectorialidad en la gestión de políticas para poder avanzar en la perspectiva de un bienestar de proximidad. Los gobiernos de ciudades intermedias y pequeñas, por ejemplo, pueden mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos propiciando la generación de espacios de comercialización de cercanía, asociativa y agroecológica o estimular procesos cooperativos multiactorales que integren al sector público, privado y popular, para la producción de servicios en distintos campos, o gobernar la movilidad urbana bajo otros parámetros social y ambientalmente más justos. 

«La política social debería abandonar esa suerte de “unitarismo” que parece excluyente a la hora de pensar la protección social».

Me reservo para el final lo que creo más importante. Las instituciones de la política social (en un sentido bien amplio y si así lo quieren quienes las gobiernan) contribuyen a producir la vida de las personas creando soportes cruciales, alentando la generación de subjetividades con expectativas y ciudadanías robustas. Operan como una suerte de argamasa que nos hace ser sociedad y no meros “humanos” dispersos en un espacio y siguiendo las reglas bestiales de la horda primitiva. Por ello, políticos, dirigentes, comunicadores, referentes, profesionales y educadores, tenemos que defender y mejorar ese entramado, discutir con el modelo económico y cultural que parece imponerse y validar en la conversación pública la importancia capital de la buena política social.  Aquí y ahora.

Una mirada a la coyuntura: 60 días de locos, un gobierno para pocos

Una mirada a la coyuntura: 60 días de locos, un gobierno para pocos

La gestión frenética de Milei genera caos y beneficios para algunos. La inflación persiste, se prevé devaluación y el gobierno promete un ajuste ambicioso. El FMI alienta la desregulación, debilitando el control ambiental. Los recortes y el DNU empobrecen a la población.

Nicolás Posse, Luis Caputo y Javier Milei.

Han pasado poco más de dos meses de la asunción de Javier Milei, aunque el ritmo frenético que ha evidenciado su gestión parecería afirmar que el tiempo que ha pasado resulta mucho mayor. Quizás estemos viviendo una nueva temporalidad, tal como aquellos que miden en siete los años de vida de los perros por cada año vivido por su dueño. Pero bajo el gobierno de las fuerzas del cielo, los consejos de Conan tardan en llegar a estas latitudes, lo cual genera mayor incertidumbre política. La macro deberá esperar, la estabilización viene después: primero el caos. 

Y, como plantea el dicho popular: en río revuelto ganancia de pescadores – o de quienes cuentan con los aparejos de pesca. Así el caos permite a ciertos sectores, empresarios y amigos, hacerse de activos a precios de remate, obteniendo beneficios impensados en otros tiempos. La urgencia por hacerse de fondos agrava también al ambiente, prevalece el discurso que equipara la protección del medio ambiente con privilegios de país desarrollado – poco importa si la destrucción de la naturaleza beneficia a unos pocos.

Téngase presente que a mayor caída de producto bruto interno, mayor el sacrificio fiscal (en puntos de producto) que deberá hacer el sector público para llegar a cumplir con las metas pautadas. Nótese que el plan descuida el desempeño de una variable económica clave en economías emergentes: el tipo de cambio real.

Mientras tanto la inflación continúa, las mayorías se ven empobrecidas. Según el consenso de quienes participan en la encuesta Relevamiento de Expectativas de Mercado, que recopila el Banco Central, se prevén tasas mensuales de dos dígitos para gran parte del año. Anualizadas, consagrarían una inflación superior al 200 por ciento. Con un gobierno decidido a mantener el esquema de ajustes graduales y predefinidos del tipo de cambio en torno al 2 por ciento mensual, lo anterior plantea un problema de retraso cambiario, impulsa una nueva devaluación en el corto plazo – algunos analistas la plantean ocurriendo en marzo, otros en abril.

A MÁS RECESIÓN = MÁS AJUSTE FISCAL PARA EL DÉFICIT CERO

El gobierno prometió un ajuste muy ambicioso, esfuerzo aplaudido por el Fondo Monetario Internacional. Los interlocutores del FMI destacan la adopción del ancla fiscal como herramienta anti-inflacionaria tanto como por la determinación que evidencia la política monetaria por parte del banco central. Según Kristalina Georgieva, directora ejecutiva del Fondo: “el proceso de estabilización será desafiante y requerirá de una implementación firme y ágil de la política económica”. Toda una apuesta, sin duda. Más cuando el ancla de estabilización está asociada al déficit público, el objetivo del equipo económico es lograr el déficit cero. Téngase presente que a mayor caída de producto bruto interno, mayor el sacrificio fiscal (en puntos de producto) que deberá hacer el sector público para llegar a cumplir con las metas pautadas. Nótese que el plan descuida el desempeño de una variable económica clave en economías emergentes: el tipo de cambio real.

A fin de reducir el déficit, el gobierno acordó con el Fondo aumentos de las tarifas de la electricidad (más del 200 por ciento) y del gas (más del 150 por ciento). Así, logrará reducir los subsidios energéticos en un tercio. También se proponen cortes a las transferencias a las provincias y a las empresas públicas por un total del 0,5 por ciento del PBI y preparar a éstas últimas para una potencial privatización. 

En el comunicado de prensa emitido por el Directorio Ejecutivo del Fondo, por otra parte, se detecta su interés estratégico por los recursos naturales del país. En materia de tratamiento a la inversión, le plantea al gobierno sobre la necesidad de modificar el marco regulatorio, lo cual permitirá explotar el potencial del sector energético y minero del país: una profundización del modelo extractivo. Ninguna mención de la transición energética ni de los riesgos macro-financieros que implica su desconocimiento, el comunicado refuerza el modelo petrolero hoy vigente. Al alentar a la desregulación, la  propuesta debilita el control ambiental en la actividad minera.

Pero también el Fondo clama por el desmantelamiento de toda medida de gestión sobre los flujos de capital, un artículo de fe por parte de la entidad que perdura desde los 1990s pese al reconocimiento que en 2012 realizará el Staff respecto a la importancia de los controles en la estabilidad macro-financiera. 

En el mismo comunicado destaca la agudización de los desequilibrios que presenta la economía desde hace varios años, y como la acción del gobierno de Alberto Fernández terminó por agravar distorsiones que surgieron del desvió del acuerdo con el Fondo. Idéntico criterio adoptó el FMI en años posteriores, cuando reconoció el error de la inconsistencia del plan de excesivo endeudamiento, la crítica entonces era al tándem Macri–Caputo. Observamos así que las inconsistencias se repiten, la incongruencia involucra también al Fondo.

AJUSTE POR INFLACIÓN

Aunque errante y poco efectiva en su lucha anti-inflacionaria, la política económica del gobierno muestra algunos logros – aunque estos sólo entusiasmen al círculo rojo, los sectores financieros y al Fondo. Al tiempo que la inflación se disparaba al 25,5 por ciento, los salarios subieron apenas 8,9 por ciento en diciembre. La caída confirma el empobrecimiento de la población y el duro golpe para la clase media. Más allá de la fuerte caída en el salario real que siguió a la devaluación de diciembre, se le suma los fuertes ahorros que genera la fuerte licuación que viene sufriendo los egresos del Estado.

En un análisis de la oficina de presupuesto del congreso (OPC) destaca una caída del 11,9 por ciento en los gastos primarios de la administración central – medida interanual. Considerando en particular, los gastos primarios cayeron 30,8 por ciento, las jubilaciones y pensiones 32,5 por ciento, las asignaciones familiares el 36 por ciento, los programas sociales un 59,6 por ciento. Pero la caída más pronunciada se observa por el lado de las inversiones, donde la contracción alcanza al 75 por ciento. Tamaña contracción en el gasto, bien la drástica reducción en la inversión pública influye sobre el nivel de actividad económica. Al momento de priorizar recortes y premios el gobierno posee una fuerte discrecionalidad, posibilidad que le brinda el haber decidido prorrogar el presupuesto del 2023 (decreto 88/2023).

Los gastos primarios cayeron 30,8 por ciento, las jubilaciones y pensiones 32,5 por ciento, las asignaciones familiares el 36 por ciento, los programas sociales un 59,6 por ciento. Pero la caída más pronunciada se observa por el lado de las inversiones, donde la contracción alcanza al 75 por ciento.

La vigencia del DNU ha empujado un incremento en los precios de un grupo de productos y servicios claves, afectando a amplios sectores de la población. En el sector salud, se observan aumentos superiores al 50 por ciento en los precios de los medicamentos, la medicina prepaga validó aumentos por encima del 100 por ciento. Para los inquilinos, la eliminación de la ley de alquileres no sólo implicó un aumento de los precios, sino también enfrentar normas que dificultan el acceso a la vivienda. En virtud de otras medidas desregulatorias incluidas en el decreto, la industria petrolera convalidó un aumento del 140 por ciento en el precio de los combustibles. La mayoría de estos aumentos afectan a la clase media.  

A los aumentos observados en el área de transporte, debe sumarse la reciente decisión del presidente de eliminar el fondo de compensación al transporte. Como represalia a los gobernadores ante la caída de la Ley Ómnibus, la “vendetta” de Javier Milei implica un “descongelamiento” automático de las tarifas, que puede llevar al boleto mínimo a niveles socialmente insostenibles (por encima de los 1.000 pesos).

RENTABILIDAD A COSTA DEL MEDIO AMBIENTE

Otro de los efectos del DNU que no debería pasarse por alto, atiene a los cambios que impone en materia de protección del medio ambiente, tanto como en materia climática. A fin de impulsar una mayor explotación el decreto viene a debilitar leyes y normativas ambientales, aún cuando distaban de garantizar un manejo prudencial de los recursos.

El gobierno viene a reformular leyes, como la de tierras, de bosques o glaciares, un avance sobre la naturaleza en momentos que distintos eventos extremos afectan a diversas regiones del país, los incendios forestales consumen bosques ancestrales. Pero, a diferencia de lo que observamos en otras áreas, el consenso extractivista permite al gobierno pasar los cambios sin mayores contratiempos en el Congreso, donde cuenta con el apoyo de los gobernadores y el respaldo del lobby minero

En notas previas nos hemos referido al fracaso legado, lo errado de adentrarnos en la polarización. Resulta imposible intentar estabilizar la economía en un contexto signado por el cortoplacismo en la toma de decisiones. El contexto político, lamentablemente, no ha hecho más que empeorar. Las decisiones no sólo muestran un sesgo cortoplacista, los mensajes que surgen del Presidente exacerban el odio y el rencor.

En su afán de imponer su programa de gobierno, se avanza sobre los derechos adquiridos. Todo aquel que se le opone, se lo agrede, de ser necesario se lo reprime. Para ello está Patricia Bullrich. Si el programa se desvirtúa, entonces viene Mauricio Macri al rescate. Pero el objetivo sigue siendo el mismo: refundar el país, volver a la “Belle Epoque”, la Argentina de unos pocos. 

Todo lo anterior debería impulsarnos a repensar la situación actual, recrear una visión democrática, verde y progresista. Pensar la crisis como una oportunidad de cambio sin evadir responsabilidades, repensar alternativas que eviten resignar derechos, sociales o ambientales. Ello obliga a diseñar un programa de estabilización que logre recuperar credibilidad en el peso, que sea fiscalmente sustentable al tiempo que articule el corto plazo repensando el futuro desde una perspectiva inclusiva y sustentable. 

Sergio Delgado: «No creo en la literatura como diversión»

Sergio Delgado: «No creo en la literatura como diversión»

El prolífico escritor Sergio Delgado ha publicado el tríptico «El paraíso» (EDUNER, 2023). En conversación con Fabián Herrero, el autor describe el periplo de esta peculiar obra y, más en general, su relación con la lectura y la escritura. 

El escrito Sergio Delgado, autor de «El paraíso» (fotografía de Myrna Insúa).

El lector de La Vanguardia ya conoce a Sergio Delgado, por una entrevista anterior, donde el profesor santafesino, radicado en Francia, nos contó sobre su libro Parques. En esta oportunidad, lo convocamos nuevamente por la aparición de su reciente obra El Paraíso, que reúne tres novelas relativamente breves y que fue editado por la Universidad Nacional de Entre Ríos. La entrevista, si bien tiene su foco puesto especialmente en los temas que se desprenden del volumen, es posible reconocer en ella, además, cierta tensión implícita, producto del contexto en el que se hizo. El convulso contexto político, donde la derecha y su agenda golpean con fuerza a nuestro querido país. Esa tensión, pero también el afecto mutuo, no solo aparece en las respuestas de Sergio, sino en los distintos intercambios y de correos electrónicos de donde surgió este reportaje.

Sergio, quisiera iniciar esta entrevista preguntándote por el origen de El Paraíso. ¿Cuándo comenzaste a pensar el proyecto del libro? ¿Cómo fue el proceso de su escritura?

El paraíso se fue sedimentando a lo largo de varios años. Me ocurre con muchos proyectos y no es una decisión voluntaria. Quisiera que fuera distinto, a veces lo es, pero en este caso se dio así: una escritura que resulta más de la espera que de la voluntad. Las ideas o anotaciones iniciales pueden remontarse al siglo pasado. Ayer justamente decíamos con un amigo poeta que somos escritores “del siglo pasado”. Del XIX, ¿no?

Son cosas difíciles de determinar, pero por ejemplo un día encontré en mis carpetas el borrador de un relato con la historia de un niño y un árbol en la confusión de un malón indígena. Lo debo haber escrito cuando estaba en la escuela secundaria, hacia 1976 o 1977. Un relato juvenil que no sé bien por qué conservé entre tantas cosas que se perdieron. Otra historia, la de un rastreador que encuentra una niña robada por las tribus llamadas “montaraces” en la frontera norte de la provincia de Santa Fe, la escuché hacia fines de los años 80 en boca de la bisnieta de la cautiva. Y otra idea me vino durante una representación de Tío Vania de Chejov en Santa Fe, en nuestra Casa de la Cultura, a principios de los años 90. En ese momento me impactó especialmente, todavía conservo su imagen, la puesta en escena y, sobre todo, la “presencia” de las actrices que interpretaban los papeles de Sonia y su nodriza. Escribí con lápiz en una hojita algunas impresiones con el título “Sonia”. Fue un título que conservé durante mucho tiempo para el primer panel del tríptico hasta que lo cambié por La sobrina. Había ahí el proyecto de una novela-ensayo sobre esos personajes insignificantes de la literatura rusa que se llaman “Sonia”. Pensaba en la Sonia de Tía Vania pero también en la Sonia de La guerra y la paz de Tolstoi que leía en ese momento. Tenía la idea de armar una suerte de recopilación de retratos de esos personajes laterales, primas, tías y sobrinas, que tanto abundan en la novela realista. Y me decía que un objetivo del realismo, quizás el único, es hacer foco en este tipo personas anónimas, insignificantes, que nadie observa, cuyas historias se perderían si no fueran contadas.

A eso se fueron sumando otros materiales (historias, imágenes, temas) como los del seguimiento de la floración de un jardín de cerezos, la observación del mar austral desde una webcam ubicada en el balneario de Claromecó, o la historia de un petit hôtel en Santa Fe. Pero el tríptico se escribió entre 2011 y 2014. En mi caso acumulo materiales hasta un momento en el que “entro” en escritura y lo soñado va encontrando su forma. A partir de ese momento el trabajo se concentra.

¿Qué podés decirnos sobre su edición?

El paraíso estuvo listo a principios de 2014 y en ese momento lo presenté a una veintena de editoriales de Argentina, México y España. Ninguna de esas editoriales aceptó publicarlo, y lo comprendo, porque es un objeto voluminoso, incómodo, complicado. En algún punto tengo que agradecer una respuesta tan unánime porque fue importante para mí conservarlo más tiempo. Entre agosto y noviembre de 2015 hice una revisión completa y creo que fue decisiva para el ajuste de sus bisagras. En 2017 el primer panel, La sobrina, leído como una novela, recibió el premio Alcides Greca de la Secretaría de Cultura de la Provincia de Santa Fe. Fue publicada en 2018, dentro de la colección Los Premios, en una coedición entre el gobierno provincial y la Universidad Nacional del Litoral. Durante todo el proceso de preparación de esa edición fueron fundamentales las lecturas de Nora Avaro, Agustín Alzari e Ivana Tosti, la corrección final de María Alejandra Sedrán y el diseño y puesta en página de Alejandro Gariglio. Un buen proceso de edición, algo raro hoy en día – lamentablemente– es muy valioso. Aunque uno no mueva una coma (y las “comas” son muchas veces el tema casi exclusivo en esas discusiones), el sólo hecho de reconsiderar su peso y su pausa es algo invalorable.

La edición de La sobrina implicaba el peligro de que el tríptico se descuajeringue, pero decidí correr el riesgo. La unidad, hasta donde logro percibirla, estaba planteada desde el comienzo. Y no quise publicar de la misma manera autónoma los otros dos paneles del tríptico, El paraíso y La estela, que seguían inéditos desde 2014. La sobrina, por su parte, siguió su propio camino, como ocurre siempre con los libros. Fue adaptada al teatro por mi hermana Mari, en una puesta en escena admirable, con la complicidad de un grupo increíble de actores, productores y técnicos.

A partir de 2020 comenzamos a conversar con Gustavo Martínez, director de la editorial de la UNER, la inclusión de El paraíso en la colección Aura que en ese momento se comenzaba a diseñar. En 2021 hice una última revisión del texto y a partir de ahí comenzamos a conversar con Guillermo Mondejar, su coordinador, que tomó a su cargo además la dirección de arte de la edición. Este último trabajo aparece en los créditos como “collage digital”. Han desaparecido muchos oficios del libro, como el de los diagramadores, linotipistas o armadores de cajas, pero habría que reinventarlos o, simplemente, resucitarlos. En el proceso fue extraordinario el diálogo que mantuvimos con Guillermo porque El paraíso es un libro que tiene muchas imágenes: fotos, pero también dibujos, gráficos, collages, reproducciones de pinturas. Las imágenes, es la idea, no son una mera ilustración. Me gusta pensarlas como imágenes-palabras que se incorporan al discurso. Hace más de treinta años que trabajamos juntos con Guillermo en distintos proyectos editoriales pero es la primera vez que edita un libro mío. Es la situación ideal: probar durante muchos años con las obras de otros, como esos pintores que van a los museos a copiar las obras maestras, para animarse a la propia.

A esto se sumó luego el prólogo de Guillermo Saavedra, el primero (y esto que digo no es un mero eufemismo) y el último lector del tríptico.

«Es por eso quizás que recuperando mi afición por el “3” me orienté hacia la idea del tríptico, que es una práctica frecuente más bien de las artes plásticas. Desde los retablos medievales, es cierto, pero que se encuentra también en el arte moderno. En todos los casos, si bien hay convenciones, la superposición de imágenes, historias y situaciones, el trabajo del artista es siempre más libre. Y es el espectador-lector quien termina de armar el conjunto. Muchas obras concretas me sirvieron de modelo».

Me sorprende, como lector de otros libros tuyos, cómo se repite el número 3. Tres novelas, tres parques. En El Paraíso explicás, a propósito de esta cuestión, la idea de tríptico y lo vinculás a los retablos medievales. ¿Qué podés contarnos al respecto?

Es cierto. El tres es un número que siempre me gustó. No podría decir mucho más. Me gustó, se me apareció. Es lo que puedo reconstruir, desde aquellos juegos infantiles –¿te acordás?– en los que alguien nos pedía elegir un número, pensar en él intensamente pero no comunicarlo. Con la promesa o la amenaza de que, con alguna magia especial, por telepatía o juego de cartas, ese número iba a ser adivinado. No recuerdo si ese médium aficionado lograba sacarme el número de la cabeza, pero lo cierto es que de manera obstinada era siempre el tres. Era más una sensación que una cifra. Para mí representa la idea de algo redondo y al mismo tiempo abierto. Como aquello de “la tercera es la vencida”. ¿Hay, realmente, en la vida, alguna cosa que resulte de una vez y para siempre “la vencida”? Esa idea de cierre es más bien una expresión de deseo, abierta al porvenir… Se sabe que en todo sistema simbólico de números con el dos empiezan los problemas: las discordias, las discusiones conyugales, las contradicciones, y siempre es el tres el que promete la síntesis, la reconciliación, un cierre, aunque parcial. En la mitología griegas las tríadas se suceden: las Gracias, las Parcas, etc. Y las nueve musas serían una suerte de tres al cuadro. En la mitología cristiana el tres está en el centro de un sistema compuesto por el padre, el hijo y el espíritu. Etcétera. Pero una reflexión de tipo filosófica o teológica en torno del “tres” sería deshonesta de mi parte. Sería una construcción a posteriori en todo caso.

No puedo desconocer que en la historia literaria hay un procedimiento recurrente que es el de la trilogía. Probablemente desde la trilogía de Esquilo, la Orestíada, que es una de las más antiguas que se conserva de la antigüedad. Lo curioso es que en realidad en el proyecto de Esquilo había una cuarta obra que cerraría el ciclo y que se perdió. En realidad, era una convención que una trilogía se terminara siempre con una pieza satírica –lo que me parece una excelente idea, dicho sea de paso porque lo que importa en un drama es el momento después, donde generalmente nos reímos de lo que pasó. No hay trilogías sino tetralogías y toda trilogía está signada entonces por una falta, como las manos de la diosa en la Venus de Milos, y lo que llega hasta nosotros es un resto. La idea de la trilogía de los Snopes nace hacia 1925, pero Faulkner comienza a trabajar la primera novela del conjunto en 1938 y termina la tercera en 1959. A partir de ese momento comienza a construir el tríptico, que iba a salir en tres volúmenes en un cofre, trabajando con sus editores en la armonización del conjunto y suprimiendo las contradicciones. El tríptico de Los Snopes recién aparecerá en 1964, dos años después de la muerte del autor, al cabo de cuarenta años de trabajo. En estos tiempos donde predomina la noción de literatura light –lo que puede comprenderse porque los modos de atención de los lectores hoy en día han cambiado– se trata de combatir esta tendencia, por buenas o malas razones, con novelas imponentes en cantidad de alternativas y páginas, y en este marco la trilogía se revela entonces una herramienta indispensable.

A mí, personalmente, no me interesa este dispositivo: me suena más a una operación editorial que a una propuesta estética. En todo caso nunca me interesó especialmente la prolongación, con sus ramificaciones, de una misma historia y la reaparición incesante de los mismos personajes. Se me ocurre un producto resuelto, desde un punto de vista formal, desde el comienzo, lo que deja poco margen para la espera y el azar. Es por eso quizás que recuperando mi afición por el “3” me orienté hacia la idea del tríptico, que es una práctica frecuente más bien de las artes plásticas. Desde los retablos medievales, es cierto, pero que se encuentra también en el arte moderno. En todos los casos, si bien hay convenciones, la superposición de imágenes, historias y situaciones, el trabajo del artista es siempre más libre. Y es el espectador-lector quien termina de armar el conjunto. Muchas obras concretas me sirvieron de modelo.

En agosto 2012, durante unas vacaciones en Avignon, descubrí el tríptico de la iglesia San Quirico all’Olivo de la ciudad de Lucca en la Toscana italiana. Fue pintado por Battista di Gerio a principios del siglo XV y los tres paneles se encuentran dispersos en tres países distintos. Ese año se había intentado reunirlos para exponerlos y la iniciativa la tuvo el museo de Avignon, que compró a un coleccionista privado el ala izquierda del tríptico. La obra se encontraba en muy mal estado y se iniciaron las tareas de restauración. El panel de la derecha había quedado en Lucca (Italia) y el panel central había ido a parar a los Estados Unidos, al museo de Bellas Artes de Filadelfia. Debido a su estado, el panel de los Estados Unidos no pudo trasladarse y por eso se expuso una fotografía de alta resolución. Cuando vi, entonces, las tres partes del tríptico me impresionó la obra pero también la historia o si se quiere la aventura de sus tres partes.

Como siempre hay un tema principal que convoca el tríptico, que es reconocible y que sin embargo no cierra su discurso. En el caso de este tríptico de Battista di Gerio el tema principal es, podría decirse, la virgen María. Este personaje histórico aparece en los tres paneles. En el panel de la izquierda se ve a San Julián, el Hospitalario, acompañado de San Lucas evangelista y a sus pies, muy pequeño, casi escondido está el ciudadano Luca di Jacop que fue quien encargó y pagó la obra. Se diría que María no está en este panel y sin embargo está. Lucas se encuentra pintando un cuadro, o haciendo el boceto de un cuadro, que no es otra cosa que es un retrato de María. Lucas es representado muchas veces como un pintor que se pinta a sí mismo pintando un retrato. Muchos críticos sugieren que es en este momento que aparece el auto-retrato como técnica. Lucas es el patrono de los pintores. Pertenece a una segunda generación de cristianos que no conoció personalmente a Cristo, pero que, para la escritura de su evangelio, en la etapa por así llamarla de documentación, contó con el testimonio de muchas personas que sí lo conocieron, que lo vieron con sus propios ojos y lo tocaron con sus propias manos. En particular María, la madre, entre otros parientes y amigos. Es decir que Lucas no conoció a Cristo pero sí conoció a su madre. Será por eso que en su evangelio, se dice, revela muchos aspectos íntimos de la vida cotidiana familiar. Me parece que si Lucas es caracterizado siempre como “pintor” debe ser por la calidad de ese trabajo de documentación y por la fineza de sus descripciones. En el prólogo a los evangelios de la Biblia de Jerusalén, que es la versión que siempre consulto, se habla de la precisión de sus “pinceladas”.  En el tríptico, el retrato que realiza Lucas en el panel de la izquierda puede ser pensado como un borrador del retrato central de María con el niño Jesús, lo que produce un raro efecto de abismo. Una imagen dentro de otra imagen que a su vez se proyecta hacia una tercera. El espectador tiene mucha materia para ver, pensar y si se trata de un espectador creyente, para modelar sus plegarias. Como dice Machado: “Converso con el hombre que siempre va conmigo / quien habla solo espera hablar a Dios un día”. Es en este sentido que me gusta el tríptico como dispositivo, al mismo tiempo simple y móvil. No hay una retórica ni una poética de trípticos. Sería imposible trazarla. El artista decide combinar tres paneles distintos, con uno o varios ejes que permitan la unión. Tres paneles destinados a ser visto de manera combinada, generalmente en una iglesia, lo que la triste historia del tríptico de Lucca pone justamente en crisis.

Hay otro tríptico que siempre observo, que se encuentra en el museo medieval de Cluny, que es una miniatura hecha en marfil, preparado quizás –pienso– para acompañar a un viajero. Como hoy se metería en un equipaje un libro, una compu o una tableta, me imagino que nuestro viajero de la Edad Media llevaba este tríptico con escenas de la vida de Cristo. Una suerte de catedral portátil, de retablo para uso propio.

Pero me llama la atención también cómo la práctica se mantiene en la pintura moderna. Por ejemplo en la obra de Francis Bacon, que tiene muchos trípticos, imposibles de clasificar pero todos reconocibles como formando parte de una misma búsqueda. Es difícil saber cuál es el tema central en los trípticos de Bacon: a veces es un color, una forma, a veces un tema de la mitología clásica, a veces un amigo (por ejemplo Lucien Freud), a veces son tres personajes, entre ellos el mismo artista que realiza su propio autorretrato junto al retrato de amigos íntimos (uno de los cuales, por ejemplo, acaba de morir), a veces es un ser imaginario, un animal extraño, a veces es un mismo espacio visto desde distintos ángulos. En definitiva: cada tríptico es un enigma. Para el artista sin duda, en particular para el espectador. La mirada no puede sustraerse y es imposible una contemplación pasiva. Me gustaría que algo de todo esto encuentre el lector de El paraíso. Y soy honesto –lo más honesto que puede ser un escritor (risas)– cuando digo que desconozco cuál es el tema que une el conjunto.

El 3 me sigue acompañando. Tengo un nuevo grupo de tres relatos en camino que se llamará Los cerezos, una reunión de mis cuentos responderá también a una forma ternaria y en carpeta una suerte de tríptico de trípticos.

Creo que hay una línea reflexiva a lo largo del libro. Da la sensación de que el narrador casi en todo momento está pensando sobre cuestiones relacionadas a algún aspecto de la vida, pero también con la literatura. Me interesa particularmente que nos cuentes porque se señala que la literatura tiene como objetivo algo sanador.

Siempre tuve una inclinación por aquellas literaturas donde predomina más el pensamiento que la acción. Desde Platón a Proust –para trazar un arco que no excluye ni a Borges ni a Juan L. Ortiz– me gustan aquellas literaturas donde hay un pensamiento que evoluciona, entre diálogos y descripciones, con las alternativas de la historia. Quien escriben y quienes leen no son la misma persona al principio y al final del libro. Me interesa menos la literatura de intrigas y aventuras, que aquella donde hay esta deriva de un pensamiento o una experiencia que busca su forma y en consecuencia su estilo.

No creo en la literatura como diversión. Siempre digo lo mismo: para divertirme prefiero salir a pasear, hacer el amor o a encontrarme con amigos. Tampoco me gusta la literatura que tiene a la literatura como tema. Una literatura que muchas veces es una suerte de collage de citas. No está mal la cita en sí, pero siempre y cuando sea el punto de partida de una reflexión, de una imagen, de un sentimiento y no ese decorado tautológico que, en una suerte de sinfín incansable, repite siempre lo mismo: esto es arte porque es arte… Probablemente estoy exagerando, pero lo cierto es que la cita, más allá de las comillas –no pocas veces los escritores nos olvidamos de ponerlas, consciente o inconscientemente– instala siempre una frontera muy frágil entre lo propio y lo ajeno, entre lo verdadero y su mera apariencia. En todo caso, me gusta jugar con esta práctica tan antigua de la cita de manera irresponsable. No es lo mío inventar autores y libros, con citas falsas, como hace Borges. Eso ya forma parte de su estilo y es inmejorable. En cambio me gusta encontrar citas raras o poco conocidas, recortando, traduciendo o modificando de manera caprichosa esos textos capturados. Como señalando –señalándomelo a mí, en primer lugar– que con las referencias bibliográficas nos movemos siempre en un terreno muy trillado. Mi primer libro comienza con una larga cita de un disparatado manual del siglo XVII con Secretos raros de artes y oficios donde se explica cómo enseñar a hablar a las aves. Para mí, esa es como la cita ideal. Me gusta terminar de leer un libro –que nunca se termina, porque se relee más de lo que se lee– con la sensación de haber aprendido algo; me gusta terminar de escribir un texto, en el que luché como pude contra la diversidad en una experiencia novedosa, con la sensación de ser mejor persona. Esto es de una ingenuidad absoluta, que reconozco, pero que alimenta mis ganas de seguir leyendo y escribiendo.

En cuanto al carácter “sanador” de la literatura, eso es otra cosa y está en relación con una experiencia personal, posterior a la escritura de El paraíso. Una experiencia que me confirma –en mi modesta escala– la idea, nunca del todo resuelta, de qué es y para qué sirve la literatura y quizás de arte en general. Y esto no tiene nada que ver con la llamada “literatura de auto-ayuda”. Quisiera creer que es su refutación. Menciono esta experiencia al final del libro en un texto “AntiAutobiográfico” que me pidieron los editores y que forma parte de uno de los requisitos de la colección Aura. Allí explico que una vez que terminé, en 2014, el proceso de tres o cuatro años que me demandó la escritura de El paraíso, tuve una experiencia traumática y se me borró de la memoria –mi memoria mía, ¿no?– la totalidad del texto. No podía siquiera volverá a abrir la carpeta donde estaba el manuscrito. El año siguiente comencé una revisión general y la experiencia fue extraordinaria. Una sorpresa total, un deslumbramiento: cada palabra, cada frase, cada imagen, cada historia estaba ahí, intacta, o volvía con la relectura, con el raro placer de estar al mismo tiempo descubriéndola y recordándola. Leía como recuperando, como “curándome”, la memoria. Y ahí descubrí, al menos para un uso privado, ese sentido de la literatura, quizás el más primitivo, que es el mnemotécnico. Nos pasa como escritores pero también como lectores cada vez que volvemos a leer uno de esos textos que gravitaron en nuestras vidas, con los cuales convivimos durante un cierto tiempo: recuperamos esa parte de nuestra vida que quedó ahí, depositada, atesorada si se quiere, entre las palabras, las imágenes, la descripción, los personajes o las ideas del libro querido. Cada uno de nosotros tiene esa medida de la memoria y debería ser uno de los principios de cada programa político de promoción de la lectura.

El relato del viaje familiar a la costa argentina, a mis ojos, acumula una serie de marcas bien definidas: abundante descripción (en su inteligente prólogo, Nora Catelli habla de “arte de la descripción), una foto de Claromecó y su extensa y ventosa playa, la idea de viaje. ¿Es posible vincularlo a la literatura de viajeros o habría que pensarlo desde otro lugar?

Creo que una primera parte de la pregunta trae implícita su respuesta. En todo caso, yo no podría decirlo mejor. Efectivamente hay un ciclo muy fuerte en la cultura de nuestra maltratada clase media: “el relato del viaje familiar a la costa argentina”. Yo diría: la costa atlántica. La costa argentina pero también la uruguaya y la del sur del Brasil, es decir aquella que se puede alcanzar de un tirón con un viaje en auto, en tren o en colectivo. El avión no forma parte de esa cultura. Un arco imaginario que va desde la instauración de Mar del Plata, “la feliz”, como una suerte de tierra de promisión, hasta la aparición de otras ciudades balnearias: Pinamar, Villa Gesell, Punta del Este. La llamada costa atlántica argentina es, generalmente, ese cinturón de balnearios que va desde San Clemente del Tuyú a Mar del Plata. El viaje, desde Santa Fe, en auto, tren o colectivo, se hacía en un día. Un viaje que siempre tenía sus riesgos. Mi familia, como muchas, está signada por algún accidente ocurrido en uno de esos viajes. Desde el libro de Sebreli, Mar del Plata, el ocio represivo, hasta el asesinato del fotógrafo José Luis Cabeza, “la costa” está marcada, indistintamente, por felicidad y tragedia. Recuerdo que a la ruta provincial no. 2, antes de ser autovía, se llamaba la “ruta de la muerte”.

Debe haber una literatura, que apenas conozco, ligada a ese viaje, pero es indudable que cada familia atesora infinidad de relatos. Miles y miles de imágenes: ¿dónde están esas notas de viajes? ¿En cuadernos, en libretas, en álbumes fotográficos, en videos caseros? No es una mera pregunta retórica. Hay ciclos literarios y cinematográficos sobre el tema. Me vienen ahora imágenes de la novela Mares del Sur de Noé Jitrik o el cuento “El fin del viaje” de Ricardo Piglia; y me vienen imágenes de la película Balnearios de Mariano Llinás, que utiliza mucho material fílmico tomado de archivos familiares, pero donde todo es ficción. Y al mismo tiempo me sigo preguntando más bien por esa memoria en bruto, entre felicidad y desconsuelo, que cada familia conserva o pierde.

En este momento estoy todavía bajo la impresión que me produjo el cortometraje Diversions de Helga Landauer. Lo acabo de descubrir leyendo el libro En memoria de la memoria de María Stepánova. Diversions recoge muchas filmaciones caseras, privadas, familiares, que no fueron concebidas para una observación pública. Como sucede siempre con ese tipo de registro, las imágenes estaban destinadas a ser vistas entre parientes, amigos y conocidos, para reconocer a hijos, padres, tíos, primos, amigos, parejas disfrutando confiados del verano. El cortometraje de Landauer es de 2015 pero recoge filmaciones realizadas, como advierte un cartel al final: “En las costas de Europa los últimos días de agosto de 1939”. Se trata, al parecer, de archivos de familias judías de vacaciones. Es decir que nosotros vemos esos cuerpos y esos rostros que pocos días o meses después vivirán la tragedia de la guerra y el genocidio. El archivo familiar está aquí sacado de su circulación habitual y es sometido a una idea de representación artística: hay un montaje y se incorporan sonidos, una música, una idea. Nuestros ojos no observan, indiscretos, una proyección privada, sino que se abren a otra manera de la comprensión de la realidad que es la del arte. Cada imagen, entre pasado, presente y futuro, vibra así en esa tensión entre muerte y felicidad. Me digo: es verdad que nuestra mirada está saturada por cientos de miles de imágenes que circulan por las redes sociales, pero basta que extraigamos una imagen de esa circulación para que adquiera otro estatus.

Volviendo a la pregunta: hay que pensar ese ciclo de relatos en una situación particular: el viaje de las familias provinciales “mediterráneas”, para quienes el mar es un objeto particularmente exótico y que buscan además en esos balnearios la seducción que propone una pseudo-alta-sociedad: espectáculos, fiestas, casinos, etc.

En el segundo panel de El paraíso aparece este viaje a la costa atlántica, aunque sometido a una serie de desplazamientos. En primer lugar, se hace referencia a otro ciclo de relatos, el del viaje a las costas del sur. Porque al sur de Mar del Plata, más allá por ejemplo de Miramar, se entra –o se entraba en mi época– en otra dimensión geográfica. Aquí se trata, concretamente, del balneario de Claromecó. Pero en segundo lugar ese balneario está visto en invierno y a través de una webcam que envía al cyberespacio, de manera intermitente, imágenes de la playa.  Finalmente, esas vistas están tomadas un día particular, un domingo de elecciones: más precisamente el domingo 23 de octubre de 2011. En lo personal, es un día que me resultó y me sigue resultando incomprensible. Lo observé desde lejos, porque no estaba en Argentina en ese momento, y me hubiera gustado conocer las cosas que pasaban en su intimidad. Es decir, en su realidad interior: ¿qué pasaba por la mente de cada uno de los votantes? No mirándolos con la luz de un reflector, evitando los esquemas fáciles de amigo vs. enemigo, en los que quieren encasillarnos, sino tratando de comprender esa tensión entre muerte y felicidad. Me lo digo ahora mismo que estamos en época de elecciones y en un momento clave de la historia de nuestra todavía joven democracia: un día en el que, de pronto, las cosas pueden cambiar radicalmente. En el funcionamiento social y económico, pero también en la intimidad de cada familia: por ejemplo, en ese desgarro que ocurre en una familia cuando los hijos, repitiendo a la inversa la historia de sus bisabuelos, se sienten de pronto impulsados a partir en busca de un país mejor.

«Me gusta terminar de leer un libro –que nunca se termina, porque se relee más de lo que se lee– con la sensación de haber aprendido algo; me gusta terminar de escribir un texto, en el que luché como pude contra la diversidad en una experiencia novedosa, con la sensación de ser mejor persona. Esto es de una ingenuidad absoluta, que reconozco, pero que alimenta mis ganas de seguir leyendo y escribiendo».

En La sobrina, hay una referencia a que hay cosas en la ciudad que nadie recuerda. ¿Cómo juega aquí el tema de la memoria que es también hablar del olvido, en cuanto hay cosas que no se recuerdan?

Toda ciudad se define en sus logros urbanísticos, exhibe aquellos lugares que le parecen emblemáticos, pone de relieve un determinado capital simbólico, económico o cultural. Pero toda ciudad tiene también sus proyectos incumplidos, sus fracasos, sus actos vergonzosos, que indudablemente prefiere olvidar. Y muchas veces lo logra… Por un tiempo. Nada se pierde en realidad y todo vuelve, como sucede muchas veces con nuestra memoria individual. La ciudad es una forma de nuestra memoria colectiva.

Viví muchos años en Lorient, una ciudad de la Bretaña francesa, que nunca supo qué hacer con su base de submarinos. Fue construida por los alemanes y durante la gran guerra cumplió un papel importante en lo que se llamaba el “muro del Atlántico”. Una enorme mole de hormigón armado, en algunas partes con paredes de hasta 5 metros de ancho, que es imposible dinamitar. En París hay muchos ejemplos también, como por ejemplo el tren circular, que dejó de funcionar a mediados del siglo XX y que dejó durante décadas una gran cantidad de franjas de terrenos baldíos, con estaciones abandonadas, vías muertas. Ahora se los va recuperando como paseos al aire libre. Hay un parque, el Georges Brassens, que ha sido construido junto a una de las estaciones de ese tren, donde estaban los mataderos de caballos. En un momento de entreguerras, cuando se abandona la tracción a sangre y se desarrolla la industria automotriz, Francia se encontró de pronto con una enorme población equina que había que “reciclar”. Entonces se desmanteló un viejo tabú, la ciencia descubrió de pronto los maravillosos beneficios de la carne de caballo y se promovió su producción y venta masiva. Mi parque en ese momento, el que estaba cerca de donde yo vivía, y a donde iba regularmente, había sido el escenario del sacrificio y faenamiento de cientos de miles de anónimos Rocinantes. En uno de los galpones centrales del mercado, hoy funciona una de las ferias de libros más importantes de París. Lo descubrí por casualidad. Nadie hablaba de ese tema pero a partir de un momento, bastaba observar dos o tres señales y el pasado se volvía evidente.

Como toda ciudad, Santa Fe tiene entonces su propia ignominia, sus propios olvidos y sus propias anagnórisis, como los proyectos de la llamada Catedral Nueva o del Centro Cívico, que quedaron a medio camino, y que a mí me producen una particular fascinación. Se trata de olvidar ese pasado, pero al mismo tiempo no se puede no recordarlo. Como metáfora, a mí me sorprendió siempre la imagen de las vías del desaparecido tranvía que aparecen, como una cicatriz escondida por una cirugía estética, cada vez que se abre una calle. De eso trata, en cierto modo, en “Parque del sur”, la primera crónica de Parques. En El paraíso observo, en uno de los relatos, las instalaciones ferroviarias. Santa Fe tuvo una vida ferroviaria muy intensa, que desapareció de golpe. Las vías, las estaciones, las fábricas, los galpones todavía están ahí y van siendo reciclados. Se intenta dejar atrás ese pasado, pero siempre vuelve. A mí me gusta observar esas irrupciones del pasado en el presente. O su secreta permanencia, por ejemplo, en el recuerdo de un hombre que cuando joven hacía regularmente un trayecto en tren. ¿Dónde quedan las vibraciones, los sonidos, las imágenes de esos viajes emblemáticos cuando ese ramal dejó de funcionar?

Siguiendo con La sobrina, una novela urbana ubicada en una ciudad de provincia. El narrador, en mi lectura, trabaja a partir de una mirada situada. No relata toda la ciudad sino un fragmento, el boulevard, el barrio Sur, el Centro: ¿Qué Santa Fe muestra La sobrina? ¿Es una Santa Fe donde aparecen mezclados distintos tiempos históricos o se está hablando de un momento preciso con un marco cultural determinado?

Quisiera saberlo. Y no es que quiera esquivar la pregunta, que es muy pertinente… Pero es verdad que no tengo una imagen nítida de lo que el tríptico produce como experiencia de lectura, de qué ciudad muestra, inventa o niega. Me gusta trabajar con la historia de una ciudad, pero no soy ni historiador ni urbanista. Una de las estrategias, que es la de todo narrador y no estoy inventado nada, es trabajar sobre el detalle: una casa, esa parte especial de una casa que es una habitación o un jardín, los recorridos de un personaje, las vías de un tren. Y me gusta esa vibración entre pasado y presente que se logra cuando descubro ruinas o restos. Ahora bien: ¿qué Santa Fe muestra La sobrina? ¿Qué imagen de Brest, Lorient, o del reino de Siam brinda El paraíso en su conjunto? No puedo saberlo. No es de mi competencia, diría un burócrata. Si estas cosas funcionan como representación, quiero creer que es la lectura la que recompone esos espacios y es probable que así como en Londres es frecuente ver una variedad de cerezos que en Japón ha desaparecido, pueda existir en París una casa estilo santafesino. De hecho, una vez Rubén Darío vio en un rincón de París un ombú y tuvo allí como una suerte de epifanía pampeana.

Hacés referencia al barrio sur, como un territorio particular de la cultura. En p. 47, se lee un episodio donde se cuenta una instalación artística. ¿Hay aquí una suerte de vínculo crítico entre la cultura santafesina y algunos sectores sociales de la ciudad?

Sí, claro. A mí me llamó siempre la atención, en toda ciudad, el contraste entre su vida creativa y la llamada cultura oficial. Se polariza quizás en una ciudad de provincia, porque todo está como más concentrado, pero sucede incluso en las grandes capitales. Hay momento, fugaces, en los que el gusto de la burguesía coincide con la novedad artística. Pero esto se inscribe más bien en el orden de los malentendidos. Muchos artistas viven en la miseria y recién tienen un reconocimiento post mortem con el que no pueden comprar ni pan ni vino.

Aquellos momentos en los que las clases altas comprenden el sentido de las vanguardias artísticas vienen seguidos, me parece que no por casualidad, por una fuerte represión policial. Ese maravilloso momento de libertad creativa e intelectual que fueron las vanguardias artísticas de principios de siglo se cerró con el ingreso de las tropas alemanas en París, algo con lo que una parte importante de la alta sociedad francesa estuvo de acuerdo. De eso se habla muy poco, por supuesto. En el año 1967 se realizan dos exposiciones de artistas vanguardistas rosarinos, una en el museo de arte moderno de Buenos Aires y otra en el museo Rosa Galisteo de Santa Fe. Ambas exposiciones fueron promovidas por Isidoro Slullitel, un médico rosarino exitoso que apoyó ese movimiento comprando las obras. Me pregunto entonces, y en verdad no lo sé, de qué manera fue percibida esa exposición por los miembros de la asociación amigos del museo. Uno de los personajes de La sobrina, un artista que ha triunfado en el exterior y se dispone a hacer una instalación en Santa Fe, encuentra en aquella exposición una suerte de referencia del origen de su inquietud artísticas. En realidad, el misterio no reside en que aquella burguesía cultural haya comprendido o no esa vanguardia; el misterio es que haya producido en un niño una inquietud que lo marcó de por vida. Esto es algo que enfurece a los fachos.

«En todos los casos las imágenes participan del proceso de la escritura y nunca son pensadas como una mera ilustración o como un documento. También suelo utilizar imágenes en algunos ensayos. Son experiencias puntuales y cada una tiene, quiero creerlo, su lógica interna. Pero antes de Parques, como decía, escribí con imágenes sin imprimirlas en el libro. Y ahora mismo estoy escribiendo con imágenes sin pensar en reproducirlas».

Hay varias imágenes en el libro. Es un recurso que ya aparece en Parques. La del angelote, y la del cubo del aire, en mi lectura, resultan sumamente pertinentes, en cuanto completan la lectura, es como si el lector y el sujeto que narra la novela estuviesen, de algún modo, viviendo lo mismo. ¿Se impone en vos la incorporación de estos recursos o bien es algo planeado?

Sí y no. Desde mi primer libro, La selva de Marte, hay siempre fotografías. Pero las mismas no se imprimen, sino que son descriptas. Sería imposible imprimirlas porque en muchos casos son fotos que tuve en mis manos y ya no poseo, o fotos sencillamente imaginarias. Es cierto que hay fotografías que me sirvieron como fuente de inspiración pero que se incorporan al proceso creativo y las personas reales son reemplazadas o desdibujadas por los personajes. Es el caso, por ejemplo, de una fotografía de un grupo que viaja a Calamuchita, en las sierras cordobesas. Me ocurrió algo muy curioso porque este año encontré, en la casa familiar, un archivo fotográfico de cuya existencia me había olvidado. Estaba en una suerte de pequeño placar bajo una escalera y ahí entró el agua durante la inundación del año 2003. Cuando recuperé esas fotos, que eran fotos de mi juventud, las imágenes estaban muy deterioradas por la humedad. Podía reconocer algunos rostros borrosos, las siluetas, indicios del paisaje alrededor. Entre ellas se encontraba una foto de grupo sacada en Calamuchita, muy deteriorada también. Es imposible recuperarla y sin embargo la pude “ver” gracias a la memoria porque ahí permanece intacta. Lo suficiente, al menos, para reconstruir los rostros de las personas, sus gestos y el lugar. Creo que esto es “ilustrativo” de lo que vengo diciendo: una imagen que viene del pasado se hace presente en el momento en que la contemplamos. María Stepánova, en el libro En memoria de la memoria que comenté anteriormente, trabaja mucho con archivos fotográficos y postales de su familia. Trata de reconstruir, a partir de restos, la historia anónima de su familia judía en Rusia antes de la guerra. Lo curioso es que no muestra ninguna imagen, sino que se limita a describirlas. Como si fuera necesario hacer un trabajo a contra-tiempo. En un momento dice: “Con la invención de la fotografía digital el ayer y el hoy se han puesto a coexistir con una intensidad inusitada. Es como si el colector de desechos de casa se hubiera estropeado y toda la basura se amontonara aquí para siempre”. Si lo dice tiene algo de razón, hoy en día no podemos soslayar este peso específico de las imágenes y reconocer que nuestro trabajo narrativo es de rescate y selección.

La primera vez que incluí fotografías en mis textos fue en Parque del sur y porque me lo solicitaron los editores. Era la condición de la colección naranja de la Editorial Municipal de Rosario. Parques continúa este impulso y El paraíso fue concebido desde el comienzo con imágenes. En todos los casos las imágenes participan del proceso de la escritura y nunca son pensadas como una mera ilustración o como un documento. También suelo utilizar imágenes en algunos ensayos. Son experiencias puntuales y cada una tiene, quiero creerlo, su lógica interna. Pero antes de Parques, como decía, escribí con imágenes sin imprimirlas en el libro. Y ahora mismo estoy escribiendo con imágenes sin pensar en reproducirlas.

La imagen del cubo de aire es una obra de Juan Pablo Renzi que se exhibió por primera vez en la muestra en Buenos Aires, en 1967, que mencioné anteriormente. Su título es Coordenadas especiales de un prisma de aire. No me consta que se haya exhibido en Santa Fe, en el Museo Rosa Galisteo, al menos no figura en el catálogo, pero me gustó imaginar esta posibilidad y pensar cómo debería haber sido contemplado ese prisma vacío exponiendo sencillamente “el aire”, lo que es al mismo tiempo un hallazgo estético (porque invita a reflexionar de una manera inhabitual respecto a la relación, en el arte, entre forma y contenido) y, sobre todo, una provocación. De este modo, como decía, La sobrina es también, en este punto, una suerte de “instalación” dado que trae a la cultura local un elemento extraño (el cubo de aire) y crea una situación al mismo tiempo probable e improbable.

El libro, aunque reciente, ya tiene un recorrido público. ¿Qué podés decirnos sobre las notas o reseñas y, sobre todo, de las presentaciones que hiciste en ciudades, por cierto, muy diferentes?

Sí, el tríptico tiene un recorrido público, pero más bien discreto, que de todos modos me gusta y me resulta incluso emocionante. Se me ocurre la idea de que el tríptico circula entre amigos, como de capilla en capilla, y cuando encuentra un lector nuevo rápidamente lo integra a su pequeño círculo. Como cuando se abre la rueda del mate. Una lectora, que escribió una reseña hermosa e inteligente para una revista, me escribió luego por Messenger para decirme que le había pasado algo muy raro con el libro: “no quería que se termine”. Me resultó muy simpático que, al cabo de un despliegue de lectura tan sofisticado, se haya visto en la necesidad de hacerme ese comentario casi elemental. Para mí es la mejor observación crítica que me pueden hacer. Aunque no comprenda las lecturas que se puedan hacer del libro, porque no me pertenecen (es lo bueno y lo malo del asunto), no dejan de intrigarme. Como un milagro secreto.

Las presentaciones que se hicieron hasta ahora, en Santa Fe, Rosario y Buenos Aires, creo que siguieron manteniendo el mismo tono de una rueda de amigos. Aquí el “amiguismo” no es un delito.

Que no destruyan la lectura

Que no destruyan la lectura

El debate sobre el proyecto de «Ley Omnibus» que envió el gobierno argentino al Congreso, fue rico en análisis e intervenciones. Hay muchos ejemplos. Queremos destacar la de Alejandro Katz, quién explicó por qué el artículo 60 amenaza con demoler la industria editorial asfixiando la diversidad de voces.

Señoras diputadas, señores diputados*, agradezco la posibilidad de exponer ante ustedes mis puntos de vista respecto del impacto del proyecto de ley en consideración respecto de las instituciones que promueven la creación y el acceso a la cultura. 

Lo hago en mi doble carácter, a la vez como intelectual público, es decir como un ciudadano que desde hace mucho tiempo intenta contribuir a la discusión de los problemas de nuestro país, y lo hago como editor, es decir como un actor real de una de las industrias culturales afectadas por el proyecto de ley en cuestión.

En ambos casos, como intelectual y como editor, he sido sumamente crítico de las políticas culturales de los anteriores gobiernos; en ambos roles he sido ignorado, si no directamente discriminado. No vengo aquí, por tanto, a defender la continuidad de intereses personales o corporativos. Vengo por el contrario con el propósito de ofrecer mis mejores argumentos para que las decisiones que ustedes tomen respecto del futuro de los dispositivos culturales estén al servicio del bien común, del interés general, de la ciudadanía presente y futura.

Es evidente que numerosos organismos e instituciones de la vida cultural del país deben ser reformados: actualizados sus propósitos, renovados sus procedimientos, perfeccionados sus mecanismos de gobernanza y control.

Eso es justamente lo que indica el término “reforma”, una transformación que busca mejorar lo que existe. Pero suprimir no es mejorar, suprimir es destruir. La supresión, la destrucción es una acción revolucionaria, no democrática, resultado de la imposición de la voluntad de una vanguardia iluminada que sustituye a la deliberación pública.

Tenemos diferentes concepciones de la sociedad, todas ellas legítimas y razonables, tal como enseña la tradición de un liberalismo político más invocado que practicado, un liberalismo para el cual el pluralismo de nuestras visiones enriquece la vida en común. En todas esas visiones la creación cultural es fundamental para la existencia de sociedades ricas, variadas, dinámicas, robustas. Todas esas visiones reconocen como imprescindible la existencia de instituciones culturales impulsadas y financiadas total o parcialmente con recursos públicos. Ninguna de las sociedades que miramos ya no con admiración sino simplemente con respeto ha prescindido de ellas.

El artículo 60 de la norma en discusión propone derogar la ley que establece que cada libro debe venderse al mismo precio en todos los canales comerciales, trátese de pequeñas o grandes librerías, supermercados o plataformas digitales. Se desconoce así que el precio uniforme garantiza la existencia de un ecosistema del libro amplio y diverso, sin ningún costo fiscal ya que no demanda recursos públicos, no implica impuestos ni tasas, ni otorga subsidios o subvenciones.

En todas esas visiones no: existen puntos de vista extremos, dogmáticos, radicalizados que se han propuesto suprimir de un plumazo, de un modo inconsulto y por tanto autoritario, instituciones clave de la vida argentina, instituciones, leyes y acuerdos de larga data entre nosotros. 

El artículo 60 de la norma en discusión propone derogar la ley que establece que cada libro debe venderse al mismo precio en todos los canales comerciales, trátese de pequeñas o grandes librerías, supermercados o plataformas digitales. Se desconoce así que el precio uniforme garantiza la existencia de un ecosistema del libro amplio y diverso, sin ningún costo fiscal ya que no demanda recursos públicos, no implica impuestos ni tasas, ni otorga subsidios o subvenciones. No solo eso: experiencia internacional sólidamente documentada prueba que cuando se suprimen leyes semejantes los precios de los libros aumentan, no disminuyen. La derogación de la ley perjudicará de ese modo a los consumidores y a todos los participantes del mundo editorial: autores, editores, traductores, correctores, diseñadores, distribuidores y librerías, sin que sea posible identificar ningún beneficio de esa decisión, con excepción del que obtendrían los grandes jugadores, fundamentalmente digitales, que en la competencia por precio desplazarán a las librerías.

Tal como enseña el modelo suficientemente estudiado según el cual winner take all -el ganador se queda con todo-, lo más probable es que la supresión de la ley destruya a la mayor parte de los jugadores del ecosistema de librerías y editoriales, produciendo a la vez un daño en la producción y acceso a la cultura escrita e imposibilitando a numerosas personas ejercer su preferencia de acceder a los libros en las librerías que funcionan como espacios no solo comerciales sino también de sociabilidad y formación ciudadana. 

Derogar una ley que fortalece un sector fundamental para el desarrollo del país, que no tiene costo fiscal, y cuya desaparición solo beneficiaría a un puñado de grandes jugadores en detrimento de los consumidores, de la ciudadanía y de los profesionales de un sector de alta capacitación, que distingue a nuestro país en el panorama latinoamericano, es resultado de la ausencia de deliberación pública que caracteriza a estos instrumentos diseñados por el ejecutivo. La aberración de destruir un dispositivo jurídico que solo produce ganancias para todos los actores del sistema, incluidos los consumidores, es la mejor prueba de la necesidad de que las decisiones sean resultado de una amplia conversación.

La democracia no es solo un mecanismo de elección de representantes. Es una forma de vida y un recurso epistemológico, que por medio de la deliberación nos permite tomar mejores decisiones. Suprimir de un plumazo, como pretende el ejecutivo, instituciones y leyes que han sido fundamentales para la mejor vida de nuestra sociedad es a la vez un reflejo autoritario y dogmático, es un signo de desprecio respecto de la importancia de la cultura para los individuos y para la comunidad y un gesto de ignorancia. Es responsabilidad del parlamento utilizar el poder que la constitución le otorga como control y contrapeso del ejecutivo para evitar que en lugar de las reformas necesarias el dogmatismo y la ceguera ideológica provoquen la destrucción de recursos fundamentales para nuestra sociedad.}

* Presentación de Alejandro Katz ante el plenario de comisiones de la Cámara de Diputados
15 de enero de 2024.

La reforma económica para una Argentina moderna

La reforma económica para una Argentina moderna

Crítica a la arbitrariedad en la política económica argentina, destacando la devaluación y la baja tasa de interés. La importancia de los principios republicano y democrático en las instituciones económicas. Riesgos de eliminar uno de estos principios.

Artículo 1º.- La Nación Argentina adopta para su gobierno la forma representativa republicana federal, según la establece la presente Constitución.

Parte Primera, Capítulo Único, Declaraciones, Derechos y Garantías, Constitución de la Nación Argentina de 1853.

 

Gobernar por decreto y delegar potestades del congreso al Presidente son medidas de explícito autoritarismo. Se ven y se palpan en el contraste del negro de la letra sobre el blanco papel y la firma del autor. Pero hay decretazos, discutidos menos por su forma y más por sus efectos, que no son percibidos como un problema político y jurídico de fondo y que, sin embargo, pueden ser más relevantes de lo que aparentan. Me refiero a la política económica y en particular a la cambiaria y monetaria que caen bajo el ámbito del Banco Central y el Ministerio de Economía que actúan como dos caras de una misma moneda, casi por definición. 

Tuvimos hace algunas pocas semanas un ejemplo de esta arbitrariedad, observada con cierta perplejidad por el público e indiscutida en el fondo político jurídico por los especialistas: una devaluación intensa y una fijación a la baja de la tasa de interés real. No vamos a discutir aquí los efectos de estas medidas, por cierto, harto conocidos: aceleración de la inflación, y en particular de alimentos y energía, caída del salario real, reducción drástica de la actividad económica, perdida del valor de los depósitos ahorrados por las personas, familias y empresas en la forma de depósitos a plazo fijo. Sin embargo, podemos pensar, de un modo sintético, el significado político jurídico de estas medidas y, por lo tanto, la importancia de las formas institucionales que permiten este tipo de decretazos naturalizados.

REPUBLICANISMO Y DEMOCRACIA EN LAS INSTITUCIONES ECONÓMICAS

Faltando un poco el respeto a especialistas en la materia, podríamos por comenzar definiendo dos principios claves, el republicano y el democrático, al menos en sus aspectos más complementarios. El principio republicano podría resumirse como la construcción histórica de una relación de autoridad, institucional y jurídica, que es capaz de funcionar sin un nombre propio, es decir, a la manera de, literalmente, una cosa pública. De este modo el principio republicano se opone a la arbitrariedad personal del poder político cualquiera que sea su fundamento. Supone, normalmente, una distribución del poder político de tal manera que lo particular se disuelve en un conjunto de reglas impersonales cuyo origen y materialidad pasan a ser el verdadero problema para resolver. 

Viene a compensar ello el principio democrático, es decir, la idea de que el contenido y materialidad particular de las relaciones de autoridad política, emergen como reflejo de la realidad popular (plebeya). Ella se expresa, en un grado de autoconsciencia mayor, en la determinación de una estructura legal, desde la constitución hasta las ordenanzas municipales. Entre el voto universal y el decreto presidencial, se desarrolla un extenso sistema de mediaciones institucionales que son la realidad concreta del binomio república – democracia. Allí la tensión es permanente, entre pesos y contrapesos, representaciones y fragmentos, que se elevan a unidad histórica sólo en conflicto y movimiento. Nada está garantizado en este devenir. 

El republicanismo no democrático y la democracia no republicana, a la larga se parecen demasiado y pueden ser difíciles de distinguir.

Las formas decadentes son múltiples. Tomemos dos ejemplos extremos y opuestos entre sí en donde se elimina un principio y como consecuencia se descompone el otro. Por un lado, se puede eliminar el componente democrático cuando una vanguardia toma el control del Estado y designa a los funcionarios que componen los poderes de este: el ejecutivo, el legislativo y el judicial, típicamente. En este caso, el principio republicano funcionaría, sólo si y en rigor, el gobierno es el instrumento de aplicación de una ley universal impersonal que, ¡oh casualidad!, está debidamente encarnada en la vanguardia revolucionaria. En este contexto, evidentemente, la república degenera y se disuelve en la arbitrariedad del partido o facción. Finalmente, este expone todo su contenido particular excluyendo a otros particulares y comienza el proceso de raleo, extirpación y purga de aquello que no encaja en el particular que unilateralmente ha sancionado su propia universalidad. 

De un modo opuesto, es posible que un representante elegido democráticamente, elimine el principio republicano, centralizando en su persona otros poderes del Estado argumentando, por ejemplo, la incapacidad o inefectividad de estos mecanismos. En este caso se desencadena una serie similar de acontecimientos. Al desaparecer el principio republicano, se precipita la unanimidad del único representante, que sólo puede conservar el principio democrático en el permanente ejercicio del referéndum o el plebiscito y bajo el estricto resultado de la unanimidad. Evidentemente se trata de una circunstancia que no puede persistir ni realizarse, de modo que la arbitrariedad se hace ley, y requiere para ello legitimarse, normalmente en alguna forma de mesianismo. Al igual que en el caso anterior no es el representante el que gobierna sino fuerzas divinas través de él. El principio democrático se convierte por lógica interna en un principio místico-religioso, bajo la forma general de hacer de un hombre un dios, lo que resulta bastante similar al paganismo religioso-místico-político de los años ’20 y ’30 del siglo pasado. Finalmente, todo se consuma cuando debe producirse, al igual que en el caso anterior, la purga de todo aquello que no calza en la cosmogonía que ha llegado al poder. Ralear el excedente que desborda la unanimidad de un particular que, unilateral y místicamente, se ha sancionado a sí mismo como un universal.

Si bien estas dos vías son diferentes, el republicanismo no democrático y la democracia no republicana, a la larga se parecen demasiado y pueden ser difíciles de distinguir. A modo de resumen, en ambos casos, los principios degeneran en la restauración de alguna forma de arbitrariedad unanimista y excluyente, mientras en el primer caso suele ser del tipo burocrático y en el segundo del tipo místico-religioso. Todo esto es harto conocido en su aplicación al campo de las instituciones políticas y la construcción de los marcos jurídicos necesarios para el funcionamiento de los sistemas sociales modernos. Frente a ello, emitir un decreto presidencial legislando en aspectos fundamentales, o enviar un proyecto de ley cerrando el parlamento, y todo en nombre de unas muy enigmáticas fuerzas del cielo, despiertan inmediatamente cortafuegos institucionales y políticos que, esperemos, funcionen aún.

 Sin embargo, en el campo de la política económica, la república y la democracia no llegan, no existen, ni son consideradas, y son reemplazadas por la arbitrariedad absoluta de alguna figura, más o menos tragicómica, de un burócrata, banquero, financista o académico. Desde ese lugar, es posible provocar una verdadera conmoción como, por ejemplo, con una mega devaluación y una caída drástica de la tasa de interés, con la consecuente destrucción de los ingresos y patrimonios de los argentinos. Se trata también de un decretazo, repetido en la historia con lamentable frecuencia, en un sistema institucional basado en una autoridad personalísima, sin contrapesos, ni representación, que actúa en nombre de, como en los casos degenerados vistos arriba, una misteriosa regla general de funcionamiento universal de los hechos económicos. Se trata, en definitiva, de un sistema institucional en el que se acumulan irracionalidades pues, al igual que antes, se pretende imponer al mundo infinito un particular finito y arbitrario que, en su forma más agresiva, se enlaza con la irracionalidad de la vanguardia revolucionaria o de las fuerzas místico-religiosas casi sin distinción.

LA CAUSA REPUBLICANA Y DEMOCRÁTICA ES LA CAUSA FEDERAL

La ausencia de los principios republicanos y democráticos en las instituciones económicas que regulan, de un modo simplificado, el régimen cambiario y monetario, no es reciente. Es un rasgo propio del capitalismo argentino, al menos del último medio siglo que, en todo caso, se vuelve más visible cuando se toman medidas drásticas y que provocan conmoción social. Este atributo se ve representado en una institución tan frecuentemente discutida como poco comprendida: el Banco Central de la República Argentina, que encarna esta arbitrariedad, a resguardo de la realidad económica nacional, en el microcentro de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

La pregunta que puede hacerse en este punto es, qué implica la introducción de principios republicanos y democráticos en las instituciones económicas, ya que no funcionan de la misma manera que los asuntos políticos y jurídicos convencionales. Recordemos que estos principios exigen, por un lado, la despersonalización del poder, por su forma, y la representatividad por su contenido. Sin embargo, en el ámbito de la regulación económica, estos principios se realizan bajo formas que invierten lo visto en el mundo de los asuntos civiles y políticos. 

Mientras en la política se parte de la simetría e igualdad del voto universal, en lo económico se articulan componentes con intereses específicos, diferenciados y asimétricos, que definen los modos particulares propios de la producción de la vida material de un pueblo. Se encuentran allí sectores, corporaciones, clases sociales, que habitan en territorios específicos y tienen intereses particulares que, en todo caso, deben construir un interés económico común. Este último, en el plano económico tiene éxito en la medida en que es trazado para plazos largos y, por lo tanto, consuma una mayor temporalidad que la que se ve en el ámbito de lo político.

Mientras en la política se parte de la simetría e igualdad del voto universal, en lo económico se articulan componentes con intereses específicos, diferenciados y asimétrico.

Por otra parte, la despersonalización del poder se produce en este contexto por la vía de mecanismos de representación que operan en un sentido opuesto a lo que se observa en la práctica económica cotidiana. Puesto de otro modo, son mecanismos que aumentan o disminuyen el poder económico material de sectores, grupos, corporaciones, territorios. Sin embargo, ello no necesariamente busca establecer una simetría estricta entre estos, sino la composición de un conjunto de intereses comunes de largo plazo, que refuercen los compromisos propios de formar parte de una comunidad económica. Aquí se pone en juego la verdadera clave de la estabilización de la regulación cambiaria y monetaria y, por lo tanto, la consumación de un marco de normas que contenga el crecimiento mutuo de los miembros.

Debe notarse que, al igual que en el ámbito político, la publicidad o transparencia de los actos públicos constituye un principio clave en dicho proceso, pues ello es indispensable para la observancia de los principios de despersonalización del poder y la representatividad de los intereses particulares. Sin embargo, sí se produce un cambio desde de una lógica política cuantitativa de agregado del voto individual, a una lógica más cualitativa de los acuerdos corporativos, sectoriales, de clases y territoriales.

En el marco de esta observación general, puede reconocerse cómo la introducción de los principios republicanos y democráticos en el ámbito económico supone también la introducción de un principio federal o de representación territorial ya que los intereses de la vida económica se producen y articulan territorialmente. Los territorios tienen una importancia vital en la construcción de las instituciones económicas nacionales y la convergencia de éstos en la formación de un interés económico común de largo plazo, constituye, probablemente, la prueba de fuego en la construcción de un orden macroeconómico estable. 

El hecho simbólico de este desajuste se consuma en la forma no republicana, no democrática y unitaria, del centro decisional de la política cambiaria y monetaria. Centralizado y autónomo, en el microcentro de la ciudad más privilegiada del país, a la sombra de grandes edificios corporativos, bajo el mando de burócratas, banqueros, financistas y académicos, que circulan y habitan aquel mundillo gris, el BCRA encarna una desconexión fundamental. En otra parte, en el mundo real, en el verde de la vida, se desenvuelven los procesos económicos que crean nuestra vida material, desde La Quiaca a Ushuaia, desde el océano, la selva, el bosque y el pastizal hasta la cordillera. Esta desconexión es un rasgo que, evidentemente, no resulta funcional al desarrollo capitalista en Argentina y los capitalismos más avanzados del mundo dan testimonio de ello.

UN EJEMPLO: EL SISTEMA DE BANCOS REGIONALES

Un ejemplo de sistema institucional de política monetaria que contiene claros elementos republicanos y democráticos, y que no suele ser reconocido por estos atributos, es el Sistema de la Reserva Federal de los Estados Unidos de Norte América. Es posible hacer un breve repaso de su organización para ilustrar el punto de este artículo. Sobre ello hemos formulado algunas reflexiones en un informe realizado para el Centro Interdisciplinario de Estudios de la Facultad de Ciencias Económicas de la UNER, publicado en 2019.

El Sistema de la Reserva Federal, está conformado por tres componentes. Por una parte, la Junta de Gobierno, nombrada por el presidente de los Estados Unidos, con el acuerdo del Senado, bajo un complejo sistema de nombramientos plazos e incompatibilidades. Por otro lado, los 12 Bancos de la Fed, distribuidos en distintos territorios elegidos en 1913 luego de largas disputas sobre la representatividad territorial. Estos bancos, a su vez, se componen por el capital de instituciones financieras locales públicos, privadas o de otra naturaleza (mutuales) y sus directorios se componen de nueve miembros tres correspondientes al sector financiero y seis representantes de las fuerzas productivas de la región (tres de ellos elegidos por el sistema financiero local y tres de ellos elegidos por la Junta de Gobierno). Finalmente, en tercer lugar, tras la reforma de 1935, se crea en el marco de la Fed, el Comité Federal de Mercado Abierto (FOMC), organismo que tiene la potestad de definir las operaciones de mercado abierto, fijación de la tasa de descuento, el requisito de reservas mínimas e interviene en el mercado de divisas. Este organismo, decisivo para el establecimiento de la política monetaria en los Estados Unidos, se constituye con 12 miembros, los 7 de la Junta de Gobierno y 5 por los Bancos de la Reserva. Merece notarse que el Banco de Nueva York tiene una banca permanente, mientras que los restantes rotan. 

Más allá de las particularidades del caso lo que queda en evidencia es la complejidad institucional que incorpora criterios de representatividad y contrapesos en la toma de decisiones de política monetaria. Esto contrasta notablemente con la organización hiper centralizada y autónoma del BCRA. Frente a ello, ¿podría usted imaginar un sistema republicano, representativo y federal para nuestro BCRA?

Le pediré, en el final de este artículo, que haga un pequeño esfuerzo de imaginación política y visualice la existencia de cinco bancos regionales conformados con criterios de representatividad del sistema financiero y productivo, con funciones de regulación coordinadas por órganos federales compuestos. Siguiendo en el plano de la estricta imaginación podemos pensar en un banco para el Área Metropolitana de la Ciudad de Buenos Aires, otro para el espacio del litoral y la pampa húmeda, otro para el gran norte, otro para el espacio cuyano, otro para el gran sur argentino. Dado que, en cada caso, predominan actividades diferentes, tendrán composiciones diferentes y en conjunto constituirían los órganos de gobierno del sistema federal de banco regionales. Podemos animarnos a imaginar también la potestad del sistema para establecer criterios de largo plazo en la administración de la divisa internacional, la tasa de interés, la orientación del crédito promocional y, en coordinación con el Ministerio de Economía, establecer el programa de obras públicas preferentes para el desarrollo productivo de la Argentina moderna.

Se trata, evidentemente, de un ejercicio de la imaginación política reformista, pero, a diferencia de las ideas que abandonan completamente la realidad subyacente y la vida económica real, aquí se pretende conservarla. Se trata, en este caso, de potenciar sus capacidades, pensar los sistemas institucionales necesarios para la composición de acuerdos de largo plazo y, en definitiva, proyectar la realidad hacia un futuro de progreso y modernización, tanto para los componentes particulares, como para el conjunto de la Nación Argentina.

Casta somos todxs

Casta somos todxs

El anuncio de las medidas económicas de “shock” por parte del Ministro Luis “Toto” Caputo mostró la hoja de ruta del nuevo Gobierno. Devaluación, pobreza, alta inflación, apertura indiscriminada de la economía, impuestazo y más endeudamiento.

Migajas para los sectores populares. Duplicación del monto de la AUH (cuando la inflación proyectada para 2024 se estima en 300%) y un 50% de incremento de la tarjeta alimentar (alimentos que se estima se incrementarán en más de 100% entre diciembre y febrero sin contar los aumentos acumulados tras la estampida de precios de noviembre).

Se eliminaría la fórmula jubilatoria para que el magnánimo Gobierno pueda otorgar discrecionalmente aumentos que impidan la pérdida de poder adquisitivo de los beneficios (Milei en mood Papa Noél).

«Se eliminaría la fórmula jubilatoria para que el magnánimo Gobierno pueda otorgar discrecionalmente aumentos que impidan la pérdida de poder adquisitivo de los beneficios»

El retorno de la cuarta categoría del Impuesto a las Ganancias, merece un apartado más detallado.

El impuesto a las Ganancias o a los altos ingresos es uno de los impuestos más progresivos que existen y se aplica en casi todos los países del mundo, por lo que conceptualmente este proyecto aparece a priori como una medida positiva de redistribución de la riqueza. Sin embargo, fruto de las distorsiones de la macroeconomía argentina, hasta su vigencia el pasado mes de noviembre la base de trabajadoras y trabajadores se había ampliado hasta márgenes insólitos. Su eliminación y reemplazo por un impuesto a los grandes ingresos atado al valor del salario mínimo, vital y móvil significó un importante alivio para los sectores medios y medios bajos, en un contexto de alta inflación e indexación de precios, ingresos e impuestos.

Volver al esquema ya derogado (derogación que votó con las dos manos el actual Presidente) implica un castigo a parte de quienes más perderán con las medidas de ajuste. Incluso llegando al contrasentido de que en el caso de autónomos, el impuestos se aplica para personas con ingresos apenas inferiores a la Canasta básica. País de ricos, en el cual todxs pagan Ganancias.

En síntesis, el tan mentado shock es un shock de pobreza. Y al ajuste no lo pagará la “casta”, lo pagará la enorme mayoría del pueblo argentino y con un especial esfuerzo de los sectores de la otrora clase media. Será pues que “la casta” somos todxs.

Tras estos anuncios, y en sentido contrario a lo que fueron sus banderas de campaña, el que se denominó como el “primer presidente libertario del mundo” decidió aplicar la clásica receta neoliberal. Esa que no funcionó ni en los 70 ni en los 80, ni en los 90, y que nos arrojó a la peor crisis de la historia reciente.

Ajuste fiscal, incremento de impuestos y apertura al mundo. Un combo conocido que no es precisamente la cajita feliz.

LA GRASA MILITANTE

Si bien los aspectos económicos y cambiarios han atraído la atención masiva de la ciudadanía, no sólo por el bolsillo se construye el nuevo paradigma.

Durante las primeras horas de gestión el equipo gobernante se dedicó a estigmatizar a las y los trabajadores estatales tratándolos de (en su inmensa mayoría) vagos.

La exigencia pública de presencialidad (como si no fuera ya la norma desde que en 2021 se terminaron las restricciones post pandemia) y las leyendas urbanas de ascensores repletos y oficinas atiborradas por los “cientos” que no venían a laburar nunca y ahora pretenden hacer “buena letra”, contribuyeron a sostener el relato libertario de que las personas que trabajan en el Estado son ñoquis, acomodadas y sobran. Un novel funcionario se atrevió a ponerle cifra a este fenómeno: las apariciones alcanzarían al 10% de la plantilla. Inchequeable.

A eso se sumó la amenaza de revisión de todas las contrataciones realizadas en el último año, incluyendo la no renovación de contratos y revisión de pases a planta permanente. Si la “libertad avanza” en esa dirección, ésta será una navidad de angustia para miles de familias estatales.

CON EL MAZO DANDO

En un contexto de previsible crecimiento de la conflictividad social no podía faltar la pata represiva. La flamante Ministra de Seguridad (AKA ex Montonera tira bombas Patricia Bullrich) acaba de estrenarse en el cargo con un Protocolo de orden público para garantizar la circulación en las calles.

Si el primer acercamiento a la nueva doctrina lo había realizado el Gobierno de la Ciudad con la invitación al movimiento liderado por Castells de marchar por las veredas, con Pato es otra historia.

La novedosa herramienta de gestión diseñada por la ex (y actual) Ministra promete “severas sanciones” para quien marcha y para quien organiza las marchas.

«La novedosa herramienta de gestión diseñada por la ex (y actual) Ministra promete “severas sanciones” para quien marcha y para quien organiza las marchas.»

No va a ser cosa que el descontento social producido por las medidas económicas termine impidiendo que la “gente de bien” pueda desenvolverse sin obstáculos.

BONUS TRACK

Mención especial merece la amorosa declaración de Jorge Macri (el primo) sobre los aprontes que lleva adelante el Gobierno de la Ciudad para lidiar con el “hambre de la clase media”.

Es que el ajuste que anunció Toto es tan brutal que hasta la gente amiga ve venir un vendaval de pobreza especialmente concentrado en lo que fuera alguna vez el motor económico del país y ahora da la pelea por no quedarse sin nafta.

«el ajuste que anunció Toto es tan brutal que hasta la gente amiga ve venir un vendaval de pobreza especialmente concentrado en lo que fuera alguna vez el motor económico del país y ahora da la pelea por no quedarse sin nafta.»

Y para ello el sensible Jorge preparará medidas para que la gente “de bien” no pase por la penosa experiencia de hacer una cola para retirar un plato de comida.

Así sí da gusto atravesar un ajuste!