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Marcar la cancha: de Locke a Manzur

por | Sep 20, 2021 | Nacionales

Las críticas son necesarias para la vida democrática, deben alentarse aunque incomoden. De las obras anónimas de John Locke a las objeciones a la designación de Juan Manzur, Sergio Morresi defiende tanto el derecho del que critica para «marcar la cancha» como la necesidad de escucharlo.

JOHN LOCKE: ANONIMATO Y CRÍTICA

Durante mucho tiempo, siglos incluso, los Dos Tratados sobre el Gobierno Civil, la obra de John Locke que se considera precursora del pensamiento liberal, era leída como una justificación teórica ex post de la Revolución Inglesa de 1688 y el ascenso al trono de la dinastía de Orange. Al fin y al cabo, el propio autor parecía decir eso de modo inequívoco en las primeras líneas del prefacio. Sin embargo, en 1960 el historiador Peter Laslett logró establecer de manera convincente que Locke no había escrito los Dos Tratados al calor de de la revuelta que terminó con el reinado de Jacobo II, sino que los había hecho varios años antes, con el fin de intervenir sobre la política de sucesión del rey Carlos II. Así, el de Locke no eran un texto de filosofía que venía a ofrecer razones sobre lo hecho, sino un panfleto político que tenía el objetivo de impulsar lo que aún no había sucedido.

Desde que Laslett presentó su trabajo se produjo una frondosa (y aún no agotada) discusión académica, sobre la que no tiene mucho sentido ahondar en estas líneas. Sin embargo, sí parece relevante poner en primer plano una pregunta que forma parte de ese debate. Si Locke escribió en 1679-1683 como un modo de luchar contra las ideas absolutistas, es lógico entender por qué no lo publicó entonces: por temor. De hecho, Locke huyó a los Países Bajos en 1683 porque sospechaba, justificadamente o no, que si se quedaba en Inglaterra no tardaría en ser prisionero (y quizás incluso torturado o ejecutado como le sucedió a Algernon Sidney). Pero entonces, ¿por qué decidió publicar los Dos Tratados en 1689? ¿Y por qué lo hizo de forma anónima? (Locke solo reconoció su autoría en su lecho de muerte). ¿Acaso buscaba impugnar a los gobernantes cuyo ascenso él mismo decía saludar con beneplácito y temía las represalias?

La expresión “marcar la cancha” alude a intervenciones públicas que buscan impulsar ciertos límites de lo que se puede hacer o decir y no implican ni finalizar la conversación ni impugnar a los interlocutores.

Al día de hoy, los lectores de Locke no se ponen de acuerdo en por qué editó los Dos Tratados en forma anónima, cuál era el sentido de la obra en ese contexto. Si la publicó de forma anónima parece claro que aun en ese momento Locke la consideraba disruptiva en alguna medida importante y que ese carácter disruptivo no se relacionaba apenas con ofrecer una narrativa distinta acerca de la Revolución Gloriosa, sino también con que su perspectiva funcionaba no solo como justificación sino también como advertencia al nuevo gobierno. Lo que estaba haciendo Locke al rechazar los argumentos tradicionales de la common law y la antigua constitución inglesa que usaron aquellos que impusieron en el trono a los nuevos reyes Guillermo y María y presentar en su lugar una perspectiva en la que se hacía hincapié en el derecho del pueblo a resistir a las minorías corruptas que usurpan el gobierno o desatienden el bien público era —para decirlo en lenguaje coloquial contemporáneo— “marcar la cancha”. En ese punto, Locke no estaba buscando subvertir el nuevo orden, sino darle una cierta orientación; no impugnaba a los nuevos monarcas, sino que trazaba el sendero que a su entender tenían que seguir.

La expresión “marcar la cancha” alude a intervenciones públicas que buscan impulsar ciertos límites de lo que se puede hacer o decir y no implican ni finalizar la conversación ni impugnar a los interlocutores. Simplemente se está tomando una posición que intenta influir en la orientación general sin que ello equivalga a anular otras posturas.

Todo este largo rodeo viene a cuenta del modo en que algunos participantes de la discusión pública en Argentina (desde líderes políticos a militantes) han recibido a las críticas que desde ciertos sectores se han hecho al nombramiento de Juan Manzur como Jefe de Gabinete de Ministros. La elección del gobernador de Tucumán para un cargo nacional de primera magnitud tiene, por supuesto, muchos motivos. Pero a veces aquellos que están de acuerdo con alguno de (o todos) esos motivos parecen olvidar que las voces críticas también son distintas y tienen no solo enunciadores y enunciados diferentes sino también sentidos diversos.

LAS CRÍTICAS A MANZUR O «MARCAR LA CANCHA»

El anuncio de que Manzur había sido elegido para vigorizar al gobierno del Frente de Todos provocó críticas, no solo de opositores, sino también de sectores aliados o cercanos al oficialismo. Incluso una parte (quizás pequeña, pero visible) de su propia base electoral encontró inconveniente o reprochable que, más allá de las virtudes que puedan reconocérsele a Manzur, se seleccionara a quien había impulsado de distintos modos una agenda contraria a la llevada adelante por el movimiento feminista.

Está claro que muchas de las críticas (en programas de radio o televisión o en las redes sociales) son ejercicios de oposición política que, por derecha o por izquierda, intentan esmerilar un poco más a un gobierno que acaba de recibir un revés electoral y que busca aire y volumen a través de un recambio ministerial. De este conjunto de posturas habrá algunas meramente instrumentales (se critica cualquier cosa que se pueda criticar, más allá de la propia posición), pero sería poco razonable suponer que todas ellas son mera hipocresía y no el legítimo rechazo a un punto en concreto, independientemente de la postura general. Dicho de otro modo: si hay opositores que encuentran aquí una excusa para marcar un defecto más de un oficialismo al que de todos modos enfrentan por otros motivos, también hay otros que de verdad piensan que esta cuestión es fundamental y que, en todo caso, representa o sintetiza el motivo por el que están en la oposición.

Sin embargo, las críticas no solo fueron de opositores sino también de espacios y personas cercanas al Frente de Todos o que incluso se autoincluyen en él. Algunas de estas posturas podrían interpretarse, como notaron aquellos que las rechazaron de plano, como indignación moral y estética. Se trataría, entonces, más bien de reacciones de desagrado por un tema concreto y que, tomadas de este modo, revelarían tanto ingenuidad como miopía política. Serían críticas “ombliguísticas”, incapaces de comprender que protestar por una parte del pasado del nuevo Jefe de Ministros implica no valorar (o valorar insuficientemente) la trayectoria y la capacidad de Manzur en otros terrenos, los avances logrados por el oficialismo en la agenda por la que se critica a Manzur y no considerar el hecho de que Manzur se integre a un gobierno como el de Fernández no implica que se esté torciendo el rumbo emprendido desde 2019. Así, los y las que elevan la voz estarían actuando, por espíritu reivindicativo y con mirada corta, contra sus propios intereses y “haciéndole el juego” a la oposición que usa estos argumentos para llevar agua a su molino.

Marcar la cancha no solo es legítimo, es también productivo en términos políticos. Porque la política no se hace solo ganando elecciones o gobernando, sino también interviniendo en la discusión pública.

Pero hay otra manera de leer a este segundo conjunto de críticas. Esa otra manera parte de la idea de que los militantes a los que les importa mucho un tema (en este caso la agenda feminista) no son necesariamente cortos de vista, ingenuos o meros instrumentos de opositores, sino que ejercen una crítica válida pero también valiosa en términos políticos. En efecto, y retomando el ejemplo del libro de Locke, es posible entender que muchas de las voces críticas no tienen el sentido de impugnar a Manzur o a la gestión del presidente Alberto Fernández sino el de “marcar la cancha”, el de poner señales que están dirigidas no solamente a aquél a quien se está criticando sino a otras partes de la sociedad. Así, marcar la cancha podría tener el sentido de impedir que el encumbramiento de Manzur sea interpretado como un guiño que habilite las acciones de sectores políticos y activistas sociales contrarios a las agendas del feminismo y de la ampliación de derechos civiles. Algo que ocurrió, por ejemplo, cuando las posturas del hoy Jefe de Gabinete dieron aire para que algunas personas que se denominan a sí mismas “pro-vida” impidieran el ejercicio de un derecho garantizado por ley.

Marcar la cancha no solo es legítimo, es también productivo en términos políticos. Porque la política no se hace solo ganando elecciones o gobernando, sino también interviniendo en la discusión pública. Pero para que la discusión pública tenga ese sentido, y no equivalga a mero ruido de fondo, es preciso considerar que las críticas y las reflexiones nunca tienen apenas un sentido. No solo no son unívocas ni unidemensionales, sino que muchas veces tampoco son claras incluso aunque parezcan decir lo mismo. Negarse a escuchar lo polifónico puede ser un problema aun (o incluso particularmente) para quienes están seguros de tener razón.

Sergio Morresi

Sergio Morresi

DOCTOR EN CIENCIA POLÍTICA POR LA UNIVERSIDAD DE SAN PABLO, INVESTIGADOR DEL CONICET Y PROFESOR EN LA UNIVERSIDAD NACIONAL DEL LITORAL.