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Peces de poesía, entrevista con Osvaldo Picardo

por | Abr 14, 2021 | Cultura

Desde Mar del Plata, dentro de «La Pecera», desde sus muchos y diferentes libros, Osvaldo Picardo surca la poesía, nada entre la poesía, habita la poesía.

Nació y vive en Mar del Plata, donde desarrolla su labor docente de literatura. Es escritor y crítico. Fue director de la Editorial de la Universidad Nacional de Mar del Plata (EUDEM) y es director de la revista La Pecera. Algunos de sus libros de poemas son: Quis quid ubi: Poemas de Quintiliano (1998), Una complicidad que sobrevive (2001), Mar del Plata (2005 y 2012), Pasiones de la línea. Poemas de Nicolás de Cusa (2008), O.P.Vida de poesía (2008) y 21 gramos (2014). Este año, acaba de publicar Un tiempo sin destino. (Fragmentos de un discurso en pandemia) en colaboración con Sara Cohen. Entre los libros de ensayo y crítica literaria se destacan: Primer mapa de poesía argentina (2000); la edición de la Antología poética de Joaquín O. Giannuzzi (2006); Poesía de pensamiento (2016). Recientemente publicó Colgados del Lenguaje. Poesía en las ciencias (2018). En narrativa, ha publicado Perón en el jardín y otros relatos (2018). Tradujo junto a F. Scelzo y E. Moore The love poems de James Laughlin (2001) y fueron publicadas, en revistas y periódicos, versiones suyas de E. Pound, D. H. Lawrence, M. Yourcenar, K. Rexroth, entre otros.

Osvaldo, quisiera comenzar por preguntarte por la experiencia de la revista La Pecera. Se crea en un año particular y desde una ciudad del interior del país. ¿Qué podes contarnos de esa etapa inicial?

Fue en plena crisis del 2001. Vivía entonces, frente a una imprenta que aún conserva Ricardo Martin, quien en San Juan fue el primero en editar a Jorge Leónidas Escudero. Él conocía mi gestión en el Foro Cultural del Centro Médico. Cuando el Foro se cerró, Ricardo me convenció y dio el empujón hacia lo que imaginé que sólo podía ser el abismo. Pero resultó que él tenía razón y estábamos construyendo un puente sobre el abismo.

Hacía poco tiempo, yo había llegado de una temporada de estudios en España y traía contactos y muchas notas para publicar. En la revista colaboraron hasta viejos amigos como David Lagmanovich, que fue mi profesor de Literatura Argentina. La lista de colaboradores es extensa y variada: Mercedes Roffé, Liliana Heer, Luisa Futoransky, Circe Maia, Ricardo Costa, Osvaldo Aguirre, Rogelio Ramos Signes, Carlos Spinedi, entre muchos más de casi todas las edades. A Santiago Sylvester lo había conocido en Madrid, también a Reyna Palazón, a Luis García Montero, a Riechman y otros más. Gracias a Gelman pude dar nuevamente con Abel Robino, en París, donde fue exilado por la dictadura. Skype y el correo electrónico nos acercaron a la mayoría.

Se fue tejiendo una red entre amigos y colaboradores, como sucede en estos casos. Leonardo Martínez estuvo desde el primer número, con su entusiasmo y acertado consejo, en largas veladas veraniegas de Mar del Plata. Héctor Freire se incorporó a partir del segundo número; nos conocíamos desde hacía tiempo y nos visitábamos en Buenos Aires y en Mar del Plata con frecuencia. Su apoyo, nuestras charlas y sus conocimientos han sido invalorables siempre. Ahora es director de la revista y armamos juntos las actualizaciones en la web.

En el Archivo histórico de revistas del Instituto de Historia «Dr. Emilio Ravignani» han subido hace poco, para descarga gratuita, todos lo números publicados en papel (del 1 al 14, sólo falta el número 15).  Desde el 2016 dejamos de publicar en ese formato, y la revista se transformó en un portal web ( www.lapecerarevista.com).  

«Hay cierta mirada nostálgica del pasado y de la tradición que desvaloriza el presente y se niega a entenderlo. Lo mismo pasa por el lado de los rupturistas y las neovanguardias, niegan el pasado y creen protagonizar algo novedoso sin saber que repiten lo que ignoran. Estos dos extremos muchas veces se tocan y tornan claustrofóbico al clima».

Podés, por favor, comentarnos, entre otras cosas, cómo era el clima de trabajo: ¿discutían lo que se publicaba? ¿había una línea a seguir o la misma generaba discusión?

Si por clima pensamos en un lugar cerrado como el de un diario, en La Pecera no existía ningún clima de trabajo de esa naturaleza. Habrá que imaginarse un espacio virtual condicionado por la intermediación de internet y el viejo caos de una imprenta de barrio, en una ciudad balnearia, en el fin del mundo. Entre talonarios de recibos, volantes de publicidad, tarjetas y libros a demanda, con Ricardo, le dábamos forma a la revista en un viejo Page Maker. Por otro lado, en el aspecto de contenidos, hubo un plan sistemático de no querer ser sólo una revista de poesía que retroalimentara el cerrado ambiente de poesía argentina de aquellos años, donde ya reinaban a pleno y con tiempos y merecimientos propios, revistas como Diario de Poesía, Hablar de Poesía, Fénix, El Jabalí, La isla de Barataria, Plebeya, o La Guacha

La Pecera, desde el principio, eligió una cita de una novela de D. H. Lawrence como lema: “No fish is too weird for her aquarium”, ningún pez es demasiado raro para su acuario. Con ese lema buscamos llamar la atención sobre la importancia que tiene la diversidad cultural. Se buscó publicar contenidos en los que se mostraran los itinerarios de cruce entre distintas artes: la poesía, el cuento, la plástica, la música, la arquitectura, el cine, las ciencias, o en los parentescos del género policial con el psicoanálisis…

Ya en el número uno, se puede leer la intención de abandonar formas convencionales y géneros reconocidos, incluyendo a las neovanguardias posmodernas. Desde el número uno, la revista incluyó ensayos críticos, entrevistas, textos inéditos, reseñas y traducciones.

Le dimos gran importancia a la traducción con el convencimiento que en ella se cifraba el mayor de los cruces. Circe Maia, la poeta uruguaya, publicó con nosotros un ensayo maravilloso sobre la traducción de poesía griega. Y entre las numerosas traducciones de casi todos los idiomas, se destacan las de Hanna Arendt, Linda Hogan, Sophia de Mello, Lidia Simkuté, Dürs Grünbein, James Laughlin, Jack Kerouac, Eugenio Montale, e.e. Cummings, Leonardo Sciascia, H.M. Enzensberger, Lorand Gaspar.

Una sección especial fueron los dossiers que en la mayoría de los casos los preparábamos entre Héctor y yo, convocando a otros escritores y especialistas. Cada uno de esas secciones contaba con una antología de textos. Entre los publicados hubo algunos dedicados al microrrelato, a la poesía griega de la generación del ´70, a la poesía serbia, a la literatura de Paraguay, a la poesía de Luis García Montero y de Antonio Gamoneda, como así también los dedicados a temáticas como “La Ventana”, “Incertidumbre y riesgo”, “Aburrimiento y felicidad”, “Poesía y Ciencias”, “Hablar y callar”, “La vergüenza”, “El cine y la poesía” o “Poesía y Pensamiento”.

¿Cómo miras vos la experiencia de La Pecera con respecto a otras publicaciones que circulan más o menos en el mismo periodo? ¿Presentaban una agenda propia o bien discutían con otras revistas?

Como ya te dije, desde el inicio quisimos salir del espacio cerrado de las revistas de poesía y señalar los cruces entre artes y saberes.  

No por eso esquivamos discusiones si se planteaban, pero no era habitual que las hubiera, excepto dos o tres recurrentes en el ámbito claustrofóbico de la poesía: verso medido o libre, realismo político o neorromanticismo, parodia o sentimentalismo, etc. Nada nuevo bajo el sol. No dedicamos nuestro esfuerzo a tales cuestiones, pero teníamos nuestra propia lectura de lo que sucedía y algunas notas hubo que dieron de qué hablar. Por ejemplo, en el número 4 del año 2003, escribí un artículo sobre “las polémicas de la poesía argentina”, reflexionaba sobre un discurso de Pablo Anadón que escuché en el Festival de Rosario. También recuerdo que en el número 7 del 2004 hablé de lo que a mi entender era “una lectura errónea” que se construía alrededor de la poesía de Joaquín Giannuzzi.

Un aspecto que nos daba gusto era el de poner en circulación algunos poetas que se conocían poco o habían sido ninguneados en el país o afuera. Fue el caso de Antonio Gamoneda, Arnaldo Calveyra, Luisa Futuransky, Gianni Siccardi, a Dimitris Kalokyris, Michael Krüger, entre muchos otros. También era una manera de tomar posición.

Por otro lado, escribir fuera de Buenos Aires nos exponía a la extraña clasificación del regionalismo provinciano. Muchas veces hablamos de este crucial tema con David Lagmanovich. Corríamos el riesgo de ser bautizados como “los de Mar del Plata” y, en consecuencia, corridos del centro. Creo que, de cierta manera, este aspecto se sumó a las características “weird” de La Pecera y la fue convirtiendo en “difícil de entender”, en “muy culta”, o alguna de esas clasificaciones anti-intelectuales que son habituales en la poesía y en otras disciplinas artísticas.  

Osvaldo, no quisiera dejar pasar en silencio dos partes de tu respuesta. ¿Podés contarnos, por favor, en qué consistía tu artículo sobre las polémicas de la poesía argentina?

Como te dije, fue un artículo en el número 4 de la revista. Durante el Festival Internacional de Poesía del 2003, en Rosario, Pablo Anadón como director de la revista Fénix y de las Ediciones del Copista dio una conferencia muy interesante pero algo sesgada según mi parecer. Se llamó “La poesía en el país de los monólogos paralelos. Pablo insistía en una convicción crítica tradicional, sobre la base de observaciones y conjeturas, es una convicción predispuesta a ver una relación inversamente proporcional entre la cantidad y la calidad de la producción poética. Esta crítica, debo confesarlo, no me convenció ni me convence ahora. Tampoco me ha convencido cuando la he escuchado entre poetas amigos, aun sabiéndolos bien intencionados con las nuevas generaciones y la producción editorial. El hecho de que demasiados escriban y de que se escriba demasiado me parece una afirmación tan difícil de demostrar como la de que se escribe proporcionalmente mal. Supone conocer “todo” lo que se escribe y también, supone poder compararlo con “todo” lo que se ha escrito. Y, sin embargo, tiene en sí misma una fuerte capacidad de persuasión, se reitera en las charlas y previene en contra de la lectura de lo otro, de lo no-igual. De ahí, no es difícil diagnosticar la irresponsabilidad de la crítica de poesía, la indiferencia y desdén por la poesía, la pérdida de un “saber hacer”. En el diagnóstico podemos estar más o menos de acuerdo, pero no en las conclusiones. Hay cierta mirada nostálgica del pasado y de la tradición que desvaloriza el presente y se niega a entenderlo. Lo mismo pasa por el lado de los rupturistas y las neovanguardias, niegan el pasado y creen protagonizar algo novedoso sin saber que repiten lo que ignoran. Estos dos extremos muchas veces se tocan y tornan claustrofóbico al clima.

«La poesía y las ideas vienen a uno, son los no invitados que golpean a la puerta a cualquier hora. No vas en búsqueda de la poesía. Buscás el poema, pero no siempre lo encontrás».

El otro aspecto de tu anterior respuesta que me gustaría que ampliaras es la que alude a lo que considerás una lectura errónea sobre la poesía de Giannuzzi.

Hablo del descubrimiento generacional de Diario de Poesía, que transformó a Giannuzzi en un poeta de culto y un modelo para imitar o para criticar. Todo modelo necesita ser diferenciado de la propia escritura de manera tal que deje paso a una cierta originalidad. Los procesos de identificación primero, y de diferenciación luego, generan estilos caricaturescos o críticas caprichosas. Diario de Poesía, con honestidad intelectual, reconoció, muchos años después, después de la muerte de Giannuzzi, una “lectura errónea” por la cual lo vieron como un poeta objetivista y le reclamaron –como dijo Prieto– como una falta lo que en verdad era toda la otra mitad de su programa: una subjetividad riquísima alrededor de un personaje llamado J.O.G.

Quisiera preguntarte ahora sobre tu trabajo como poeta: ¿Vas en búsqueda de la poesía o bien esperas que ella llegue de alguna forma? ¿Tenés horario de trabajo, necesitás un espacio con silencio, leés cuando escribís o necesitas música?

La poesía y las ideas vienen a uno, son los no invitados que golpean a la puerta a cualquier hora. No vas en búsqueda de la poesía.  Buscás el poema, pero no siempre lo encontrás.

Creo en el oficio, pero mucho más en un cierto estado de atención necesario para meditar y escribir. Una forma de vida que las palabras y el silencio alumbran, encienden o apagan.

Escribo borradores. Uso las libretas Norte, por lo general. Y luego voy corrigiendo incansable, mucho tiempo. Ni siquiera descanso cuando el libro fue publicado. Me da placer trabajar con lo escrito como si se tratara solamente de borradores. Una sensación de espera en lo que aún está por decirse y siempre es mejor que lo dicho.

La música para escribir no es necesaria. Está en el oído y quiero escuchar al poema.

Me gustó mucho QUIS QUID UBI (POEMAS DE QUINTILIANO). En poemas como “El pasado” o “En la ruta”, veo en ellos un eco de la poesía de Kavafis, temas históricos que también admiten escenas locales (pienso, por ejemplo, en el barrio de San Telmo). ¿Coincidís conmigo o bien considerás que hay otro tipo de trabajo en estos poemas?

Coincido, sí. A mí también me gusta cómo suena ese libro. Y coincido y reconozco la lectura de Kavafis en el poema “En un café estilo francés”. También, está Giannuzzi y otras resonancias como las de Ángel González, Muñoz Molina, Barthes, Pound, Benn, Max Weber, Virgilio, Castoriadis, Eliot o Ferlinghetti.  Soy un lector de andar lento y me gusta caminar así. Son muchas voces metidas en la caverna de este libro, donde se pueden identificar a dos sombras, a Quintiliano y alguien que es su discípulo, su testigo.

En realidad, es un libro de despedida a una época y a una manera de transmitir el conocimiento y la experiencia. Por eso juego con la historia y los anacronismos. Me sirvo de la máscara de un retórico como Quintiliano, casi en el olvido después de haber marcado a fuego más de una generación en la historia de Roma, del Renacimiento y hasta nuestros días donde aún los viejos abogados lo recuerdan. La de Quintiliano es una retórica signada por la reflexión moral en un cambio profundo de época que traerá consigo la caída del Imperio.

Hay paralelismos y anacronismos repartidos por uno y otro poema. Las preguntas famosas de las “Institutio Oratoria” de Quintiliano: quis quid ubi… dan título al libro y están preguntando por lo que nos pasó con los desaparecidos, pero también, lo que le pasó a la modernidad. Las preguntas además indican la indagación reflexiva sobre el sujeto: el qué, el quién y el dónde.  Intentaba disimular o desvanecer el yo poético con mayúsculas y valorizar la subjetividad no sólo lírica, sino reflexiva, prosaica. En fin, un intento por salir del confesionario sentimental sin dejar de buscar sentido y emoción.

«Nunca hubiera sido posible ese mundo de la poesía sin el texto. Es el artificio que la oralidad inventa para ser legible. En el poema descansa una experiencia de la que no sabíamos todo, o mejor aún, es la experiencia en perpetua aproximación a lo vivido».

En tus libros también hay poemas de la vida cotidiana, desde una avispa o un picaflor hasta Maradona o el blues, el subterráneo. En el mundo “Picardo” se presenta, me parece, una mezcla de cuestiones eruditas, situaciones antiguas o bien referencias a personajes y, otras, que tiene que ver con una mirada de lo pequeño, lo llano. ¿Es posible pensar que tu poesía tiene una especie de movimiento, a mi gusto feliz, que va de lo erudito a lo pequeño o llano?

No sé si hay un mundo “Picardo”. Me gustaría, aunque el intento de registrar el mundo no resulta, en mi caso, ni exhaustivo ni total, porque no sólo no podría, sino que lo hago desde la excentricidad de escribir y pensar este mundo en que vivo. No trato de crearlo. Por eso lo cotidiano y las criaturas que lo habitan cobran algún peso poético, evitando -y eso es parte del trabajo- que lo poético caiga en lo decorativo o en lo banal del “I like” posmo o en el registro chato de un realismo mimético.

El picaflor, de este modo, no es sólo la realidad biológica que maravillosamente desafía las leyes de la gravedad, vuela hacia atrás, se detiene en el aire, desaparece. Es también, por ejemplo, el picaflor de Alfredo Veirabé: “Sin quererlo, lo comparé a ciertos estados/ momentáneos del alma del poeta”. De ahí que sea la criatura de la naturaleza y también la criatura del lenguaje.   

Lo erudito en poesía no tiene muy buena prensa. Prevalece la imagen del poeta joven, pasional, salvaje y espontáneo, un Rimbaud o una Alejandra Pizarnik de cada época, como si en los poemas de Rimbaud o Alejandra no hubiera lecturas y aprendizajes anteriores. Creo que se cae en una inocencia superficial y casi nunca traen consigo más que prejuicios y mucho “influencer”.  No es lo mío.

Hay varias referencias concretas sobre la poesía. En un poema concluís: “salgo a la calle con mi enfermedad contagiosa a cuesta: /la enfermedad de escribir poesía.”  En Pasiones de la línea, el tema de la poesía y los poetas es muy claro en “Vida de poesía”. Es posible pensar que en tu poesía hay una preocupación por pensar el lugar del poeta y, sobre todo, lo que significa la poesía.

 “El motivo es el poema” es un libro de Alberto Girri de 1976.  Girri aconseja “que el poema/ se conduzca en la mente como un/ experimento en una ciencia natural…”  Hablar de poesía en los poemas no es sólo una cuestión de arte poética, tal como se puede verificar desde el romano Horacio hasta el argentino Juarroz. También es una de las formas de la conciencia que se devela y se oculta en las palabras.

La tarea del poema conduce muy lentamente –toda una vida- a una relación particular con las cosas, un modo de tratarlas y, sobre todo, de sentirlas y pensarlas: “Esa inteligencia ardiente” que “puede tomar y consumir una zona de la realidad e iluminarla”.

Nunca hubiera sido posible ese mundo de la poesía sin el texto. Es el artificio que la oralidad inventa para ser legible. En el poema descansa una experiencia de la que no sabíamos todo, o mejor aún, es la experiencia en perpetua aproximación a lo vivido. Y ¿si algo se aproxima, había una distancia y “la distancia no es la belleza del alma”? El pronombre vos en lugar de tú, la mirada asombrada en lugar del aburrimiento, la ironía como resistencia contra la resignación. Por todo esto, el motivo del poema y la escritura del poema son magníficas metáforas cuyos términos humanos y divinos hay que sentir y meditar.

Me gustó mucho el poema “Infinitos”, de Pasiones de la línea. En este libro, se advierte un tono confesional pero además de testigo participante. Es posible encontrar ecos en ellos del estilo de poetas como Kavafis, Giannuzzi, John Ashbery.

El matemático alemán Georg Cantor pensó cómo seguir contando cuando los números se agotan. Y demostró que hay infinitos más grandes que otros. ¿Es eso posible? Sí, en matemáticas. Imaginate que si sumás infinito más uno, sigue siendo infinito, igual que si se lo restas. Cuando algo no tiene fin, eso no cambia por suma o resta. A mí, me maravilla esta idea. Y cuando la llevas a la experiencia de la vida y cuando la memoria crea sentidos que no había, el horizonte parece “infinito” y lo infinito es lo que nos pasa adentro.

Todo Pasiones … está cruzado por las ciencias y por estas sorprendentes analogías con la poesía. El subtítulo entre paréntesis dice “poemas de Nicolás de Cusa”. Es otra máscara que uso y, en este caso, Cusa es un científico. Lo más curioso es que yo estaba escribiendo otra cosa, otro libro que tenía que ver con la Antología Palatina y con algunas traducciones. Y de repente, se me aparece en una librería de viejos, el libro De Docta Ignorantia de Nicolás de Cusa.  Era una edición viejísima de la Editorial Lautaro. Un libro mil veces citado y con una larguísima tradición que pasa por Giordano Bruno y llega al mismo Einstein. Este hombre hacía ciencia copernicana 150 años antes que Galileo y Copérnico.

Uno de los capítulos de su libro se llama “Las pasiones de la línea máxima e infinita”. Cuando lo leí, me pasmó. ¿Qué era eso de pasiones de una línea? ¿Cómo abordar hoy el tema del infinito y de la pasión sin caer en lugares comunes? Es el caso de este poema que abre el libro. Trato de recordar a Leopardi, su magnífico poema “El infinito” que empieza con este verso memorable “sempre caro mi fu quest’ermo colle”.  Pero lo hago sin mencionarlo ni mucho menos, imitarlo. El modelo me excede y amo a Leopardi.

Entonces, tomo cierta distancia, narro y reflexiono sobre un recuerdo semejante, una tarde de verano, en la Barranca de los Lobos, al sur de Mar del Plata. Ahí también emparejo el infinito de adentro con el de afuera, la mirada de lo perdido y “la torpe magnitud con que la orilla/ deforma lo que no comprende ni quiere”.  

«Lo erudito en poesía no tiene muy buena prensa. Prevalece la imagen del poeta joven, pasional, salvaje y espontáneo, un Rimbaud o una Alejandra Pizarnik de cada época».

Hay poemas en diálogo con otros poemas e incluso con películas, como en 21 gramos. ¿Que podés decirnos al respecto?

Sí, un diálogo entre lo pesado y lo leve del alma. De eso se trata la gravedad que nos sostiene y que nos atrapa en el universo. En este otro libro, no uso una máscara, sino un sujeto desdoblado, es la estrategia del espejo. El título del libro hace referencia al film del mismo nombre, del director Alejandro Iñarritu con guión de Guillermo Arriaga. Hay una cita al inicio, que es del guión, cuando Rivers pregunta «¿cuántas vidas vivimos y morimos?». Y habla del peso del alma: los 21 gramos que desaparecen del cuerpo después de la muerte. Es una metáfora muy linda que no necesariamente hay que entenderla como algo místico.  Encierra muchas cosas. Simone Weil tiene un libro que se llama La gravedad y la gracia. Son notas reflexivas muy propias de Weil. Sostiene que hay dos fuerzas que tensan cualquier fenómeno. La primera tiende a la pesantez, la segunda hace sentir a los cuerpos el soplo de la inspiración. Su lectura no tiene desperdicio. Le gustaba mucho a Albert Camus. Pero creo que eso nos llevaría a hablar otras cosas más pesadas

Fabián Herrero

Fabián Herrero

Doctor en Historia e investigador del CONICET (UBA-Ravignani). Docente en UADER. Publicó más de diez libros de poesía e historia. Entre los últimos podemos destacar, "Quién no le tiró una piedrita al mundo" (Alción, 2020), "La luna tiembla en mi cuerpo de agua" (Barnacle, 2021), "Días como perros perdidos" (Barnacle, 2022), "La nube es una flor que arrancó sus raíces" (UNL, 2023) y "El Fraile Castañeda, ¿el “trompeta de la discordia”?" (Prometeo, 2020).