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Los que la reman y esperan

por | May 18, 2020 | Nacionales

La educación parece estar a la zaga en la lista de prioridades en el marco de la pandemia. Las desigualdades que se agigantan ante la insuficiencia de las respuestas, entre la urgencia de las necesidades y la incertidumbre del futuro.

“No tires la toalla, que hasta los más mancos la siguen remando”.

Avanti morocha, tema de los Caballeros de la Quema (1998)

Primero la salud, luego la economía. La educación, ya no sabemos ni en qué orden de prioridades ubicarla. El periodista le pregunta al Presidente, como al pasar, un estimado de para cuándo volverían las clases en tiempos de la pandemia que estamos atravesando. No está en agenda, responde el primer mandatario, que es Alberto Fernández o podría ser casi cualquier otro del mundo. Al margen de que es indudable que las características de este virus extremadamente contagioso inhabilitan la posibilidad de pensar en grandes aglomeraciones de personas, es también atinado apuntar que aún en coyunturas menos apremiantes se relega habitualmente a la educación. En la prehistoria del coronavirus, miramos el dólar, al ministro de economía, a la inflación y poco a la educación tal vez porque constituye un ámbito en que los efectos se observan en el mediano o largo plazo. La educación pareciera que siempre puede esperar. Ni que hablar de la situación postergada de sus brazos ejecutores, los docentes, relegados en el reconocimiento social y en el cobro de salarios demasiado cercanos al nivel de pobreza.

ESCUELA, EDUCACIÓN Y SOCIABILIDAD

En estos días tuvieron lugar teleconferencias del reconocido pedagogo italiano Francesco Tonucci, una ocurrió el 25/4 (organizada por Integratek) y otra el 6/5, ésta última en un intercambio con el Ministro de Educación argentino Nicolás Trotta. Apuntó ideas interesantes. Por un lado, habló de tres espacios de sociabilidad en que los chicos se desenvolvían habitualmente hace un tiempo atrás: la familia, la escuela y la calle. Nuestros mayores de edad refieren habitualmente innumerables anécdotas de aventuras que tenían lugar en la calle y a tempranas edades. Hoy los valores sociales o paradigmas de crianza se modificaron y si observáramos a un niño o adolescente solo por un lapso prolongado de tiempo deambulando por la calle, no tardaríamos en considerar que sus padres son gente irresponsable o abandónica. No sólo es una cuestión de seguridad, con el indudable aumento de los hechos delictivos en el espacio público respecto a aquéllas épocas, sino un cambio en la educación y en la construcción social de las responsabilidades parentales. Y bien, la calle está clausurada prácticamente como espacio de exploración, aprendizaje y juego. Quedan en pie la escuela y la familia. Con las instituciones educativas cerradas, sólo les queda el hogar, la familia, a los chicos en tiempos de pandemia. En un sondeo de opinión que realizara el pedagogo, los chicos manifestaron mayormente extrañar a sus compañeros y amigos, o sea al ámbito escolar como espacio de sociabilidad, en línea con la idea que sostiene que la escuela no es para los chicos un espacio de aprendizaje estimulante sino un lugar de sufrimiento o disciplinamiento pero en el que también se hacen amigos.

De la igualdad ficticia a la desigualdad obscena tremenda que se corporiza en esa dificultad de acceso a los medios digitales o a la red de internet.

Surgió la pandemia y la escuela se tambalea sintiéndose interpelada en su índole constitutiva. No hay sociedad sin escuela. ¿Y cómo se sustrae la escuela a esa materialidad tan suya, a ese primer saludo a la bandera, a la tiza y el pizarrón? Apuntó con agudeza Tonucci que la escuela italiana, ante la aparición del coronavirus, se esforzó grandemente por parecerse lo más posible a ella misma. Seguimos igual, dijeron allá.  O sea, continuar haciendo esencialmente lo mismo, sólo que con otros medios: los soportes digitales de las nuevas tecnologías de la comunicación. No apostando a la innovación pedagógica sino a la conservación a todo trance.

LA CRISTALIZACIÓN DE LA DESIGUALDAD

¿Es posible en los países más pobres, en nuestras escuelas públicas a la que concurren en general los sectores más vulnerables de nuestra sociedad, llevar a cabo la educación de modo virtual? Y entonces se nos hace presente la pavorosa desigualdad de acuerdo a las ciudades o barrios de los que se trate, padeciéndola sobre todo los más pobres. El tránsito traumático de la imagen de los guardapolvos blancos, igualdad sacralizada, a los distintos y enormemente desiguales recursos tecnológicos que hay (si hubiera) en cada casa. Y la perspectiva de que los más pobres queden excluidos, con todas las letras, del alcance de cualquier propuesta pedagógica. De la igualdad ficticia a la desigualdad obscena tremenda que se corporiza en esa dificultad de acceso a los medios digitales o a la red de internet. «Repartamos computadoras», dijo el Estado una vez, pero ese acceso material a equipos informáticos de relativa calidad y durabilidad no estuvo necesariamente acompañado ni de capacitación docente ni de un trabajo educativo con las familias y alumnos para desenvolverse con ese recurso. Todos o muchos tuvieron su computadora, no siempre se usaron y se resignificaron las prácticas aúlicas para que una pandemia no nos encuentre prácticamente en cero en este aspecto. Las entregas de computadoras hacían fácil la foto, la captura de la instantánea, pero la profundidad de un cambio educativo no la acompañó.

Siempre hay una compensación, y ésta tiene lugar en la actualidad con la entrega de cuadernillos en los días en que las familias más vulnerables retiran su bolsón de mercaderías. Las propuestas estándar son iguales para todos, se imprimen en masa las actividades cuando conocemos que no todos los niños pueden realizarlas de acuerdo a su grado, y que la mediación del docente para enseñar o el acompañamiento familiar necesario no siempre será posible. Como dijo en su interesante artículo publicado en La Vanguardia Pedro Núñez, la inclusión no significa necesariamente igualdad.

Las entregas de computadoras hacían fácil la foto, la captura de la instantánea, pero la profundidad de un cambio educativo no la acompañó

En algunos distritos escolares de población vulnerable de la Ciudad de Buenos Aires, los supervisores escolares aumentaron la matriculación de alumnos nuevos para que todas las familias pudieran acceder al bolsón de mercaderías, medida incuestionable e hija de las necesidades sociales y urgentes de la coyuntura. Existo, luego pienso, la Argentina transita en materia educativa la radical inversión de la sentencia cartesiana. Cuando, la marea baje y se construya la nueva normalidad que no sabemos ni de qué estará hecha, no será difícil imaginar aulas abarrotadas de alumnos y los docentes estarán ahí poniéndole el pecho a la tarea que se presentará titánica no sólo en el aspecto pedagógico, sino complejizando probablemente la práctica de cuidados de higiene o de evitar la aglomeración de alumnos que probablemente se necesiten para volver a las aulas. La educación, en definitiva, siempre puede esperar.

LOS QUE LA REMAN Y ESPERAN

La escuela es la trinchera de la contención social en los barrios más pobres de la ciudad de Buenos Aires, desde que se convirtió también en comedor, entrada la década del ’90 del siglo pasado. El hambre viene comiendo, la prioridad de mejorar la educación se deja siempre para más adelante. Y los sectores más vulnerables de la población son los que más necesitan la mediación de un docente, corriéndose el riesgo de que pase con el cuadernillo estandarizado que se entrega, lo que pasó con las computadoras en el pasado reciente.

Francesco Tonucci, en consonancia con esta idea, plantea una postura crítica respecto a los deberes como una tarea mecánica, descontextualizada y que nunca falta en el sentir normativo y rutinario de la escuela. Que se tienen que llenar cuadernos, carpetas. Planteó el pedagogo italiano la posibilidad de poder aprovechar experiencias cotidianas de la casa, convertirla en un laboratorio significativo susceptible de ser abordado desde las distintas áreas del conocimiento. Me hizo recordar a la idea de la sociedad desescolarizada que formulara Iván Illich, que afirmó que “la búsqueda actual de nuevos embudos institucionales debe revertirse hacia la búsqueda de su antípoda institucional: tramas educacionales que aumenten para que cada cual transforme cada momento de su vida en un momento de aprendizaje, de compartir, de interesarse”.

Es necesario no perder de vista que en los sectores más vulnerables de la sociedad argentina, servicios elementales como luz, gas y agua corriente no siempre están garantizados en los hogares, incrementándose las dificultades de aprender en casa también por el habitual hacinamiento.

En un apartado de su teleconferencia, dijo Tonucci que no tenía respuestas para todo cuando le preguntaron por la situación de los alumnos con discapacidad. Planteó que son estos chicos los que más aportan y se llevan de una clase presencial. Se le ocurrió sólo explicitar la necesidad de que la cuarentena durara lo menos posible. Los niños con discapacidad o problemas de aprendizaje precisan tal vez más que ningún otro del acompañamiento, del enriquecimiento con los otros, de la sociabilidad y el lazo afectivo para el aprendizaje. Para que las propuestas lleguen, se vuelven cruciales los recursos digitales con los que cuenten las familias pero también el acompañamiento, sobre todo en situaciones donde no se ha logrado la autonomía individual. Pocos reconocerán la proeza de esos padres que sostuvieron, como pudieron, la trayectoria educativa de sus hijos con su esfuerzo y conocimientos y con la guía de las actividades propuestas por los docentes.

Que no hay respuestas para todo, en una crisis que sustrajo el cuerpo de cada uno de la sociedad para volverse sobre su casa, sobre sí mismo. Y la institución escuela que quedó como la imagen de un edificio vacío de alumnos.

Pocos reconocerán la proeza de esos padres que sostuvieron, como pudieron, la trayectoria educativa de sus hijos con su esfuerzo y conocimientos y con la guía de las actividades propuestas por los docentes.

Pero la escuela no se resigna y lucha por ser igual a sí misma, casi como un transporte que continúa intentando moverse aunque le haya sacado las ruedas la situación de la pandemia. La escuela-comedor, actividades educativas televisivas y cuadernillos para todos. Los docentes pensando actividades, propuestas, y realizando el seguimiento de las familias de forma loable para mantener el distanciamiento físico pero no el social. La comida, el conocimiento y la sociedad. Que no sólo de pan vive el hombre. Pero que nunca falte, y la escuela en los barrios vulnerables y en tiempos de pandemia se encuentra mucho tiempo abocada a esa tarea: a nunca faltar. Lo que queda claro en esta situación límite, es que la escuela no le faltó a la sociedad. Nunca.

Y que el retorno al aula, que se podría insinuar para agosto si fuera exitosa la vuelta paulatina a las clases en Europa (aunque ya nadie sabe), hará sin dudas complejísima la labor de los docentes, que la tendrán sin dudas “[…] dificilísima. Y de todos los colores. Y con mucha coyuntura como para convertirse en prestidigitadores de la improvisación. Pero, igual, ahí están, en sus aulas descascaradas o con goteras, en sus escuelas que no tienen ni bandera, dispuestos a reparar el tejido social como pueden o les sale, sarmientinos al fin, con la vocación intacta. En realidad, no son docentes. Son superhéroes que, en vez de en trajes rutilantes, van enfundados en guardapolvos, sin más armas que sus anacrónicos tizas y borradores”, como señalaba un artículo en Clarín de hace algunos años.

Si la escuela nunca le faltó a la sociedad, aún en pandemia, ojalá un día vengan los tiempos en que la sociedad no le falte a la escuela, por medio del reconocimiento social de la que es huérfana a veces y, sobre todo, priorizando a los alumnos y buscando una mayor equidad social que redunde en que la igualdad de oportunidades no sea sólo declamada sino concreta en la situación de los niños y niñas de la Argentina. Hasta tanto en eso no se avance, los docentes y los alumnos la reman. Y esperan.

Sebastián Giménez

Sebastián Giménez

Escritor y trabajador social. Escribió tres libros y ha publicado artículos en distintas revistas como Marfil, Zoom, El Sur, El Estadista y El Economista.