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Mario Bunge: «Las políticas científicas utilitarias están hambreando a las ciencias básicas»

por | Abr 10, 2019 | Entrevistas

Pocos años atrás Gustavo E. Romero realizó esta formidable entrevista a Mario Bunge, uno de los más grandes filósofos contemporáneos, autor de la obra de filosofía más importante y ambiciosa del siglo XX, que rescata el espíritu griego de que la ciencia y la filosofía son herramientas para llegar a una ética y a una forma de hacer mejor el mundo. En este diálogo extenso y profundo, Bunge cavila sobre sus aportes más hondos y a la vez sobre el escaso impacto de su obra en la comunidad filosófica.

Mario Bunge lleva ya más de 70 años investigando sobre prácticamente todos los aspectos de la filosofía y la ciencia. Bunge es doctor en Ciencias Fisicomatemáticas por la Universidad Nacional de La Plata, fue profesor titular de Física Teórica en esa universidad y en la de Buenos Aires, profesor titular de Filosofía con dedicación exclusiva también en la UBA, así como en las de Delaware y Temple, y Frothingham Professor de Lógica y Metafísica en la Universidad McGill en Montreal, hasta retirarse como profesor emérito. Doctor Honoris Causa de casi una veintena de universidades de Europa y América, Guggenheim Fellow, Alexander von Humboldt Fellow, Killiam Fellow; Mario Bunge es autor de unos 80 libros que incluyen clásicos como Causality (1959), Scientific Research (1967), y el monumental Treatise on Basic Philosophy (1974-1989) en ocho volúmenes, acaso una de las obras de filosofía más importante y ambiciosa del siglo XX.

Profundamente interesado en el desarrollo de la cultura, dista de ser el pensador apartado de los problemas reales y encerrado en una torre de marfil filosófica. No hace mucho presentó sus memorias, tituladas Entre dos Mundos. En esa ocasión, tuve el honor de decir unas palabras sobre Mario, que reproduzco a continuación: “La publicación del libro de memorias de Mario Bunge en castellano, por las editoriales Eudeba y Gedisa, es un acontecimiento extraordinario en mi opinión. Y es extraordinario por dos razones. Primero porque la trayectoria vital de Mario es extraordinaria, y por otro lado porque la obra filosófica de Mario Bunge también es extraordinaria. Como recién comentaba Miguel Ángel [Quintanilla], si uno tiene que pensar en un filósofo comparable a Mario Bunge, el único nombre que por lo menos a mí me viene a la cabeza es el de Bertrand Russell. Bertrand Russell vivió en una época filosófica diferente; una época de transición, desde una filosofía más bien oscurantista a una filosofía científica, y no pudo desarrollar una obra con la coherencia que tiene la obra de Mario Bunge, que se pudo escribir en un período distinto, a partir de los años 50. Si tuviera que señalar qué es lo más extraordinario de la obra de Bunge precisamente diría eso: la coherencia. Hace no mucho releí Causalidad, el libro que Mario escribió en 1959; primero lo publicó en inglés, como se mencionó hoy, y luego lo sacó Eudeba en 1961, o sea hace 53 años. Es prácticamente imposible encontrar en esa obra algún enunciado que no sea armonioso con los volúmenes que seguirían a lo largo del medio siglo posterior. Si uno va a otros grandes libros de Mario, por ejemplo, en la década del 60, el Foundations of Physics –un libro que lamentablemente nunca fue traducido al castellano– en la parte inicial del libro hay un proyecto de filosofía científica que básicamente preanuncia lo que Mario haría en las siguientes dos décadas, que sería el Tratado de Filosofía Básica, actualmente en proceso de traducción al castellano. La obra de Bunge no sólo es una obra coherente, sino que es una obra de extraordinaria claridad, es una obra de una enorme amplitud: abarca la semántica, la ontología, la epistemología y la filosofía de todas las ciencias especiales y abarca también la ética. Para los griegos, la retórica, que sería lo que nosotros llamamos hoy en día la semántica o filosofía del lenguaje, y la física eran un medio para llegar a una ética, a un conocimiento que nos permitiese vivir en el mundo y vivir lo mejor posible. Lamentablemente, para la mayor parte de los filósofos y de las personas que hacemos ciencia hoy en día, la filosofía y las ciencias son solamente un trabajo más. Yo creo que Mario Bunge ha sabido rescatar ese espíritu de la vieja filosofía griega de que la ciencia y la filosofía son herramientas para llegar a una ética y a una forma de hacer mejor el mundo. Permítanme terminar esta brevísima intervención con una confesión. El encontrarme con la obra de Mario Bunge ha sido el hecho capital de mi vida intelectual. Me ha marcado para siempre. En las últimas pocas semanas, durante el mes de septiembre, cuando leía las pruebas de galera de este libro, en un lugar muy extraño, en las islas Galápagos, me fue dado recuperar la alegría del descubrimiento inicial de esa obra extraordinaria.”

Una de las dichas de mi vida ha sido la amistad generosa de Mario Bunge. Quizás abusando de esa amistad, le he pedido una entrevista, para que ampliase algunos temas que toca en sus memorias, y otros que me han intrigado. Ofrezco al lector esa entrevista, con la esperanza de que la disfrute tanto como yo.

[blockquote author=»» pull=»normal»] “Las políticas científicas utilitarias, que privilegian a las ciencias aplicadas y a las técnicas, están hambreando a las ciencias básicas y están perjudicando a las que buscan conocimiento más que poder”.[/blockquote]

Su obra tiene una coherencia única en la filosofía actual. Sus primeros libros, como Causality, Metascientific Queries, Intuition and Science y The Myth of Simplicity son trabajos con un fondo realista, y despliegan una filosofía científicamente informada y en ocasiones altamente formalizada. Sin embargo, en mi opinión, es hacia 1967 que se produce quiebre con Scientific Research y Foundations of Physics: dos libros ambiciosos que presentan proyectos enormes de una unidad notable. En Foundations, libro feliz y único, en su capítulo segundo presenta un esquema de lo que luego desarrollaría usted en su Treatise. Parecería como si a partir de allí pasó a ocuparse en forma verdaderamente sistemática de un proyecto filosófico completo. ¿Cómo ve Foundations a casi 50 años de su publicación y cuál es el impacto que piensa tuvo en el desarrollo de la filosofía de la ciencia?

Creo que si mi obra filosófica tiene alguna unidad y coherencia es porque me he ocupado de problemas y no de autores; porque esos problemas son importantes y no meros ejercicios académicos; porque me han interesado todas las ramas de la filosofía; porque he procurado mantenerme cerca de la ciencia; y porque, al librarme de Hegel y sus discípulos, me empeñé en ser lo más claro posible. Tanto, que un amigo íntimo predijo que yo nunca llegaría a ser un filósofo. “¿Por qué?” le pregunté. “Porque se te entiende todo”, respondió.

Por definición, problemas importantes son los que se presentan en paquetes o sistemas, de modo que no pueden atacarse de a uno, aislándolos de los demás componentes del sistema. Esta es una de las limitaciones del enfoque analítico. Por esto una vez les dije a los de SADAF (Sociedad Argentina de Análisis Filosófico) que planeaba instalarles en frente la futura ASF (Asociación de Síntesis Filosófica).

El típico profesor de filosofía es un comentarista o escoliasta que trabaja miniproblemas o pseudoproblemas antes que un investigador de problemas gordos, como los de la naturaleza del espacio y el tiempo, la materia y la mente, la causalidad y el azar, el significado y la verdad, el valor y la acción, la ciencia y la técnica, la justicia social y el progreso. Suele plantearse problemitas o pseudoproblemas de las formas “¿Qué opinó Fulano acerca de la crítica de Mengano a Zutano?”, “¿En quiénes se inspiró Perengano?”, “¿En qué consiste conocer el color rojo?”, “¿En qué se distinguen los infinitos mundos posibles del que habitamos?”, “¿Cuáles nombres no cambian en otros mundos?”, “¿Cómo se asciende de un puñado de datos empíricos a una ley?”, “¿Por qué hay algo y no nada?”, y “¿Cómo construye el mundo el yo (o el cerebro)?”.

La frecuencia de cuestiones de estas formas en la literatura filosófica actual explica tanto la fragmentación como la inutilidad de la misma: trata de nimiedades o de absurdos, de modo que las respuestas, cuando las hay, no constituyen avances del saber ni suscitan nuevos problemas que motiven nuevos proyectos de investigación. Son meros juegos sin consecuencia, como los juegos de naipes, aunque sin la excitación que provoca la incertidumbre del resultado. Evocan al cínico que declaró que la filosofía es aquello que, con ella o sin ella, el mundo permanece tal y cual. En el original italiano suena mucho mejor.

En efecto, 1967 fue para mí como el annus mirabilis que vivió Newton tres siglos antes, aunque con consecuencias incalculables para todo el mundo. El que ambas obras mías aparecieran ese año se debió a circunstancias ajenas a mi voluntad, porque Scientific Research, que empecé a escribir en Buenos Aires en 1961, ya estaba concluido en 1963, y Foundations of Physics, comenzado en Delaware en 1964, fue terminado dos años después. En mis memorias cuento las vicisitudes que sufrieron ambas obras. Baste decir aquí que ambas fueron víctimas de la neofobia que aqueja a casi todos los filósofos contemporáneos, y también que la terminación y publicación de ambas son ejemplos de la buena suerte de que he gozado desde mi nacimiento.

Usted me pregunta por el impacto de mi sistema filosófico. Francamente, creo que no ha tenido ninguno en la comunidad filosófica, y un impacto muy débil sobre los físicos, psicólogos y sociólogos. Es verdad que algunos filósofos han adoptado algunas de mis ideas sin citarme, pero la mayoría las ha ignorado o basureado porque chocan con la imagen de segunda mano que han aprendido de las autoridades en la materia. Por ejemplo, los empiristas, que tendrían que haber analizado correctamente las operaciones de medición, no lo han hecho, porque han ignorado nada menos que los indicadores.

Ya en La investigación científica (1967) afirmo que lo que se pone a la prueba empírica no es una proposición teórica sino la conjunción de la misma con un indicador adecuado, tal como la altura de una columna de mercurio cuando medíamos la temperatura corporal. Para peor, Dirac y otros grandes han afirmado que los valores teóricos se contrastan directamente con las lecturas de los instrumentos. Los trabajos prácticos que hacíamos en el Instituto de Física de La Plata me salvaron de cometer ese error garrafal.

Foundations of Physics ha sido algo más exitoso gracias a un puñado de físicos, en primer lugar tu maestro Héctor Vucetich,el relativista mexicano Guillermo Covarrubias y el premio Nobel Willis Lamb, quien me ofreció trabajar con él cuando yo estaba inmerso en la filosofía de lo social.

La escuela llamada estructuralista, de Patrick Suppes, Joseph Sneed, Wolfgang Stegmüller, y Carlos Ulises Moulines, comprende que hay que analizar teorías íntegras, pero lo que entienden por ‘teoría’ no es lo que entienden los matemáticos ni los físicos teóricos, y sus tentativas de reconstruir la mecánica y la termodinámica son tan absurdas que se han ganado las burlas despiadadas del máximo especialista en esas teorías, el difunto Clifford Truesdell, amigo mío, en su libro An Idiot’s Fugitive Essays on Science (New York: Springer, 1984), en el que pulveriza a esos autores. Conste que yo intenté convencerlo a Truesdell de que morigerara sus ataques. Fue inútil: estaba furioso por esa tergiversación de la ciencia. Pero los autores de la misma no se dieron por aludidos. Tampoco reaccionaron a mi crítica, algo anterior, en Mathematical Reviews, en la que señalaba, entre otros errores graves, la confusión entre dos conceptos de modelo, el matemático (ejemplo de una teoría abstracta) y el usado en ciencia y técnica (teoría específica, o de alcance limitado), que Baithwaite había llamado apropiadamente teorita. Mis amigos Jesús Mosterín y Roberto Torretti sienten gran respeto por esos macaneadores, ninguno de los cuales ha aportado algo a las grandes controversias de su tiempo, en particular las referentes a la interpretación de la mecánica cuántica, el dualismo psiconeural, y el enfoque individualista de lo social.

Mi Foundations of Physics es desconocido por casi todos los filósofos de la física, mayormente porque se ocupan de calcular o medir, antes que de examinar fundamentos, y en muy pequeña parte debido a la reseña hostil de John Earman en Philosophy of Science. Earman, colaborador de Jesús Mosterín, en un artículo sobre cosmología inflacionaria, atacó este libro pese a no saber física o, mejor dicho, por ignorarla por completo. Debe haberle molestado particularmente mi afirmación de que no es lícito examinar alguna fórmula famosa, tal como “E=mc^2”, fuera de su contexto, que es la mecánica relativista. Incluso Popper hizo esto: creía que esa fórmula valía para todo, cuando de hecho sólo vale para cosas dotadas de masa. La arrogancia de los filósofos es notable. También atacaron el libro el matemático holandés Hans Freudenthal, especialista en pedagogía matemática, y el profesor de física Strauss, de Alemania Oriental, ninguno de los cuales había trabajado en axiomática.

El problema de la verdad lo ha ocupado durante más de 50 años. Desde la publicación de su primera teoría de la verdad en The Myth of Simplicity hasta la penúltima, Matter & Mind, usted ha ido perfeccionado y esclareciendo su posición ¿Cuál es la situación actual del problema? ¿Qué falta hacer, en su opinión?

Desgraciadamente no tengo nada nuevo que informar. Esto se debe a que la mayoría de los filósofos ni siquiera advierten el problema: no saben que en las ciencias y técnicas se usan dos conceptos de verdad (formal y fáctica), así como verdades aproximadas además de las exactas que nos dan la lógica y la matemática. Por ejemplo, la afirmación de que los planetas son esféricos es una verdad fáctica y aproximada: pertenece a la astronomía, no a la geometría, y su grado de verdad es algo menor que el de la afirmación de que los planetas son elipsoides imperfectos. Los científicos toman todo esto por sabido, mientras que los lógicos lo ignoran. Incluso el gran Tarski creyó que el concepto de verdad como adecuación de la idea a la cosa, que aprendió de Aristóteles, valía en matemática, y Popper acató su autoridad. Mi ex-alumno Jean-Pierre Marquis hizo su tesis doctoral sobre la verdad aproximada y construyó toda una teoría algebraica, a la que llamó “álgebra de Bunge”, publicada en el Notre Dame Journal of Logic, pero no tuvo repercusión.

Los estudiantes de filosofía suelen empezar por las tablas de verdad, que sirven al principio, e interpretan el principio de ambivalencia como la tesis de que toda proposición es ya verdadera, ya falsa. Yo lo interpreto como la tesis de que toda inferencia deductiva es ya válida, ya inválida. Creo haber sido el primero en sostener que la lógica deductiva no es una teoría de la verdad, de modo que hay que inventar teorías de las verdades que respeten la lógica.

También creo haber sido el primero en afirmar que las lógicas no estándar, como la trivalente y la modal, son inútiles, y que la lógica para-consistente, que admite contradicciones, es perniciosa, ya que lo menos que podemos pedirle a una teoría es que sea coherente. También he criticado la identificación de verdad parcial con probabilidad, que es absurda, porque la verdad no tiene nada que ver con azar ni con incertidumbre. Ciertos hechos o acontecimientos son probables (mucho o poco), pero la expresión “la probabilidad de la proposición A es igual al número B” ni siquiera tiene sentido. Pero muchos filósofos seguirán usando el cálculo de probabilidades como la llave maestra para abrir todas las puertas filosóficas, porque es la única teoría matemática que conocen.

En matemática pura se usan dos conceptos de verdad formal (como demostrable y como satisfacible, o susceptible de tener modelos) y en las demás disciplinas usamos el concepto, aun intuitivo, de verdad de hecho, o conformidad de la idea a la cosa. He hecho varios intentos de construir tal teoría, la última vez en mi Evaluating Philosophies, del 2012, que tendría que estar por salir en castellano. Pero aun no estoy satisfecho. Necesitamos nuevas intuiciones y nuevos contraejemplos.

En todo caso, yo trato la construcción de una teoría adecuada (¿verdadera?) de la verdad fáctica parcial como un proyecto de largo alcance. Espero que otros investigadores propongan teorías mejores que las mías, pero les advierto que se expondrán a la irritación de los lógicos, como la que atacó a mi amigo Paul Bernays (el asistente de Hilbert) cuando le presenté la primera de las mías. Una noche, en pleno invierno de 1961, fue a nuestro departamento, situado en el barrio negro de Filadelfia, para retarme y hacerme desistir de mi intento. Yo lo tomé con calma y no le llevé el apunte. También criticó mi teoría de la intensión (con s) o connotación, que expuse una década después en el aula colmada del ETH de Zürich, no porque le encontrase errores, sino porque era aún más formalista que su gran maestro David Hilbert. Pero ninguna de ambas críticas empañó la relación muy cordial que Marta y yo teníamos con él. Nos vimos tanto en los EE UU como en Europa. Una noche se lo presenté al filósofo argentino Andrés Raggio, viejo amigo mío, y los tres asistimos al seminario que Bernays mantenía en el ETH. No entendimos mucho porque exponía un estudiante que parecía recién bajado de la cumbre, ya que hablaba un alemán suizo muy cerrado.

[blockquote author=»» pull=»normal»]“Lo que más aprenden los estudiantes de filosofía es filosofía ya hecha por otros, no a filosofar, sino leer y comentar textos. Les enseñan a ser escolásticos, no a ayudar a avanzar el conocimiento”.[/blockquote]

Los 4 primeros volúmenes de su monumental Treatise on Basic Philosophy, dedicados a la semántica y la ontología, están altamente formalizados. Eso los hace libros particularmente claros y precisos. Sin embargo, el estilo del Treatise cambia a partir del tomo 5 y se vuelve más discursivo. ¿A qué se debió ese cambio? Mirado desde hoy, ¿piensa que fue positivo?

Es muy cierto que a partir del quinto tomo de mi Tratado hay poca matemática. El motivo es que hacia esa época cambió radicalmente el clima cultural o Zeitgeist: las humanidades y las ciencias sociales fueron inundadas por el posmodernismo, enemigo del rigor. Por ejemplo, la sociología matemática, que James Coleman, Raymond Boudon y Harrison White habían empezado con tanto ímpetu alrededor de 1960, se eclipsó de golpe. Cuando llegué a McGill a fines de 1966, propuse dictar un curso de sociología matemática y fui a verlo al director del departamento de sociología pidiéndole que me mandase algunos alumnos, y me respondió de buena fe: “¿Qué es eso?.” Y el patrón de la epistemología en la Université du Québec à Montréal difundió exitosamente la escuela austriaca de economía, que ignora la matemática y va junto con el individualismo filosófico y el neoliberalismo.

Yo cedí por temor a que nadie me leyese y abandoné el estilo matemático aunque, por supuesto, seguí rechazando el macaneo posmoderno, tan bien criticado por Juan José Sebrelli en Argentina y por Gabriel Andrade en Venezuela. No obstante, en 1971 fundé la Society for Exact Philosophy, asociación americano-canadiense que sigue reuniéndose anualmente. Yo he dejado de asistir a sus reuniones porque casi todas las exposiciones que se hacen en ellas versan sobre aplicaciones de la concepción bayesiana o subjetivista de la probabilidad, que yo rechazo porque son modelos aprioristas, por tanto arbitrarios, de la creencia.

La psicología de la creencia es otra cosa: es la investigación empírica de las creencias. Irónicamente, uno de sus resultados es que nuestras creencias no se ajustan al cálculo de probabilidades. En particular, solemos violar el teorema según el cual el grado de creencia en una conjunción A&B es menor o igual que las probabilidades separadas de A y de B.

¿A qué se debió que una vez terminado el Treatise, se dedicase una década a la filosofía de las ciencias sociales?

Hasta 1980 yo había trabajado en las filosofías de la matemática, física, biología y psicología, pero había descuidado la problemática filosófica de las ciencias sociales. Sentía el deber de llenar ese hueco en mi filosofía de la ciencia, tanto más por cuanto estaba muy insatisfecho con los trabajos que leía para dictar mis cursos sobre la materia, así como con las presentaciones que escuchaba en coloquios. Además, en la década de 1970 yo había publicado algunos trabajos sociológicos sobre estructura social, participación, marginación, desarrollo, e indicadores sociales, de modo que me sentía capacitado para trabajar en filosofía de las ciencias sociales.

En particular me interesaba la ontología de lo social: ¿Qué clase de cosa es el grupo social, cómo funciona y en qué se diferencia de lo biológico y de lo mental? Estaba insatisfecho tanto con el globalismo de Talcott Parsons como con el individualismo de Friedrich von Hayek: con el primero debido a su tufo intuicionista, y con el segundo porque negaba la existencia de totalidades como la familia y la empresa, que poseen propiedades impersonales, como composición, estratificación, cohesión y estabilidad o su contraria.

Pensando en estos problemas di con el tercer enfoque, el sistemismo, y elaboré un concepto sistémico de grupo social. Este se resume en la cuaterna ordenada Composición, Ambiente, Estructura, Mecanismo. Presenté algunas de estas ideas en los seminarios sobre desarrollo organizados por UNESCO en Paris (1978), por el PNUD en México (1979), y en Katmandú el año siguiente. Todas esas reuniones me enseñaron y estimularon. Además, en todas ellas tuve maestros y críticos constructivos, los que escasean en las reuniones de filósofos.

Durante la primera década del siglo XXI publicó usted una serie de libros notables como su Philosophical Dictionary, Emergence & Convergence, Chasing Reality y Matter & Mind. En cierta forma esos libros expanden en forma accesible problemas que ya había tratado. Son, quizás, los libros que más llegada han tenido al gran público en inglés. ¿Qué lo motivó a escribirlos?

Cada uno de esos libros resume una nueva etapa de un proyecto de investigación de largo alcance. Retoma temas que había trabajado antes, pero siempre corrijo errores e introduzco algo nuevo. Por ejemplo, en Matter and Mind le doy al enredo (entanglement) más importancia que antes, al punto de afirmar que la caricatura clásica de una partícula elemental es el abrojo y no la bolita. También le doy al libre albedrío, en el que siempre creí, más importancia que antes. Es una característica que la máquina de Turing no puede imitar, porque ella se detiene cuando no recibe impulsos exteriores. Hay decenas de problemas que me siguen intrigando y manteniendo despierto después de medio siglo. Éste es uno de los motivos del insomnio que padezco desde los treinta años de edad.

Además de repensar viejos problemas a la luz de los nuevos conocimientos que aprendo en las revistas científicas que frecuento, están los estímulos exteriores, como algunas preguntas que me formulan corresponsales viejos o nuevos, así como errores importantes que encuentro en la literatura. Por ejemplo, la semana pasada leí una frase de un neurocientífico a quien admiro: “El cerebro es la maquinaria que construye la realidad.” Junta un error (el mecanicismo) con una locura digna de un esquizofrénico (eso de la construcción en lugar de representación del mundo).

[blockquote author=»» pull=»normal»]“Una teoría que explique todo me parece ridículamente ambiciosa. La realidad es tan variada que no basta una teoría para describirla y explicarla”.[/blockquote]

¿Por qué piensa que los filósofos angloparlantes son reacios a citar sus trabajos, mientras que los mismos trabajos son fuente de estímulo para muchos científicos? ¿Cree que esa situación se revertirá?

Creo que hay dos motivos: desinterés por los problemas que más me interesan, y facilismo. Recordemos que lo que más aprenden los estudiantes de filosofía en todo el mundo es historia de la filosofía, filosofía ya hecha por otros. Su tarea no es filosofar, sino leer y comentar textos. Les enseñan a convertirse en escolásticos, no a ayudar a avanzar el conocimiento conversando con gentes que enfrentan problemas nuevos.

Para hacer carrera en filosofía hay que mostrar que se ha memorizado una pila de detalles que no excitan a nadie. Es peligroso enfocar problemas nuevos o tratar problemas viejos de manera original.

Para la mayoría de los filósofos yo soy un advenedizo, un inmigrante indocumentado, ya que no tengo un doctorado en filosofía. Para peor, tengo el descaro de reprochar a filósofos profesionales, con doctorados en filosofía, el que no se atrevan a abordar problemas gordos, que exijan estudiar materias que no figuran en el plan de estudios de filosofía. Y cuando se animan a asomarse a territorio extranjero suelen limitarse a libros de divulgación, porque no están preparados para leer artículos técnicos en revistas especializadas. Este no es mi caso, ya que desde mis tiempos de estudiante me he habituado a leer revistas y, habiendo estudiado ciencias “duras”, no les temo a las “blandas.” En resumen, no soy uno de ellos, de modo que no tienen por qué leerme ni, menos aún, citarme, sobre todo cuando me plagian.

No sé si esta situación cambiará alguna vez. Dejé de hacer profecías cuando mi bola de cristal se estrelló al chocar con la realidad.

En muchos de sus libros su estilo polémico suele ser particularmente duro para los estándares académicos anglosajones. ¿Piensa que eso ha perjudicado la divulgación de sus ideas originales en ese ámbito?

Sin duda. Mi falta de tacto, que ya me reprochaban mis padres, me ha atraído muchas antipatías. Pero creo que lo que más odios me ha acarreado es el decirles a muchos que lo que están haciendo no es sino molestar a las polillas: que nada de lo que dicen o escriben ayudará a avanzar el conocimiento o, lo que es peor, que han obstaculizado la búsqueda de la verdad. ¿A quién puede gustarle que le digan que ha vivido en vano? Pero admita que soy circunspecto. Por ejemplo, no he escrito que el segundo Husserl estuviese loco de atar, ni que el segundo Wittgenstein escribía para tontos, ni que…

Entiendo que Nicholas Rescher es el filósofo vivo que mejor consideración le merece. ¿Puede resumir sucintamente el porqué?

Admiro a Nick Rescher por su curiosidad, su conocimiento monumental, y su amor por la claridad. Nunca olvidaré la ocasión en que, en una reunión de un comité de un organismo internacional, tuvimos que pronunciarnos sobre la interpretación de cierto reglamento. Éramos el lógico ruso Kolmogoroff, el filósofo y doctor en jurisprudencia Stephen Körner, Nick y yo. El único que entendió el problema fue Nick, quien disertó sobre el mismo y propuso la resolución que los demás aceptamos humildemente. Además, le estoy reconocido a Rescher porque ha respondido puntualmente a todas mis preguntas y ha reconocido mis méritos. Otra característica poco común de Rescher es que no ha tenido empacho en abrazar causas políticas impopulares. Por ejemplo, decidió hacerse republicano cuando advirtió que todas las guerras habían sido iniciadas por gobiernos demócratas. No sé si el belicismo de George Bush Jr. le ha hecho cambiar de opinión.

¿Cuáles son en su opinión los principales temas abiertos de los que debería ocupar la filosofía contemporánea?

Primero, siguen en pie todos los grandes problemas que nos han legado nuestros predecesores, desde los llamados presocráticos en adelante. No es que sean misterios insolubles, como lo afirmó recientemente Noam Chomsky, sino que se trata de grandes proyectos de investigación que, esperamos, se vayan resolviendo de a poco. Segundo, están todos los nuevos problemas que van surgiendo a medida que avanzan las ciencias y las técnicas. Por ejemplo, todavía no sabemos a ciencia cierta en qué se distingue la materia viva de la química, en qué consiste la información de que hablan los psicólogos, ni cómo debemos obrar para evitar causar en los niños modificaciones epigenéticas heredables, ni qué es la justicia social.

¿Porqué cree que la mayoría de los filósofos son tan ignorantes de ciencia, en particular de física y neurociencias?

Primero, porque aprender ciencias duras es más difícil que leer y comentar historias de la filosofía. El jardinero de cementerio hace un trabajo mucho menos duro que el labrador que abre nuevos surcos en tierra virgen. Segundo, porque el idealismo y el fenomenismo, que han sido las filosofías dominantes desde Berkeley y Hume, Kant y Hegel, menosprecian, desprecian o malentienden la investigación científica. Incluso Popper, el más famoso filósofo de la ciencia, la ha entendido mal, al sostener que los científicos aspiran a que sus ideas sean refutadas (como me lo dijo en 1961, cuando lo visitamos con Marta), y que la historia de la ciencia es una sucesión de teorías, en que la única función de los experimentos es intentar refutar teorías.

[blockquote author=»» pull=»normal»]“La principal amenaza a la ciencia es la misma que pende sobre la especie humana: los desastres antropogénicos, el agotamiento de recursos no renovables, el calentamiento global, la industria que procura la ganancia de unos pocos en lugar del bienestar de todos”.[/blockquote]

¿Piensa que tiene sentido plantear, como lo intentan algunos físicos actuales, una «teoría del todo»? ¿Considera es epistemológicamente razonable pensar que pueda formularse tal teoría?

En los tiempos en que la mecánica era la única teoría científica propiamente dicha, cabía la ilusión de que lo explicase todo. A partir de entonces se fueron descubriendo propiedades emergentes y se fueron construyendo teorías y disciplinas que desbordaban a la ciencia de los cuerpos. Ni siquiera a la física le bastó la mecánica cuando se estudió la luz. Los químicos posteriores a Dalton y Berzelius descubrieron vínculos químicos, como el que mantiene a la molécula de hidrógeno, que no eran físicos. Darwin mostró que las especies biológicas pueden transformarse sin que sucedan catástrofes físicas. Marx describió cambios sociales que surgen de conflictos sociales ajenos a la física y la química. Etcétera, etcétera. En resumen, la realidad es tan variada que no basta una teoría para describirla y explicarla. De hecho, cada tanto se forman ciencias nuevas que nadie predijo. Por ejemplo, nadie predijo la epigenética, nacida hace una década. El proyecto de construir teorías de todo me parece ridículamente ambicioso, porque la mayoría de las propiedades las tienen exclusivamente los miembros de algunas clases. Por ejemplo, los átomos carecen de memoria, y los seres humanos somos los únicos animales que nos distinguimos por ser en gran medida artificiales, hecho que refuta los intentos de explicar la naturaleza humana en términos puramente biológicos.

¿Cuáles son las mayores amenazas a la ciencia en nuestro tiempo?

La principal amenaza a la ciencia es la misma que pende sobre la especie humana: los desastres antropogénicos causados por la pérdida constante de suelo, el agotamiento de recursos no renovables, el calentamiento global, y otras calamidades concomitantes con la industria que procura la ganancia de unos pocos en lugar del bienestar de todos.

Las políticas científicas utilitarias, que privilegian a las ciencias aplicadas y a las técnicas, están hambreando a las ciencias básicas y están perjudicando a las que buscan conocimiento más que poder. Ejemplo reciente: las grandes firmas farmacéuticas han cerrado sus laboratorios de neurociencias porque no les rendía; en particular, no habían inventado nuevas píldoras para tratar eficazmente las enfermedades mentales más comunes, la depresión y la demencia. La ciencia aplicada y la técnica siempre se han nutrido de la ciencia desinteresada. Si esto lo ignoran los empresarios, el Estado tendrá que tomar la iniciativa. Incluso Clinton y Obama, tan obtusos en todo lo demás, lo han comprendido.

Una amenaza menor es el anti-cientifismo que campea en los sectores de extrema derecha y de extrema izquierda, y cuyo resultado neto es desanimar a los jóvenes que están considerando seguir una carrera científica. Este engendro de filósofos oscurantistas y científicos fracasados no sería tan dañino si no penetrase en las universidades, como lo viene haciendo en Argentina. De aquí que los profesores de ciencias tienen el deber de contrarrestarlo.

¿Qué proyectos tiene entre manos?

Creo que me dedicaré a los fundamentos de la sociología. Aunque ya no podré contar con los sabios consejos de Bob Merton ni con las críticas agudas de Raymond Boudon, es seguro que podré interactuar con mi nuevo amigo Dominique Raynaud, que se especializa en historia de la ciencia y del arte, así como en sociología histórica del conocimiento. Es un náufrago notable del hundimiento de las humanidades francesas. Sin embargo, no estoy seguro de poder terminar este proyecto, porque desde que tuve mi primer accidente cerebro-vascular, hace cuatro años, siento que las parcas me pisan los talones.

¿Qué le diría a un joven científico con intereses filosóficos, o a un joven filósofo con intereses científicos?

Le diría que haga filosofía siempre que la tome como vocación, no como profesión. También le aconsejaría que se ocupe de problemas, no de autores, y que prefiera los problemas grandes a los chicos, aunque piense que le quedan grandes, porque para disfrutar del filosofar hay que tomarlo como una aventura, no como una rutina.

Finalmente, le recomendaría que hable con no-filósofos, para saber cuál es su filosofía espontánea, para saber qué tesis y problemas filosóficos tienen sin saberlo, y para suscitarles inquietudes filosóficas. Por ejemplo, pregúnteles a los matemáticos cómo demostrar que todos los teoremas se descubren, no se inventan; a los físicos, que los entes físicos no tienen propiedades antes que empezaron a trabajar los físicos; a los biólogos, cómo saben que los dinosaurios de todo el mundo se extinguieron de golpe cuando cayó el gran meteorito en el Yucatán; a los antropólogos, cómo saben que los Homo Sapiens nunca se cruzaron con los Neanderthal; a los historiadores, por qué los parisinos destruyeron la Bastilla pese a que allí había solo siete presos; a los teólogos, qué pruebas tienen de la existencia de Jesús; y a los acólitos de Chomsky, que niegan la evolución de las lenguas, por qué casi todos los sustantivos anglosajones perdieron el género cuando fueron invadidos por los normandos, que sí les asignaban sexo (LA fleur, LE fruit).

[blockquote author=»» pull=»normal»]“Para emprender algo grande en cualquier campo hay que tener coraje. Los tímidos siguen a otros en lugar de tomar la delantera; y si es necesario se agachan ante los poderosos”.[/blockquote]

Su teoría de la verdad considera como portadores de verdad a las proposiciones. Siendo las teorías sistemas infinitos de proposiciones, ¿piensa que puede atribuírseles valores de verdad?

No. Creo que los valores de verdad emergen solamente en el curso del trabajo de poner a prueba las proposiciones. Mientras no se dé por concluido el trabajo de verificación, residen en una especie de limbo. Es claro que en el curso de dicho trabajo suele atribuírseles verdad o falsedad, pero tal atribución es tentativa o transitoria: se la hace para saber qué consecuencias traería su verdad o su falsedad.

Me doy cuenta de que esta postura contradice al platonismo, que es la filosofía espontánea del matemático. Pero concuerda con mi visión de la investigación como invención justificable (no arbitraria), no como descubrimiento de un mundo platónico de ideas hechas. La realidad nos es dada, mientras que a la ciencia la vamos haciendo. Un jurista diría acaso que a mí me interesa la scientia ferenda más que la scientia lata.

¿Por qué no cerró el Treatise con un volumen 9, dedicado a la estética? Es la única rama de la filosofía que no ha abordado en forma sistemática.

No me he ocupado de la estética porque no creo en ella. Creo que la estética no es una disciplina sino un montón de opiniones injustificadas, y que quienes no tienen experiencia artística debieran abstenerse de hacer estética. Sin embargo, creo que los filósofos que tengan experiencia artística pueden intentar hacer estética. Fue el caso de mi difunto amigo José María Ferrater Mora, autor de media docena de buenas novelas y una cincuentena de películas. Durante años le insté a que escribiese sobre estética. Finalmente empezó a escribirlo y había alcanzado a terminar cuatro capítulos cuando le falló el corazón.

Permítame terminar preguntándole por sus gustos estéticos. ¿Podría mencionarme algunos artistas y escritores de ficción que tiene en estima?

No me duermo sin antes leer algunas páginas de alguna novela. Los grandes novelistas me inspiran tanto respeto y afecto como los grandes científicos y filósofos. Lo mismo me ocurre con los grandes dramaturgos y comediógrafos, como Aristófanes, Lope, Molière y Wilde. En cambio, los trágicos y la poesía me dejan frío.

Desde mi adolescencia me gustó explorar las literaturas de todos los países. Creo que el Quijote, La comedia humana y Guerra y paz son las cumbres de la novelística universal. Pero he “descubierto” grandes novelistas en todos los países que he visitado, excepto Argentina, Marruecos y Nepal, y me entusiasman algunos de países que nunca he visitado, como Albania (Ismail Kadaré), Trinidad y Tobago (Vidiadhar Surajprasad Naipaul), y Sudáfrica (J. M. Coetzee). También me gustan mucho Eça de Queirós, Jorge Amado, Alejo Carpentier, Gabriel Delibes, Mario Vargas Llosa, Naioul, Vonnegut, Narayan, Le Clézio, Margaret Atwood, Peter Carey, Philip Roth, Sinclair Lewis, Anatole France, Italo Calvino, José Saramago, Carlos Fuentes, Orhan Pamuk y otros más.

Admiro el estilo de Borges, pero sus temas me parecen triviales: fue un miniaturista. Para emprender algo grande en cualquier campo hay que tener coraje. Los tímidos siguen a otros en lugar de tomar la delantera; y si es necesario se agachan ante los poderosos.

Siempre me gustó la música y una vez quise aprender a tocar el violín, mi instrumento favorito, pero fracasé. Mi repertorio musical es reducido: está comprendido entre Vivaldi y Prokofief. Me conmueven Mozart, Beethoven, Schubert, y algunas cosas de Bach, Schumann, Mendelsohn, Ravel, Stravinsky y Fauré, pero Britten, Bartók, Mahler y Schostakovich me aburren o enojan. Marta, que tiene una buena educación musical, se irrita por la limitación de mis gustos musicales, pero para mí no hay arte sin emoción, y los compositores posteriores a Prokofief me dejan frío en el mejor de los casos. En cuanto al rock, me parece la antimúsica, así como el existencialismo me parece la antifilosofía.

Soy un negado para las artes plásticas, con excepción de los viejos maestros, como Dürer, Holbein, los Brueghel y Vermeer, así como los impresionistas. Me interesan Dalí y Magritte. Y me conmueven el Partenón y las catedrales góticas, especialmente las de Notre Dame, Chartres y Freiburg, a la que admiraba diariamente desde mi despacho en el Instituto de Física Teórica en esa ciudad, en la que escribí Foundations of Physics. Ella fue lo que más eché de menos cuando nos mudamos de Freiburg a Montreal.

 

*Una primera versión de esta entrevista se publicó en enero de 2015 en el sitio http://www.filosofiaenlared.com

Gustavo Esteban Romero

Gustavo Esteban Romero

Físico, filósofo y guionista de cine. Profesor titular de Astrofísica Relativista en la Universidad de La Plata, investigador superior del CONICET, y Director del Instituto Argentino de Radioastronomía, fue también presidente de la Asociación Argentina de Astronomía, además de profesor visitante en Alemania, España, México, Brasil, Francia, China, entre otros países. Es autor de 13 libros y más de 400 trabajos sobre temas tan diversos como astrofísica, gravitación, fundamentos de la física y filosofía.